3- Naturaleza sometida

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   Ser el matón personal de una figura importante era algo normal en aquellos días. Lo que no era normal era que dicho matón fuese el Avatar. Su leyenda aún era joven, pero en sus tres vidas pasadas había ganado fama por ser imparcial sin importar cuál fuese el conflicto. Se dice que Avatar Wan estuvo en contra de las tribus de fuego en muchas ocasiones, siendo tildado de traidor dado que el fuego había sido el primer elemento que dominó. Avatar Wan, sin embargo, no se veía a sí mismo como un integrante de la tribu fuego, si bien se dice que tuvo amoríos y amistades únicamente con gente de dicha tribu. Avatar Wan velaba por la seguridad y el bienestar de la gente de todas las tribus elementales, y así como él, Taiki y Neimeth lo hicieron igual. Pero eso era el pasado.

   "Y el pasado es inservible" decía Takeo, con aquellas palabras resonando en la mente de Isek a medida que el grupo avanzaba a través de aquella intensa tormenta.

   —Si el chico fuese maestro aire y maestro agua, ya hubiéramos llegado. —oye Isek que Monty dice a su padre, y si bien su padre sabe que tiene razón lo ignora.

   —Una desigualdad climática es lo que causaría, y eso se notaría. —dice tras un largo rato Takeo, con Isek y Monty mirándose mutuamente en silencio.

   A Takeo siempre le gusta ser la última palabra, incluso aunque no tenga sentido. Es el gran jefe después de todo y no se ganó ese puesto por hablar con argumento.

   Tras un viaje de casi siete horas, el grupo de diez hombres parece haber llegado a su destino. Por ahora permanecen ocultos tras una alta colina de nieve, pero el objetivo es una pequeña aldea que todos pudieron ver desde la lejanía cuando estaban en esa alta montaña que se alza imponente y tenebrosa a unos kilómetros ya por detrás.

   —Puedo ver a su vigía, papá. Ja, es un debilucho. —dice Kenji junto a una sonrisa socarrona, estando asomado en lo más alto con unos binoculares.

   —Entonces será tuyo, Santed. —dice Takeo, con Kenji riendo un poco.

   De inmediato todas las miradas van hacia Santed, el más joven del grupo y que, tras oír la orden de su jefe, traga duro y comienza a asegurar todo su equipo.

   Isek se gira un momento para verlo, sintiendo una gran pena instantánea. Santed es un joven que perdió a sus dos padres hace un par de años en una de las últimas redadas a la tribu, meses antes de que los sabios le informaran que era el Avatar. Santed pasó a ser propiedad de los guerreros de su padre, quienes le enseñaron todo lo que iba a hacerle falta para protegerse en aquel mundo tan salvaje y horrible. Al cumplir sus 16, Santed sorprendió a todos llevando un oso ornitorrinco degollado a las puertas del jefe como muestra de lealtad, y rápidamente pasó a formar parte de su equipo personal.

   Ignorando las miradas de todos, Santed revela su cuchilla más grande y se aleja de todos para rodear la colina y acercarse de forma sigilosa hasta el vigía que señaló Kenji. Antes de que este pueda correr a sonar la campana la cuchilla del luchador prodigio le ha atravesado. La nieve se tiñe de rojo y Santed lanza la señal. Es momento.

   Una vez todos los hombres se han alzado desde detrás del monte y con sus gritos de batalla han alertado a los invadidos sobre el ataque que les estaba por caer encima, siendo muy tarde como para hacer nada. Isek, aún escondido, apenas al oír la primera explosión respiró hondo y aclaró su mirada. A unos pocos metros, aún oculto, se hallaba su padre, quien una vez empuñó su mejor espada se giró para verlo.

   —Ya sabes cómo me gusta. —Le dice su padre, con Isek poniéndose lentamente de pie y escalando sin mayor esfuerzo el monte. —Sin sobrevivientes.

   Tras unos segundos de concentración, Isek abre sus ojos y de inmediato alza sus dos manos, dando una fuerte pisada y extrayendo desde debajo de la nieve una gran roca que lanza con fuerza y determinación sobre el muro principal, atravesándolo y llegando hasta una de las cabañas, destruyendo fácilmente las paredes de madera y con gritos siguiéndole de forma instantánea. Bajando de la colina Isek se lanza corriendo directo a la cabaña, entrando en un pequeño comedor donde ve a un hombre y dos niños bajo los escombros, adoloridos y, para mala suerte de Isek, vivos. Los disparos de fuego son instantáneos, con Isek marchándose sin ver lo que ya sabe que les ha hecho.

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