Capítulo 1: Apocalipsis.

342 14 9
                                    

Advertencia:

La siguiente historia puede contener material y temas sensibles, basados en un mundo de ficción, donde las decisiones y formas de pensar de los personajes no van acorde a las ideologías ni forma de pensar del autor. Por ende, no se justifica ni se defiende los actos ilícitos de los protagonistas, ni mucho menos se romantiza para aplicarlas en el mundo real. No a la violencia ni a la justicia por mano propia.

"Miré, y vi un caballo bayo. El que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades lo seguía, y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra para matar con espada, hambre, con mortandad y con las fieras de las tierras"

Apocalipsis 6,7 -8

El fin del mundo, comandado por los cuatro jinetes del Apocalipsis. Seas creyente o no, hemos escuchado aquellas historias donde la tierra se convertirá en el mismo infierno, pero... ¿Y sí el infierno en realidad ya existe y está aquí? La humanidad es el verdadero inframundo.

No hay necesidad de movernos a tierras mágicas, ni tener un pacto con un falso príncipe de las tinieblas, sólo basta rascar un poco a la "Gran Ciudad", nombre genérico para entender que cualquier lugar puede ser la "Gran Ciudad", desde tu pequeño pueblo en las montañas, hasta el centro urbano más avanzado, puede ser testigo de los crímenes más comunes hasta los más despiadados; desde robos, secuestros, asesinatos y un sinfín de vulgares actos que son llevadas a cabo por simples mortales con nula imaginación. ¿Debería ser un alivio que los criminales no tengan creatividad para hacer mierda este mundo? Tal vez, no lo sé...es decir, es más probable que mueras por un atraco a mano armada donde tu vida no valió más que tu cartera vacía, a que fallezcas por algo más trascendental. Al final, somos pedazos de carne, excepto para nuestros protagonistas.

Los cuatro jinetes, así apodaron a estos criminales que, aunque poético, estaban alejados de lo que convencionalmente se conoce como arte, pues lo único que te removerían, sería el asco.

Hambre, retrataba sus crímenes como la última cena. Siempre en mansiones lujosas que pertenecían a sus víctimas; él se sentaba a la cabeza de la mesa para disfrutar las entrañas del martirizado. Por otro lado, Guerra gustaba ver el dolor de quienes torturaba, jugando con ellos como un gato con su presa, para observar sus ojos reventar o su rostro deshacerse; mientras que Muerte, sólo deseaba verlos sonreír, dándoles un momento divertido de juego, para finalmente provocarles una mueca de felicidad con su cuchillo, ¿y por qué no? Llevarse su cabeza como recuerdo de que logró hacerlos regocijarse.

Ah, pero falta un cuarto miembro, el más misterioso de todos, el caballo blanco. Caballo blanco había sido visto por muchos, pero a la vez visto por nadie, pues sus víctimas eran gente opulenta que asistía a esas famosas casas de cita, por no llamarlos prostíbulos, haciéndolo el más peligroso de todos, no sólo por los lugares a los que iba, sino por el hecho de que nadie lograba recordar el rostro, sólo podían llamarlo alguien demasiado angelical y hermoso, con un aspecto que deslumbraba y te hacía olvidarlo. Extraño, ¿no?

Supongo que cuando algo te parece demasiado bello, tu mente distorsiona la imagen y la cambia a un punto donde la expectativa supera la realidad. Pero eso no importa ahora, conocerán a mis bebés más adelante.

Era casi media noche, la lluvia azotaba las empedradas calles de una residencia lujosa, la cual era acordonada por cinta amarilla. Era una nueva escena del crimen, pero a estas alturas, eso era lo de menos, pues la cuestión era: ¿A quién pertenecía la víctima, sería Hambre, Guerra, Muerte o el Caballo Blanco?

Un coche negro llegó, del cual bajó un hombre grande y fornido de tez morena, cubierto de una gabardina forrada de lana, que le cubría del frío y húmedo invierno. Apenas plantó sus mocasines en el suelo, se acomodó sus ropas, haciendo sus quebrados y castaños cabellos hacia atrás, pues el ligero viento y rocío, lo despeinaban. El nombre de aquel personaje, era Fernando Alejandro González Pérez, jefe de policías de la Gran Ciudad, el cual era respetado, admirado y temido por su fuerte porte, pues sus ojos negros resaltaban sus duras facciones.

Los Cuatro JinetesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora