1- Pergaminos

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   Fuera, llueve. Dentro, está aburrida. Ikki no tiene idea de qué hacer en un día así, pues para jugar con los bisontes bebé debe salir del templo e ir hasta las cuevas donde viven, y su padre para nada se lo permitiría con un clima así. Pero en fin, ella no hace mucho lío. No es como que sea muy divertido volar en planeador con ese tiempo.

   Se encuentra, sin más, en su habitación, sentada al borde de la ventana rebotando un pequeño juguete que halló en la caja de tesoros del acólito Diu. Él considera todos esos objetos como reliquias sagradas y que se deben adorar, pero Ikki consideró que era muy esponjoso como para permanecer en una caja cerrada por el resto de su existencia.

   La habitación es fría y oscura, como se podría suponer que lo es un pequeño cuarto en una torre dentro de una montaña bastante elevada de la superficie marítima. Ella no tiene muy claro cómo pensó su padre que aquello podría ser divertido. Es decir, el día que llegaron era soleado y bonito, pero eso había sido hace ya una semana, y el resto de sus días habían sido oscuros, fríos, lluviosos, y por lo tanto, deprimentes.

   Era algo extraño pues era verano, pero no había nada que hacerle.

   Ikki pensó en la posibilidad de ir a buscar a sus hermanos y tal vez jugar a algo, pero Jinora seguramente estaba metida en la biblioteca o tal vez meditando por ahí. Se iba cada tanto al mundo de los espíritus donde permanecía por horas y horas. Meelo, por otro lado, seguía siendo juguetón, pero todo el tiempo estaba con Rohan y juntos solían mantenerla alejada de sus juegos, ya que ya la veían muy mayor y "muy niña".

   Y sí, Ikki golpeó con una bofetada de aire a Meelo cuando le dijo tal cosa.

   A pesar de ya tener 11 años, Ikki no se sentía tan... niña. O bueno, sí, lo era, pero no por ello debía dejar de jugar con sus hermanos y hacer las tonterías que Jinora hacía, ya sea meditar, practicar movimientos, aspirar a sus flechas, o bueno, estar con Kai.

   Kai no había podido acompañarlos en esas mini vacaciones. De la nada le surgieron mil quehaceres en el Templo Aire de la Isla que le impidieron viajar con su novia y toda su familia. Bumi también había sido cargado por mil quehaceres, e Ikki no era tan tonta como para no darse cuenta que su padre lo había hecho a propósito. Las tardes como esa sí que valdrían la pena si el tío Bumi anduviera por ahí, pero no.

   Habiéndose cansado de estar aburrida en su cuarto, Ikki decidió salir a explorar un poco el templo. Era el Templo Aire del Sur, donde su abuelo había nacido, por lo que tal vez encontraría alguna estatua que nunca antes vio, o tal vez algún antiguo grabado en alguna pared... aunque a decir verdad, dudaba bastante de encontrarse con algo nuevo. Habían viajado ahí decenas de veces. Se conocía el lugar de pies a cabeza.

   Sin saber cómo, terminó entrando en la biblioteca. No es que fuese a molestar a su hermana, pero... ah, ¿a quién trataba de engañar? Por supuesto que iba a ver si podía hacerle alguna maldad. Era preferible si estaba de viaje en el mundo espiritual, así tal vez le podría hacer algún garabato en la cara o sobre sus tatuajes. Pero no, Jinora no estaba en la biblioteca. De hecho Jinora no estaba en ninguna parte, cosa que comprobó al recorrer el templo montada en su patineta de aire en cuestión de minutos.

   Finalmente llegó a un pasillo al cual estaba prohibido acceder. Ni ella ni sus hermanos habían podido ir por ahí nunca. Su padre nunca los dejó, pues quería que todo lo que estuviese ahí se conservara tal cual estaba. En aquella zona del templo estaba la que fue la oficina del propio Avatar Aang, así como sus pertenencias más íntimas. De niños, Ikki y sus hermanos especulaban que allí se encontraba el silbato que su abuelo solía usar con Appa y con el que una vez dio creación al zoológico de Ba Sing Se.

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