1- Punto de partida

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   Abriéndose paso entre una gran multitud, un joven de unos 17 años y cabello negro busca un sitio en el cual esconderse a la vez que va asegurándose de que no le estén siguiendo la pista con la mirada. Nadie parece estar muy al tanto de él, cuando entonces un anciano aparece de la nada y extiende sus brazos hacia él. Gracias a su juventud y fuerza propia, Jakob logra evadir el agarre y se termina metiendo en una pescadería.

   Arrastrándose fuera de la tienda por un sitio que técnicamente no es una puerta, el joven ve unas cajas a lo lejos y corre a ocultarse tras ellas. Una vez en un sitio seguro, respira hondo y se alivia un poco, cuando entonces oye un ruido que lo alerta pero que no es de ataque o levantamiento. Es una ficha redonda que rueda sobre una caja a su lado y termina cayendo sobre su rodilla, con Jakob alzando la vista y viendo al mismo anciano de antes ya sentado sobre una de las cajas que buscó utilizar como escondite.

   — ¿Seguiremos con este espectáculo o por fin podré volver a vencerte en Pai Sho? —Le cuestiona el anciano, con Jakob suspirando mientras toma la ficha y levanta.

   Ya junto al anciano, Jakob aprieta los puños y mira con molestia al señor de la larga barba blanca y túnica rojiza que cubre hasta sus pies.

   —Ah no me mires así, Jakob, sabes que solo cumplo con mi deber.

   —Esto no es un deber. —Le dice el chico, concentrando su mirada dorada en él. —Un deber es algo obligatorio y a lo que te no puedes negar. Este es un trabajo, y sí que puedes rechazarlo e incluso buscar otro. Pero te gusta el oro...

   — ¡Cuidado cómo me hablas! —Le espeta el anciano tras darle una cachetada.

   —Ya qué... Vámonos antes de que el Gran Sabio exagere y pida refuerzos al Gran Jefe. —dice Jakob, proponiéndose avanzar fuera de aquel muelle cuando entonces una mano se posa sobre su hombro, siendo la de su guardia personal y maestro, Halif.

   —Sé que esto lo he repetido de forma incansable, pero quiero asegurarme de que entiendes el por qué te hacemos todo esto. —dice Halif, con Jakob bajando la mirada. —No tenemos nada contra ti ni contra tus padres, solo que- —va diciendo el sabio, con la sola mención de sus padres habiendo ocasionado que Jakob le mire con odio. —Hay veces en las que debemos abandonar ciertas cosas, y adoptar ciertas otras.

   —Una familia, amigos, una vida... Ustedes me lo han negado todo. —murmura Jakob. —Sé que soy importante y sé que todo un mundo depende de mí, pero... yo no quiero esta carga. No la pedí, Halif. —dice, mirándolo ahora con tristeza.

   —No elegimos nuestros roles en la vida y en el mundo, joven pupilo. Lo lamento.

   Mientras Halif comienza su marcha de vuelta al gran templo en lo alto de una colina que se observa a lo lejos, Jakob se gira un momento hacia los múltiples barcos que se hallan ese día en el puerto. Aquella es la temporada en la que la mayoría de estos salen a altamar a explorar y conocer. Jakob los ha visto partir año tras año, ilusionado con tal vez algún día formar parte de la tripulación de uno de ellos. Cuando cumplió 9 dijo a los sabios, sus tutores, sobre este sueño que tenía, y ahí fue cuando todo se vino abajo.

   Con 9 años Jakob supo quién era, o qué era mejor dicho. El Avatar.

   Él era este ser único y todopoderoso que tiene la capacidad de dominar los cuatro elementos, conectarse al espíritu de la luz y traer paz y equilibrio al mundo. El pequeño Jakob se negó a serlo y recuerda cómo algunos sabios rieron ante su rabieta, mientras que otros simplemente lo ignoraron o miraron fijamente esperando a que parara, pero Jakob no paró y se quejó día tras día, noche tras noche, hasta que finalmente el Gran Sabio le dio una fuerte reprimenda. Fue entonces cuando las risas se acabaron y todos pasaron a prestarle mucha atención. Decían cuidarlo, pero solo lo estaban reteniendo pues sabían que si Jakob tuviese la oportunidad se iría, pero eso nunca podría-

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