quarante-six

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Sus grandes manos recorren toda la extensión de la espalda de su amante, repasando aquella tersa con premura y todas las ganas de quedarse con el rastro tatuado entre los dedos, llegando hacia la curva de su trasero tan solo para dejar caer la mano en aquella masa sensible por los golpes anteriores. La escucha jadear al mismo tiempo en que el impacto resuena en la habitación y se deleita con el suave ronroneo que zumba en la garganta de la morena mientras esconde la cara en la almohada.

Su palma hace contacto con sus glúteos un par de veces más, siempre inclinándose sobre ella para repartir todos estos besos que resultan en una especie de contraste a la rudeza que emplea en cada nuevo encuentro, deslizando su alma dentro de la suya, danzando en una pieza de vals que nadie les ha enseñado y que aun así conocen a la perfección porque quizás ellos mismos la han creado exclusivamente para sus espíritus adoradores del otro.

La recamara es la única testigo de las melodías de sus placeres, cada encuentro de caderas es una nota musical que solo se añade al canto de sus cuerdas vocales y el señor Bellerose tiene que respirar profundamente cuando todo se siente como si fuera demasiado. Le aparta el cabello del cuello tan solo para hundir los dedos entre aquel manantial de rizos y cerrarlos levemente, sin cesar sus movimientos, siempre siendo un poco más duro que el segundo anterior, arrebatándole un lloriqueo que se siente como una canción de cuna para su alma.

Y la besa, la besa muchísimo cuando siente como le arde la boca en anhelo, cuando el cuerpo se le está incendiando con fervor y sus labios fueran ese extintor que podría salvarlo de su propia consumación, y aun así, y sin embargo, lo único que hace es quemarse todavía más a medida en que sus lenguas se encuentran y el cosquilleo en sus entrañas incrementa enloquecidamente, hasta hacerse insoportable.

El abdomen se le tensa inevitablemente, sus gemidos y quejidos se pierden en la garganta de su amante mientras el choque de sus figuras se hace más bruto, más fervoroso, excitante incluso. Y es duro, sin una pizca de suavidad o la más mínima de bondades, el pintor se entierra en ella una y otra vez con desesperación irracional, anhelando sujetar su alma con la de su amante, deseando que aquel momento que comparten no se quedara guardado solamente en su piel, sino también en su mente.

Quiere que lo recuerde no solo por el impresionante artista que es, sino también por la clase de buen amante que ha resultado ser. Y es que él quiere muchas cosas de Hellene, pero la principal es su amor, por encima de cualquier cosa, ese que abunda en su pecho y se expande por sus nervios con cada estocada bien recibida, ese que se arrastra desastrosamente entre aquellos besos flojos y correspondidos, ese que viene acompañado de aquellos murmullos repletos de incoherencias y lívido. 

De repente, y con un escalofrío de por medio, se encuentra a sí mismo pensando en lo lleno que se siente, en la plenitud gloriosa que lo abarca con tanta fuerza que resulta ser hasta abrumador, y se da cuenta de que ha pasado por tantas mujeres hasta el cansancio tan solo para, por fin, encontrar a la correcta. Bendice el día en el que la ha enfocado entre todas esas cabelleras rubias y acentos franceses exorbitantes, agradece el momento en el que Hellene lo ha dejado entrar a su vida porque ahora conoce lo que es el verdadero amor mientras se lo brinda a ella con rudeza.

Una corriente eléctrica lo sacude, cierra los ojos con fuerza y su mano por inercia busca los dedos de la morena que se deshace debajo de él con un cantar misericordioso, con un par de lágrimas besando sus pómulos y la sensación agobiante de querer tocar el cielo con las manos y ser empujada para lograrlo. Con un gruñido y apretadas murallas alrededor de su magnánima intimidad, el señor Bellerose se deshace en sus entrañas, tensándose sobre su espalda, escondiendo el rostro en la curva de su cuello, en la esquina de su hombro, buscando refugio en su alma aun cuando las sábanas son perfectas para eso.

Jadea en busca de aire, y tiene la fortuna de poder besarla entre el cansancio y un posible letargo.

Art Deco [#1] | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora