2- Búsqueda implacable

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   Puede que a Isek le creyeran eso de que el animal escapó, pero eso no lo liberaba de tener pendiente el quehacer. Lo que Isek supuso que pasaría es que su padre lo llevaría a los bosques del Sur y allí tendría que cobrarse la vida de algún oso-pato, tal y como se lo propusieron cuando era niño, pero lamentablemente el gran Takeo no era famoso en la región por dejar un tema en paz y seguir adelante, sino todo lo contrario.

   En esos momentos toda la tribu estaba siendo registrada por los hombres más fieles de su padre, quienes estaban siempre a su disposición y le seguían tal cual manada de perros falderos en cada pequeña obsesión que tenía. Para disgusto de Isek estos eran la gran mayoría de la tribu, lo que le daba a su padre el título de "gran jefe" o "jefe tribal". Pero eso, sin embargo, no era lo que le estaba desagradando en ese momento...

   —Venga, deja eso. Ya me ocupo. —Llega diciendo una joven de pelo negro y un par de lindos ojos verdes, entrando en la cocina y reemplazando a Isek frente al lavabo. —Wow, creí que sería un desastre... —murmura, viendo todos los platos limpios.

   —Ni que fuera Kenji. —bromea Isek, distanciándose un poco y cruzándose de brazos.

   La calma le duró poco. Pronto una fuerte consternación volvió a apoderarse de todo en él, y su hermana se dio cuenta de inmediato, dejando sus quehaceres y yendo hasta él. Cuando un hombre de la tribu estaba nervioso, estresado, enojado o en general mal anímicamente, una de las mujeres tenía la obligación de ir y servirle de consuelo.

   Aquello a Isek no le gustaba nada, pero eran tradiciones que estaban ahí desde mucho tiempo y su hermana parecía haberse acostumbrado. Ninguna mujer merecía hacer algo así si no quería, y menos si es a un integrante de su propia familia. Lo que le daba aún mucho más asco y generaba un odio mayor en su interior era el hecho de que Kenji se solía hallar "mal" a menudo. No podía esperar a que se consiguiera una novia.

   — ¿Mejor? —Le murmura su hermana, alzando tímidamente la mirada hacia él.

   Totalmente sonrojado, Isek asiente rápidamente, por lo que Lideya se pone en pie en lo que él se ajusta el cinturón de su pantalón, suspirando y acercándose a la ventana.

   —Conociéndolos, buscarán toda la noche. —comenta, volviendo a estar de brazos cruzados en lo que su hermana comienza a guardar todos los platos que lavó.

   Desde la caza fallida de su segundo hijo esa misma mañana, Takeo había ordenado que se registre toda la región en busca del animal fugitivo. Al parecer no era común que un león alce dientes de sable joven anduviese solo por allí. Había sido comprado en los mercados del Este especialmente para la ocasión, y si la búsqueda era tan intensa Isek dudaba de que fuese porque él pudiese completar su misión, sino porque ese animal sí que le costó unas cuantas bolsas de monedas a su comúnmente tacaño padre.

   De vez en cuando algunas antorchas iluminaban un poco la cocina, dado que pasaban los hombres de Takeo e iban de aquí hacia allá. Isek se hallaba sentado en la mesa del comedor, con un enorme trozo de pan en frente. Su hermana estaba del otro lado de la sala ordenando algunos pergaminos, pero permanecía atenta al joven inquieto.

   —Tengo que verlo. —dice Isek, levantándose de la mesa sosteniendo el gran trozo de pan. —Es muy peligroso que esté solo. Si lo encuentran no podré defenderlo y-

   —Si te encuentran con ese animal, Isek, nadie podrá defenderte a ti. —Le interrumpe Lideya, acercándose y tomándole por los hombros, haciendo que le vea a los ojos.

   —Soy el Avatar. —dice Isek con decisión. —Daré batalla.

   —Y no lo dudo, hermano, ¿pero luego qué? ¿Le declararás la guerra a toda la tribu? ¿Te irás en un viaje de fantasía con tu nuevo mejor amigo? —Le cuestiona Lideya, con Isek bajando lentamente su mirada, con ella sacudiéndole para que le vuelva a ver. —Creí que ya lo habías aprendido. Nunca podremos hacer lo que realmente queremos.

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