un

2K 183 34
                                    

El viento sopla con calma en dirección contraria a cada paso que da, el sentimiento de nerviosismo va creciendo en alguna parte de sus tripas a medida en que cree estar acercándose a su nuevo y posible futuro. Hellene sostiene el mango de la sombrilla con fuerza aun cuando no está lloviendo y el sol se encuentra en los más alto del cielo azul por encima de su cabeza, y quizás piense de sí misma que es un poco ridiculo de su parte el llevarla abierta entre toda la gente que sigue su camino junto a ella.

La ignoran, por supuesto, y tampoco es que le interesa demasiado ahora que está tan metida en su propia cabeza, en ese mundo mental en el que se ha sumergido casi sin darse cuenta. Se pregunta qué tipo de cuestiones podrían hacerle en la entrevista a la que está por acudir, qué clase de requisitos podrían estar pidiendo que ella probablemente no sea capaz de cumplir, y sobretodo quién exactamente será el encargado de hacerle todas y cada una de aquellas interrogantes.

¿Será él?

¿Existe siquiera la oportunidad de que le llegue a tocar con él?

No lo sabe, definitivamente no lo hace, pero una parte de ella le pide tanto al cielo porque si lo sea.

Toda su vida ha soñado con algo como esto.

Desde muy joven ha tenido este sentimiento en alguna parte del alma, muy parecido al de tener un vacío absorbente, que de alguna manera solo ha conseguido llenar a medias cuando sus ojos se enfocan en las obras de arte, esas que se encuentran en aquellos museos a los que su madre solía acompañarla casi todos los fines de semana en el intento de apaciguar aquel hueco que estaba empezando a consumirla.

Todavía recuerda haber creído que ninguna de esas obras iba a ser suficiente, que aquella sensación iba a perdurar en sus entrañas hasta acabar con la última pizca de esperanza que podría quedarle. Llegó a pensar, incluso, que no tendría salvación alguna de aquella agonía.

Pero entonces lo vio, a él, a su arte, lo que fue capaz de hacer en aquel lienzo, y sobretodo, lo que le hizo sentir.

El cielo sabe lo mucho que lo recuerda, lo imposible que le resulta el siquiera intentar opacarlo, lo presente que tiene ese momento en toda su memoria junto al nombre del dueño de aquella magnífica obra; Luke Bellerose, el artista más famoso de aquel siglo.

Aquel hombre con rizos dorados, brillantes y ojos de ensueño, que posee la capacidad de expresar la creación humana en una sola de sus obras, con tanta sencillez que incluso sepulta ser hasta poético, superior. Ha sido considerado por muchos el nuevo Pablo Picasso, o el mismísimo Vicent Van Gogh reencarnado, y la numerosa cantidad de obras en cada museo de Paris solo ayuda a contribuir con aquellas opiniones.

El señor Bellerose parece estar marcando una nueva era artística debajo de las narices de básicamente todo el mundo, y sin embargo, y aparentemente, ha estado necesitando una nueva musa que le ayude a encontrar su inspiración. O al menos eso es lo que ha dicho ese anuncio que se encuentra en todos los muros de probablemente toda Francia.

Está buscando una modelo, y en el instante en el que sus ojos se han fijado en aquellas letras, el pensamiento de tener la oportunidad de ser aquella mujer se ha quedado en su cabeza, como una sanguijuela insistiendo en succionar hasta la más mínima gota de sangre en su cuerpo. Se le ha sido inevitable el no tratar, porque quiere, necesita trabajar con el señor Bellerose; sabe que es el momento que ha estado esperando por demasiado tiempo.

Se detiene un instante para chequear la direccion que se encuentra en el volante y alza la mirada hacia el edificio que tiene al lado tan solo para enterarse de que ha llegado. Baja la sombrilla para poder observar la infraestructura y casi se le sale un silbido de impresión cuando se da cuenta de que ese es Art Deco, ese magnífico lugar en donde se crea lo más preciado de su pequeño y personal mundo; el arte.

Toma una larga respiración, lo suficientemente como para llenarse los pulmones y verse en la obligación de exhalar al instante. Cierra la sombrilla y una sonrisa nerviosa se desliza por sus labios mientras se repite una y otra vez que todo estará bien, que puede hacer esto, que podría merecerlo.

Se abre paso en el interior del edificio tras abrir las puertas, y aquella curva en sus comisuras se desvanece como la misma brisa parisina cuando se da cuenta de que, tal vez, no es la única mujer en toda Francia que está interesada en el arte, o como mucho, en ser la modelo del señor Bellerose. Una mueca atraviesa su rostro y trata de contarlas, pero resultan ser tantas que al final se da por vencida y el desánimo se abre paso en sus entrañas.

Considera que son demasiado atractivas, y con tantas diferencias que queda un poco alucinada por los rangos tan altos que posee la belleza femenina. Se llega a sentir celosa de su propio género, pensando en que ellas definitivamente conservan rasgos que bien pueden interpretarse como artísticos, un poco o totalmente diferente a la opinión que ahora tiene de sí misma al verlas a todas ellas en el mismo lugar.

Se muerde la boca sintiendo como las tripas se le revuelven hasta formarle un nudo doloroso en la boca del estómago, y todas esas esperanzas de poder ser seleccionada para el empleo sencillamente se desvanecen junto con el único atisbo de autoestima que, quizás, ni siquiera le quedaba. No cree que pueda competir contra ninguna de ellas, no piensa ni por un instante en que el universo pueda mostrarle un poco de piedad y regalarle esa oportunidad, en especial cuando su mirada se enfoca en la preciosa pelirroja que, de alguna forma, está conversando con la deslumbrante castaña que tiene al lado.

Se le alzan las cejas cuando la ve sonreír y aquel par de hoyuelos se hacen presentes en sus mejillas, y ella sinceramente tiene suficiente.

No tiene nada que hacer allí, y de verdad está a punto de marcharse cuando una puerta se abre de repente. El silencio que se forma es inminente, y una chica alta de cabello dorado y belleza infinita sale a paso rápido, como si estuviese demasiado avergonzada como para quedarse en el edificio a cotillear con cualquiera sobre su experiencia allí dentro.

Hellene la sigue con la mirada, perdiéndose completamente en la figura de aquella muchacha hasta que le pasa por el lado y desaparece de su campo de visión. Se gira, y sus orbes oscuros regresan hacia la puerta con el propósito de averiguar cuál de todas las presentes sería la próxima en pasar a lo que parece ser la oficina de entrevista. No obstante, cualquier atisbo de curiosidad es reemplazado por el escalofrío que la recorre de pies a cabeza en el instante en el que lo ve.

Él en serio está allí de pie, con los ojos demasiado azules, casi irreales, con el pelo tan rizado y radiante. Hellene piensa en él como el mismo sol, el bendito cielo, y no se da cuenta de que los labios se le secan y las cejas se le alzan en impresión en el momento en que lo aprecia pasear aquellos orbes por todo el salón de entrada. Luce como si estuviera buscando a alguien entre la multitud de mujeres paralizadas por su presencia, incluyendo a la misma Hellene, cuando de repente se detiene en un lugar.

Específicamente sobre Hellene.

¿Sobre ella?

—Tú— Habla, con la barbilla ligeramente alzada, con los labios demasiado rosados, con aquella voz que es capaz de derretir cada centímetro del cuerpo de Hellene. Lo hace, puede sentir como su anatomía reacciona a sus palabras y no se lo cree.

No cree que está hablando con ella, definitivamente no es con ella, así que se gira para ver si hay alguien a sus espaldas, para saber incluso si la rubia ha regresado y él ha decidido darle una nueva oportunidad. Pero está sola, no hay nadie, y en el instante en el que regresa el rostro hacia él, se da cuenta de que en serio le está hablando.

Hellene traga saliva.

El señor Bellerose vuelve a abrir la boca, sin dejar de hacer contacto visual con sus ojos, poniéndola todavía más nerviosa de lo que ni siquiera se ha dado cuenta de que se encuentra.

— Te deseo— Menciona lentamente, con una pequeña pausa que solamente le roba el alma y le provoca un nuevo escalofrío. —En mi oficina en este instante, por favor.

Art Deco [#1] | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora