Tomando la lanza de un sujeto y revoleándola, junto a este, a al menos 10 metros en el aire y de ahí de vuelta al suelo, Isek termina con el último de los bandidos que habían estado atormentando a un pequeño pueblo en las últimas semanas. Una vez el peligro se ha ido, la gente del lugar lo vitorea mientras él prepara a Acero para partir.
—Avatar Isek, si pudiera darnos el honor... —oye entonces este, girándose y viendo al alcalde del pueblo encabezando un gran grupo de personas y sosteniendo una fuente llena de agua. —Sé que usted no acostumbra hacer esto, pero-
Las palabras del alcalde desaparecen cuando Isek, junto a una sonrisa, se acerca a él y hunde sus manos en el agua cristalina, concentrándose y haciendo que brille.
Extrayendo el agua brillante de su contenedor, Isek ve cómo van acercando a todos los pueblerinos heridos y enfermos, comenzando a curarlos uno por uno.
Aquella técnica, inventada o mejor dicho descubierta por su predecesora el Avatar Neimeth y que ella misma le enseñó cómo aplicarla, ha sido de lo que más ha ayudado a Isek a marcarse como símbolo de bienestar en su travesía de ya siete meses.
Aquella idea que tenía Isek de sembrar miedo en sus enemigos ha funcionado, pero lo que nunca imaginó posible, dado el sitio del cual provenía y el cómo había sido educado, era que así como iba espantando a la gente cruel y malvada, iba inspirando a otros. Isek había dado esperanza a muchas tribus y pueblos que por décadas habían sido oprimidos, y que hoy tenían un defensor que los protegería sin importar qué.
Ya es mediodía cuando Isek llega a lo alto de una montaña rocosa, posándose en la roca más alta y observando múltiples paisajes y territorios a su alrededor. Respirando el aire fresco que corre a esas alturas, Isek cierra sus ojos y sonríe un poco, abriendo sus brazos lo más posible hacia cada lado y permaneciendo así.
Todo en aquel lugar es perfecto. La brisa sobre su rostro y su cuerpo, el aire puro, el cielo claro y despejado, el Sol brillando como siempre... e incluso los graznidos de Acero mientras se come algunos pastizales le hace sentir bien... hasta que ya no los oye.
Isek baja lentamente sus brazos, sintiendo cómo las ventiscas han cambiado un poco. Ya no llegan con total libertad y empuje, sino que parece que han cruzado a través de distintos cuerpos y objetos que les han ido debilitando poco a poco. Otras personas.
Al momento en el que se gira, cadenas van directo hacia sus tobillos y los atrapa, con una red que vuela directo contra él y, con sus brazos rodeados en fuego, destruye al instante, pero entonces una cadena atrapa uno de sus brazos y una nueva red vuela por encima de su cabeza, terminando por derribarlo.
Con su brazo libre, Isek crea una gran avalancha de rocas que obliga a varios de los atacantes a retroceder, pero uno de los salvados da un salto y termina pisando su brazo libre con sus dos piernas. Soltando un fuerte grito, Isek da apertura a que unos diez hombres se le tiren encima y envuelvan su cuerpo en la red sujeta por cadenas.
La captura no duró más de 5 minutos, y el grupo de hombres reveló a Isek pronto el cómo tenían a Acero: dormido por tranquilizantes y ya tan atado y envuelto como él. El ver a su fiel compañero de ese modo despertó una gran ira en Isek, y sus ojos no se demoraron mucho más en nublarse y cegar a todos con su tan temido brillo blanco.
Masas de tierra comenzaron a sacudirse por todo el lugar. Isek estaba causando todo un terremoto y parecía querer derrumbar toda la montaña si así lograba liberarse, sin embargo seguía encadenado y atado, por lo que su fuerza psíquica terminó por tan solo causar un gran desastre en el territorio, pero no logró acertar ningún golpe a quienes le tenían. Tras unos segundos de causar sus destrozos, Isek estaba siendo pateado por sus captores y se removía del dolor envuelto en la red que le aprisionaba.
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LEYENDAS AVATAR
FanfictionDescubre qué hizo tan grande al Avatar y a las Cuatro Naciones. Conoce aquí las leyendas de Taiki, Neimeth, Isek y Jakob, los primeros 4 avatares post Wan. © Todos los derechos de las culturas y el mundo en el que se habita pertenecen a Michael Dant...