dix-huit

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Un nuevo chillido escapa de sus labios ante la sorpresa del impacto, y por ahí mismo le sale una carcajada brillante que inunda la habitación completa al mismo tiempo en el que se venga con un nuevo ataque.

Se persiguen el uno al otro, tratando de atinar a sus cuerpos con punterías penosas y una diversión que les brota desde lo más profundo del alma hacia afuera. se disparan casi con torpeza y ensucian sus pieles con pintura de tantos colores que resultan ser un verdadero desastre.

—¡Ay!— Casi grita una vez más Hellene, quien recibe un globo de pintura amarilla justo en la esquina de la cadera rellena.

Una nueva risa se escurre de su boca y sus ojos se encuentran con el cielo azulado de aquel par de orbes que pertenecen a su jefe. Luke Bellerose se las ha ingeniado para lucir tan guapo aun cuando está cubierto de pigmentos, que Hellene se siente incluso sorprendida.

Tiene la certeza de que ella debe lucir espantosa, y eso solo le ayuda a confirmar que aquel pintor, aquel hombre con cualidades sublimes, es sencillamente de otro mundo. Su mente se sumerge tanto en aquellos pensamientos que se espanta cuando un globo le explota cerca de los pies.

—¿Todo bien, Godiva?— Pregunta Luke, con las manos manchadas y el rostro también, con el pelo rizado y dorado recogido y aun así teñidos de colores.

Hellene asiente y jadea suavemente.

—Si— Responde. —Aunque creo que necesito un momento.

El artista asiente y se acerca a ella con una suave sonrisa en los labios y los dedos libres de globos, manchado de pies a cabeza y un gesto de paz entre lo que ha sido una guerra artistica. Se detiene frente a ella, observando cómo su pecho cubierto de tinta sube y baja con cada respiración profunda.

Hellene siente su mirada con fervor y sus entrañas se retuercen cuando él hace esto de rozar la curva de su rellena cintura con la punta de los dedos. Aguanta el aliento y hace todo lo posible por mantener los ojos abiertos y controlar el temblor que nace en sus tripas.

Ahoga un jadeo cuando el pintor se muerde los labios delante de ella, y luce tantísimo como si quisiera hacerle demasiadas cosas, y en secreto Hellene lo dejaría, le permitiría que hiciera a su antojo con tal de seguir sintiéndose de la manera en que lo hace en esos instantes.

—Señor— Susurra Hellene, más para mantenerse cuerda que cualquier otra cosa.

De repente, y como si pareciera cegado por una nube lujuriosa, el señor Bellerose por fin la sostiene de la cadera, y le envuelve los dedos de la otra mano repleta de colores en la nuca. Tira de ella hasta que sus pechos se tocan y atrapa su boca casi de forma estrepitosa, fervorosa, sin un solo ápice de suavidad alguna porque parece que las ansias le han invadido y se ha dejado llevar por el eterno que conserva por ella.

Hellene se encuentra a sí misma devolviéndole el beso, con la misma pasión incesante, con esa chispa permanente que crece en su interior con cada movimiento de labios que se dan. Las piernas le tiemblan cuando el pintor le desliza la lengua en la cavidad bucal con tanta sencillez que Hellene lo percibe como si ya fuese una costumbre entre ambos.

Intenta respirar, de verdad que trata de hacerlo, pero lo único que consigue es apretarse contra el cuerpo de su jefe, y sostenerse a él cuando cree que se va a desmoronar ahí mismo.

Luke parece darse cuenta, porque la sujeta de la cintura con más firmeza, y encuentra la manera de dar oasis ciegos hasta la pared más cercana. Hellene jadea sobre su boca cuando la superficie fría hace contacto con el creciente ardor en su piel.

El señor Bellerose no le da ningún tipo de ventaja cuando la aprisiona contra su cuerpo, y solo en el instante e n el que Hellene por fin se abraza a sus hombros, es que se da a sí mismo el placer de navegar en las aguas coloridas de su carne con los dedos. La toca, con ganas, con fervor, con esa emoción que ha estado reprimiendo por sabe el cielo cuanto tiempo y que solo ahora es capaz de liberar.

A Hellene se le escapa un gemido que le traspasa el alma, y el pintor se queda tan afectado por la nueva música en sus oídos que necesita alejarse aunque sean unos centímetros. Lo hace y ambos aprovechan para recuperar el aliento.

Luke la mira por un segundo, mientras se llena los pulmones de aire la ve con devoción, con cierta lujuria adicional cuando la vista de su belleza cubierta de todos esos colores simplemente le afecta el espíritu. Se rinde ante ella y atrapa su boca con la esperanzada de que Hellene se sienta de la manera en la que él lo hace.

Y lo logra, con cada movimiento que sus labios ejercen uno sobre el otro, Hellene consigue hacerse suya, con disimulo, de una forma que solo él pudiera identificar. De un movimiento inesperado, el pintor cuela las manos por los muslos de la morena, apoyando su espalda contra el muro y perdiéndose en la danza de sus bocas.

Hellene se sostiene a él. Los jadeos se vuelven incesantes, frecuentes con cada roce que ejercen en la anatomía del otro mientras se funden en aquel beso. Uno de los dos es consciente de que de alguna manera la ropa interior queda en el olvido, mientras que el otro solo puede pensar en el ardor que le crece en las entrañas y en la pared que se mancha detrás de ellos.

Los muros son los únicos testigos del desastre de color y amor que están haciendo, y el calor de las ansias los consume de forma tan abrazadora que pueden convertirse en las cenizas consumidas de su pasión en cualquier instante. La incoherencia toca a la puerta, y de un momento a otro están sumergidos el uno en el otro.

Hellene aguanta la respiración por la intromisión a su alma, y el quejido de dolor que se escapa de sus labios es callado por la infinidad de besos que el pintor le brinda. La mima en su quietud y llenura, la abraza en su agonizante suplicio y aguarda con paciencia a que se amolde al grosor de su carne íntima. La morena jade cuando las tripas se le revuelven en ansias, y sus caderas se arquean por sí solas cuando el deseo le nubla la razón.

El señor Bellerose cierra los ojos y se permite a sí mismo expresarse a través de un bajo gemido. La sostiene con más fuerza de la que es necesaria, apretando la piel de sus muslos y calmando su dolor con pequenos besos tenidos de azul y amarillo. Y es ahí cuando todo empieza, y es una explosion de colores y sonidos de pieles al chocar, caderas encontrándose y bocas jadeantes soltando palabras sin sentido, y nombres que sirven para el deleite de su pasión eterna.

Y Hellene lo llama, una y otra vez, entre jadeos y gemidos, con los ojos cerrados y el pecho abierto. El pintor le golpea la piel del muslo izquierdo con una mano, resonando en todo el estudio. Se siente derretir cuando la escucha ronronear y pedir entre susurros por uno  más, y se da vida, y la toma con brutalidad, azotes y besos que la empujan a un límite inexplicable, tan solo para escucharla gritar más alto.

Gruñe, y entonces la ve cerrar los ojos con fuerza, y la siente tensarse contra su carne ardiente, y el señor Bellerose jura nunca haber visto una obra de arte más bella que la de una mujer consumiéndose en el éxtasis del pecado que conlleva estar y ser completamente suya.

Art Deco [#1] | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora