Capítulo 27 El Conejo en la Luna

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Una de las frases que me compartió mi madre, cuando tenía a mi hermano bebé, ha sido una de las cosas que más me ha marcado. "Cuida a tu hijo, está muy bonito", fue lo que le dijo una mujer en el súper mercado.

Ojalá la madre de Noa hubiese escuchado ese consejo, y huido cuando pudo, aunque pensándolo bien, no habría servido. A veces, simplemente la gente viene, y toma lo que desea.

En Ningún Lugar, vivían los "desechos" de la humanidad, o al menos así nombraban a los marginados que apenas podían darse el lujo de tener un techo de lámina.

Noa nació para su mala suerte en un lugar donde la belleza llamaba demasiado la atención. Su madre, día y noche temía por él. La ignorancia le decía que era una bendición que había vencido a la muerte, ya que sus características albinas, le recordaban a un fantasma. Así que, nunca se le separaba, ni siquiera salía, por temor a que un ojo alegre, decidiera tomarlo.

Sin embargo, no fue suficiente.

—Mami, ¿qué hay allá afuera? —preguntó Noa de apenas unos tres años. Observaba toda la actividad matutina, desde una grieta que tenía su casa.

—Nada que pueda ser interesante, amor —contestó con mucho cariño, acariciando sus cabellos—. Hay que esperar a tu padre, pronto traerá la comida, y te haré un delicioso desayuno.

Noa, hasta la fecha, no olvidaba las caricias de su madre. A pesar de tener manos ásperas y callosas, para él eran reconfortantes.

—Mami, ¿por qué no puedo salir afuera? —logró balbucear con un deje de dificultad.

—El mundo allá afuera, es muy peligroso. Sólo debemos esperar a que crezcas...

Ese día para su madre, nunca llegó.

Los demonios entraron a su humilde morada, masacrando todo lo que estaba a su paso, llevándose al pequeño para "admirarlo". Al final, lo que habían oído del niño fantasma, resultó no sólo real, sino una fuente de ingreso para ellos. Misma que para "buena suerte" de Noa, no les duró.

Así como muchos hombres han intentado conquistar la luna, decenas han querido tomar al conejo. Noa pasó de un dueño a otro, todos siendo asesinados para tener a ese codiciado niño. Podía decirse que era una maldición, aunque la única condena, era provocada por la avaricia.

—Señor, hemos logrado confirmarlo. Efectivamente, están invadiendo nuestra zona, e intentan robar a nuestros clientes. —Uno de los hombres de Jonathan entró a su oficina, con una sepulcral seriedad.

—¿Traes a la fuente de información? —cuestionó el hombre, inclinándose, mientras se quitaba sus guantes negros de piel.

—¿Lo llevamos a la morgue? —preguntó tras asentir.

—Sí, prepárenlo y pónganlo en mi mesa de trabajo —ordenó a la vez que se ponía de pie, y se quitaba su saco.

Jonathan como mencioné, sabe que todos son desechables, sin embargo, un hecho tan obvio no le impedía hacer las cosas divertidas.

La Morgue, era su lugar especial en su gran mansión. Estaba justo debajo, como un sótano, donde tenía una plancha, una lámpara y cientos de herramientas quirúrgicas que usaba en sus víctimas. Podían estar vivas o muertas, no importaba; lo que sí, es que era un muchacho curioso que amaba ver lo que la gente tenía en su interior.

Cuando su víctima fue amarrada a la plancha, y entendió lo que iba a suceder, gritó y suplicó por su vida, vomitando nombre, tras nombre.

Jonathan lo esperaba con bata y un mandil de carnicero, observando con gracia cómo el hombre mojaba sus pantalones. No decía nada y, aun así, lograba sacarle la información.

Los Cuatro JinetesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora