Capítulo 1

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No todas podemos darnos el lujo de ser románticas.
Orgullo y Prejuicio.

Aquí estaba una vez más. Con un hombre entre las piernas que no tenía idea de lo que hacía. ¿Era tan difícil hacerme llegar al orgasmo? Suspiré molesta y decidí tomar las riendas. Lo tomé por el pelo de forma brusca y lo levanté.

El rubio sonrió de forma lasiva haciendo aumentar mi enfado. Lo acosté apoyando su espalda en la cama y monté a horcajadas sobre él. Comencé a moverme en la búsqueda del punto exacto para liberarme.

Por su cara solo necesitaba dos estocadas para dejarse ir, pero yo aún no estaba lista, así que bajé el ritmo y comencé a moverme hacia delante y hacia tras una y otra vez de manera pausada.

Tomé una de sus manos y la llevé a uno de mis pechos esperando que captara la indirecta y comenzara a apretarme.

Después de un tiempo sentí el placer inundarme. Eso hizo que aumentara el ritmo hasta caer sobre él.  Me desesperé al sentir los risos rebeldes que se escaparon de mi moño.

-Ha estado bien, nena- comentó con voz gruesa y me reí sarcástica. Ha estado bien gracias a mi idiota.

Me levanté apartando su mano. Ni loca volvía a repetir con él. Busque por la habitación la ropa que el desconocido había lanzado al suelo minutos antes.

Entre el desorden que había, pude encontrar mi ropa interior y mi vestido. Me lo puse de inmediato, no quería retrasar más mi huida. Me detuve un minuto para apreciar mis nuevos zapatos de tacón rojo. Había sido un desperdicio estrenarlos esa noche.

Salí de la habitación sin volver a mirar aquel hombre. No necesitaba ninguna excusa para largarme de allí. Eso era lo bueno de tener sexo esporádico con hombres desconocidos.

Sonreí al sentir el aire fresco de la avenida impactar en mi cuerpo. Saber que no volvería a verlo mejoró mi humor.  Detuve un taxi y el conductor demoró unos segundos en entender mi dirección. El escote de mi vestido se reflejaba en el retrovisor y él no lo había pasado desapercibido. Nuestras miradas coincidieron y mi cuerpo volvió a encenderse. El guapo moreno hubiera sido un mejor candidato para estrenar mis zapatos rojos.

Abrí un poco más el escote provocándolo. Una de mis manos jugó con la abertura del vestido dejando al descubierto mi muslo derecho. Los ojos del conductor se clavaron en ese punto enviándome un escalofrío que me recorrió desde la nuca hasta la punta de mis pies. Levanté un poco más el vestido y bajé mis bragas lentamente cuando vi la fachada de mi edificio.

-Me quedo aquí – comenté rompiendo el silencio. Me incliné sobre él y metí la pieza de encaje rojo en uno de los bolsillos de su camisa. Cerré de un portazo y me perdí en el interior de mi edificio. El motor del taxi rujió segundos antes de subir al elevador. Sonreí victoriosa.

Quité lo que me quedaba de ropa al pasar el umbral y fui directo a la ducha. Me negaba dormir con residuos de mal sexo. Puede que alguien piense que soy un poco perra. Pero pienso que no está mal buscar mi propio placer. A fin de cuentas, a mí nadie me pagaba por cumplir sus caprichos. Había entendido hace mucho tiempo, que el sexo era un deporte donde ambos debían disfrutar.  Yo tenía tanto derecho como mi adversario a pasarla bien.

Rodé por la cama agotada con la imagen del taxista fija en mi mente. Me agradaba la idea de que se masturbara pensando en mí. Dejé su recuerdo almacenado en algún lugar de mi cabeza y me dormí. Caí en un sueño reparador hasta la mañana siguiente.

***

-Cariño no creo que sea sano que pases tantas noches en busca del orgasmo perfecto – murmuró Daniel, uno de mis mejores amigos – Tus ojeras dicen mucho de tu falta de sueño.

Rompiendo las reglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora