4- Vidas pasadas

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   Lo último que se supo de Isek fue que llegó a la tribu, tiró el saco en la entrada y tomó uno de los caballos-avestruz árticos que tenía su gente y que además era uno de los últimos en todo el mundo. Dadas las incontables guerras que habían sacudido a la zona en las últimas décadas y el exhaustivo uso en ellas sobre estos animales peculiares por parte de las tribus de tierra, la especie había pasado a ser minoría y muchos aseguraban que, de no haber un alto a su explotación, terminarían por extinguirse dentro de poco.

   Habiendo dejado al fuerte corcel de pelaje blanco atado a un poste rocoso que alzó solo para eso, Isek se distancia un poco del animal y se acerca a un pequeño bosque que queda al este de su tribu. El este siempre ha sido la dirección adecuada para todo el que desea evadir los conflictos, ya que es en occidente donde las tribus tierra y fuego chocan con mayor frecuencia. Hacia el sur no hay nada, y el norte es desconocido...

   A medida que se adentra más entre los árboles de aquel sitio, Isek va sintiendo que lo que busca está cada vez más cerca, sin embargo no es hasta que llega a un estanque levemente hundido en la tierra y rodeado por varios muros de arbustos que se siente en un sitio adecuado y, mucho más importante, seguro. Tomando asiento con sus piernas cruzadas, Isek extiende su mano izquierda hacia el estanque y apenas la palma toca la fría agua su mente en sí se congela y, más importante aún, se consolida.

   Extendiendo su otra mano hacia el agua, Isek carga un poco de esta entre sus palmas y la lleva hasta su rostro, respirando hondo y sintiendo una profunda calma que sin duda necesitaba. Ahora más que nunca Isek no sabe qué hacer. Ha llegado a un extremo del cual es difícil regresar: la desobediencia. En su tribu, la desobediencia es castigada con cosas como perder un dedo o a un ser querido, pero él sabe bien que su padre nunca le haría nada de eso, pues lo necesita más de lo que le gustaría admitir.

   Pero, las dudas surgen. ¿Y qué si Isek ya no quiere seguir sirviendo a todos los deseos que su padre tenga? Sus oscuras y crueles ambiciones...

   ¿Qué tal si Isek quisiera hacer algo más?

   ¿Qué tal si...?

   — ¿Qué tal si quisiera ser un verdadero Avatar? —murmura, soltando un pesado suspiro y hundiendo su rostro entre sus rodillas, abrazando estas con sus brazos.

   —Probarías que ella no se equivocó contigo. —oye, alzando la mirada y asustándose al ver a una figura femenina sentada en el centro del lago sobre una base de hielo.

   La figura es de una mujer de unos 60 o 70 años, pelo blanco y ojos bien azules. Lleva un largo y grueso abrigo que indica su procedencia de las tribus de maestros agua que hay en el polo Norte. No obstante hay algo que la diferencia de Isek o de cualquier otro ser viviente. Todo su cuerpo es azul y de este irradia un ligero brillo azul y blanco.

   Es un espíritu.

   Y él la conoce.

   Uniendo torpemente sus manos a la altura de su obligo, Isek agacha levemente su mentón y toda su cabeza en señal de respeto, con la mujer sonriendo un poco.

   —Soy Neimeth, joven Avatar. Tu vida pasada más cercana. —se presenta el espíritu. —Estoy y estaré aquí siempre que necesites un consejo o quieras compañía. Así como yo, mis dos vidas pasadas también están a tu disposición. Puedes confiar en nosotros y puedes abrirte tanto como gustes. Estamos para servirte, Avatar Isek.

   Y tras eso, silencio...

   Al ir allí Isek no se esperaba para nada ponerse a hablar con su vida pasada, solo vio que un ambiente tranquilo y frío le ayudaría a pensar mejor, y es que al pensar mejor, si bien aún no lo tiene del todo claro, Isek está explorando su aspecto espiritual.

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