cinq

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Hellene no tiene idea de cuándo exactamente empieza a recuperar la conciencia, pero tiene esta voz en su cabeza que le dice que debe de levantarse porque algo muy importante está sucediendo a su alrededor y necesita estar presente para ello. Arruga las cejas y se remueve casi de manera incomoda en una superficie que ni siquiera es demasiado suave ni muy dura. Con los parpados todavía caídos decide extender la mano hacia su costado con la creencia de que puede encontrarse en su cama, sin embargo, sus dedos sienten lo que parece ser cuero y ahora está demasiado confundida.

Abre los ojos por fin, con el entrecejo fruncido reflejando su consternación sincera, y mira a su alrededor. Se sienta sin siquiera pensarlo, y la cabeza le da tantas vueltas en ese instante que se arrepiente por completo. Una mueca dolorosa se dibuja en su rostro y una voz ligeramente conocida le inunda los tímpanos.

—Tranquila. Tómalo con calma, Godiva— Murmura alguien a su lado. El tono es suave, que endulza sus oídos y la obliga a respirar, y Hellene por un segundo cree estar soñando cuando cree que se trata del hombre de su vida.

Gira el rostro para encontrar al dueño de aquellas palabras y le toma unos cuantos segundos el enfocar al señor Bellerose. Las cejas se le alzan por un solo momento, pero de inmediato cambia la expresión a una de vergüenza, sintiendo como la sangre se le va a las mejillas con fuerza mientras intenta averiguar cómo es que está en un mueble de cuero, con el mejor pintor de toda Francia a su lado, mirándola como si realmente le importara lo que sea que haya sucedido con ella.

Hellene se pregunta qué ha pasado exactamente.

—¿Dónde estamos? — Cuestiona en voz baja, porque no confía en sí misma para hablar lo suficientemente alto y conservar una pizca de firmeza.

El señor Bellerose se relame los labios suavemente.

—Estamos en mi estudio. ¿Te sientes bien?

—Huh, eso creo. ¿Qué pasó?

—¿No lo recuerdas?

Hellene frunce el ceño y sacude la cabeza con cierta inseguridad.

—Creo que no.

El pintor inhala profundamente, su mano se coloca sobre la rodilla de la muchacha y Hellene recibe una especie de descarga eléctrica que viaja desde su columna vertebral hasta alguna parte de sus tripas. El aire se le atora en los pulmones y su mirada se centra en la conexión que tiene la piel de aquel maravilloso hombre con la tela de sus pantalones.

Por un segundo se encuentra a sí misma pensando en cómo le hubiese gustado haberse puesto una falda.

Aparta aquellas ideas tan pronto el señor Bellerose contesta.

—Te desmayaste, Godiva.

Un jadeo escapa de entre sus labios y el bochorno que habita en ella ligado con el ligero éxtasis de todavía tener su mano sobre su pierna, incrementan. Se siente terrible de repente.

—Santo cielos. Lo siento tanto, señor. Yo no...

—No tienes por qué disculparte— La interrumpe con delicadeza. Su tono tan apacible, su acento tan exquisito, sus ojos demasiado azules, haciéndola sentir tan vulnerable que ni siquiera le importa cuando el rubio frota su pulgar contra la tela de su prenda inferior. —Milagrosamente has caído en mis brazos, y me ha servido para apreciar tu majestuosa belleza, si me permites ser honesto.

Esta vez, Hellene se asegura de guardarse el jadeo que se le quiere escapar de la garganta y por un instante se le nubla la vista cuando el artista le aprieta con el pulgar y el índice un punto dulce en la rodilla que ni ella misma sabía que tenía.

Art Deco [#1] | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora