Capítulo 2: Trampa para ratones

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Dios misericordioso había tocado la tierra, en forma de un mesías que había expuesto a los demonios de la Gran Ciudad, o eso parecía. Nada es lo que parece ni todo es lo que se muestra. Al fin de cuentas, lo que nuestros ojos mortales han visto ha sido filmado, cortado y editado, no vemos más allá de las 28 pulgadas de nuestro televisor, y aunque muchos celebraban que los cuatro jinetes habían sido capturados gracias a lo que el aparato les dijo, las verdaderas víctimas les lloraron, mientras que otros no lo creían posible.

—Jefe—carraspeó Keita al ver el televisor en la comisaría.

Era demasiado tarde, el Capitán de la unidad, parecía hacer una fuerte rabieta en su oficina. Y nadie del lugar lo culpaba, pues este caso llevaba siendo trabajada por años por el Capitán Fernando y su unidad. Ver cómo los federales se llevarían el crédito y posiblemente dejarían como incompetentes a los policías, no le hacía nada feliz.

— ¿Jefe? —gimoteó nervioso, todos observaban por los cristales al hombre peinar sus cabellos, tomar su gabardina y salir.

Todos "regresaron" a su trabajo, pretendiendo que no habían visto, mientras Fernando paseaba su mirada por los cubículos, notando cómo Keita era el único que le miraba.

—Oficial Egebe, sígame —gruñó mal humorado, caminando mientras tomaba su brazo para salir de ahí.

— ¿A dónde vamos? —preguntó Keita lentamente, mientras sus pies tropezaban un poco al tratar de seguirle el paso.

—Con los federales—respondió mal encarado, entrando al ascensor mientras acomodaba su corbata—. El alcalde me llamó, quiere que vayamos con ellos para ayudarlos y entregarles toda la información que tengamos de los cuatro jinetes, ya que falta uno por atrapar.

— ¿Y lo haremos? —Miró incrédulo el muchacho al jefe.

—Ese caso es nuestro, nosotros no los necesitaremos, ellos nos necesitarán —bufó por lo bajo, dejando a relucir ese lado terco suyo.

Keita se quedó callado, mirándolo desde arriba con una mueca difícil de descifrar. Fernando soltó un pesado suspiro.

—Sí, vas a conocer a los cuatro jinetes y los interrogaremos. —Achicó Fernando la mirada sin voltearlo a ver, podía sentir cómo Keita sonreía ampliamente emocionado por la idea.

Mientras tanto, en los fríos muelles de la Gran Ciudad, debajo de una bodega, se encontraban los federales instalados. Se habían encargado de esconderse del ojo público, pues lo que menos necesitaban era a los reporteros preguntando y descontextualizando la situación. La falta de información era un arma ahora, así que antes de cualquier declaración, necesitaban saber absolutamente todo de los criminales más buscados.

Lukyan Popov, un hombre de ascendencia rusa, vestido con traje, chaleco y camisa negra donde resaltaba su corbata amarilla, caminaba a paso decidido, dejando caer todo su peso sobre sus zapatos de suela de cuero. Su fría mirada gris con destellos ámbar no se despegaban del frente, su mueca dura resaltaba esa quijada cuadrada y varonil que tenía.

— ¿Los pusieron en confinamiento separado? —habló Lukyan, mirando seriamente a un cadete.

—Sí, señor. El Dr. Yon le espera en la sala de observación—indicó el menor, mirando al imponente capitán.

Lukyan suspiró, removiendo un par de mechones rubios y rebeldes que caían sobre su frente para peinarlos, y adentrarse en la puerta que custodiaba el muchacho.

—Buenas noches, Capitán—sonrió dulcemente un chico de aspecto coreano.

—Buenas noches, Yon—le saludó, mientras se paraba a lado de él, frente a un ventanal de una sola vista. Ya saben, de esos que son espejo, pero se puede ver a través de éste.

Los Cuatro JinetesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora