31. 𝐸𝑠𝑡𝑟𝑢𝑒𝑛𝑑𝑜 𝑓𝑖𝑛𝑎𝑙

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Respiraba despacio, con las rodillas pegadas al pecho y mis brazos rodeando mi propio cuerpo. Mi cuarto estaba oscuro, el viento hacía flamear la cortina blanca del balcón.

Afuera de la habitación, silencio. Pero no por mucho.

Ruidos de llaves en la puerta principal. Un paso, dos pasos, tres pasos, cuatro pasos... silencio. La puerta del cuarto se abrió, y un demasiado ebrio Valentín se adentró tambaleándose.

Se desvestía con lentitud, sacándose la ropa poco a poco hasta quedar en sus calzoncillos. Apoyó los brazos sobre uno de los muebles sosteniendo el peso de su cuerpo reclinado y tiró la cabeza hacia abajo. Débil, pero intentando mantenerse de pie.

Una tos profunda salió de su garganta, y tuvo que llevarse una de sus manos al pecho para controlar su respiración que parecía dolerle bastante. Estaba temblando, y no era de frío porque marzo aún mantenía su calor. Volvió a toser de nuevo, esta vez más fuerte y con una respiración ahogada.

Se aclaró la garganta y se paró recto, crujió los huesos de su espalda y, al voltearse, su rostro parecía total y absolutamente perdido.

Me hice a un lado cuando comenzó a caminar hasta la cama. Quería evitarme el más mínimo roce con su persona, porque después de conocer lo dolorosa que podía llegar a ser su fuerza, prefería quedarme callada y sin moverme hasta que cerrara los ojos. Se dejó caer como un saco de papas boca abajo en el colchón, durmiéndose unos pocos segundos después.

Agarre mi teléfono y salí de la cama para caminar hasta el living, intentando hacer el menor ruido posible para evitar que se despierte de nuevo y empezara a revolear sus golpes solo porque sí.

Ese mes había sido una tortura, no desaprovechó ni siquiera una oportunidad para darme vuelta la cara de un cachetazo cada vez que se me iba la lengua. Los moretones comenzaron a hacerse más notables, especialmente los de mi brazo, que solía ser la zona más afectada gracias a sus tironeos o sus empujones extremadamente fuertes. A veces drogado, a veces borracho, a veces en todos sus sentidos.

Mi mano tembló cuando seleccioné el contacto de mamá, la vista estaba un tanto nublada debido a las lágrimas que se atajaban de salir. No, no podía simplemente llamar a mamá y decirle que mi novio me golpeaba cuando se enojaba conmigo. No podía llamar a mamá y decirle que el chico en el que ella había puesto su confianza para cuidarme todo este tiempo, hacía todo lo contrario cuando ella no estaba. No podía decirle a mamá que Valentín me hería el corazón y el cuerpo cada segundo que pasaba con él. No podía decirle a mamá que quizás, después de cortar la llamada, no me volvería a ver de otra forma que no sea muerta a golpes.

Acaricié a Pedro cuando se subió a mi regazo, acaricié su cabecita y su pelo anaranjado con algunos dibujos extraños. Deseé ser un gato por un momento, un inocente animal que era ajeno a lo que sucedía en el mundo humano, ajeno a herir y dañar.

Salí del contacto de mamá y entré al que creí que podía ser más efectivo en esa situación. Por el horario, había muy pocas probabilidades de que contestara, pero valía la pena intentar.

"¿Julia?" La voz adormilada de Tadeo apareció al quinto pitido.

"Ya sé que te dije que te quería lejos de mi vida y que no quería que te metas. Pero necesito tu ayuda..."

Pude escuchar como se movió con rapidez en lo que supuse fue su cama, dejándome saber que estaba a punto de ponerse de pie.

"¿Qué pasó?, no es normal que llames a esta hora." No pude contestar. En realidad no sabía qué contestar, porque habían pasado tantas cosas que ni siquiera sabía por donde empezar. "Julia, hablame." Insistió.

Cartón • 𝒘𝒐𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora