Los días pasaban haciéndose pesados, mientras yo me mantenía encerrada en mi habitación sin querer siquiera salir a tomar un vaso de agua.
Valentín no me hablaba, no hablaba con nadie. A veces salía un par de horas a hacer sus asuntos y después regresaba sin decir nada, pasaba directo de mí hasta la cama y no se giraba ni a mirarme. Era como si de repente yo hubiera dejado de existir para él, como si no recordara que yo estaba ahí a un lado suyo.
Sabía el motivo de por qué me ignoraba, y era que no quería creer que lo que vivimos hacía un par de días era cierto. No estaba preparado para eso, jamás lo estaría, yo tampoco quería que fuese él.
No hubo ni un día en el que no dejé de llorar, mi estómago ardía de la misma forma que mi garganta y mi cabeza por la cantidad inmensa de lágrimas que salieron de mí. Llantos intensos, sollozos sin control, en el baño, en la ducha, en la bañera, en la cocina, en mi cuarto, en mi cama. Ni siquiera me importaba disimularlo aún con la presencia de Valentín, aunque a él tampoco le importaba mucho escucharme.
Se sumía en su propio mundo, su cabeza estaba alejada por completo de todo lo que tenía que ver con aquello. Cuánto me hubiese gustado saber que al menos tenía un poco de decencia y humanidad como para preocuparse, y si la tuvo, fue muy tarde después.
Pedro descansaba a mi lado sobre el colchón, hecho una bolita justo en mi estómago. Me dediqué a acariciar su pelo mientras pensaba en cuando solo éramos él y yo, solos. Su compañía era lo único que tenía hacía meses atrás, meses en los que lo único que me preocupaba era tener los apuntes de la facultad al día, meses donde mi cabeza no tenía en mente conocer a nadie, muchísimo menos creer que podría llegar a encontrarme de la manera en la que estaba ahora.
Debí haber dicho que no a la invitación de Agustina esa noche.
La puerta del cuarto se abrió de repente, Pedro saltó de la cama al instante y corrió fuera de este cuando Valentín se adentró. Como de costumbre, actuaba distante e indiferente, sin voltearse a mirarme ni por un segundo. Entró dando pasos fuertes, casi como si estuviera desesperado por algún motivo, se acercó a la mesa de luz y comenzó a rebuscar algo entre los cajones con exasperación, comenzando a frustrarse cuando no parecía encontrarlo.
"¿Dónde están los cigarrillos?" Inquirió con su voz ronca.
Me encogí de hombros al enderezarme en la cama, llevando mis rodillas a mi pecho y aferrándome a estas. Él resopló por mi respuesta casi nula y continuó buscando por todos los muebles del cuarto, la forma en la que rascaba su mejilla con una barba de hace semanas delataba a la perfección su estado de ánimo.
Supongo que se torturaba por haberse descuidado de tal manera, y es que la verdad se merecía estar dándose la cabeza contra la pared por su error tan estúpido.
Se agachó a agarrar mi bolso que yacía en el suelo en cuanto lo vio, abrió el cierre y lo vació por completo encima de las sábanas, sin darle importancia a los objetos que rebotaban en el colchón y caían al piso. Tomó la caja de cigarrillos que cayó entre todas las cosas y salió directo al balcón para prender uno.
Me odiaba por no poder quitarle la mirada de encima, por no poder dejar de observar la forma en la que fruncía el ceño cuando encendía un cigarrillo, o como rascaba sus labios resecos mientras se sumergía en sus pensamientos de buscarle la vuelta al asunto. Odiaba perderme en la manera en la que su espalda se marcaba cuando se apoyaba contra la barandilla para mirar a la calle, y los lunares que salpicaban en un recorrido su piel blanca como las nubes que cubrían el cielo. Valentín era atractivo, mucho, nadie podía convencerte de lo contrario si alguna vez lo habías visto en persona, y yo odiaba eso. ¿Cómo es que alguien tan malditamente angelical y hermoso como era él, pudo llegar a ser tan horrible, amargado, violento, feo y monstruoso al mismo tiempo?
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Cartón • 𝒘𝒐𝒔
Teen FictionUna noche lo vi. Estaba ahí parado, tranquilo, con un porro entre los labios como acostumbraba. Y me miró. Esa mirada fría que no sabés lo que quiere decirte pero de todas formas te hace estremecer igual. Eso es lo que él me hacía sentir cada segun...