quinze

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Para Hellene este realmente ha sido un día demasiado largo, y la verdad es que no ve la hora de que se termine porque es que han pasado tantas cosas en aquel intervalo de horas, que ni siquiera se lo cree.

El agua tibia de la ducha le cae sobre los hombros y la espalda mientras respira con lentitud, tratando de mantener la calma cuando percibe que está a punto de perder hasta los nervios. No sabe en qué instante le han empezado a temblar las manos , pero en esos momentos lo hacen y le resulta hasta un poco imposible respirar apropiadamente sin que su cuerpo completo se sacuda de paso.

Se llena los pulmones de aire y piensa que ha sido la conmoción de aquel día tan agitado, ocupado y lleno de tantos sucesos que su cabeza todavía no consigue asimilar apropiadamente. Ha sido mucho para menos de veinticuatro horas, y teniendo en cuenta de que la vida de Hellene no es especialmente impactante, sino más bien cotidiana, y hasta algo aburrida, después de todo quizás no le sorprende el encontrarse en ese estado de alteración.

Se lava la cara cuando termina de enjabonar su cuerpo, y debajo de sus párpados aparecen los ojos celestiales de su jefe. Fantasea un poco con aquel color brillante, espléndido, y un poco más con el dueño de ellos. No puede evitar pensar en que el señor Bellerose está realmente cerca de ocupar el puesto de el hombre más atractivo que Hellene ha podido conocer, si es que no lo ocupa ya.

La manera en la que aquellos rizos dorado caen sobre su cabeza, con gracia y sencillez, y la forma en la que todo su rostro parece ser una verdadera escultura, con aquella boca exquisita y rosada, con esa mandíbula fina y provocadora que solo se amolda al resto de sus alucinantes facciones. Y es guapo, inmensamente, y a Hellene le gustaría poder ser inmune a aquel encanto que él posee en aquellos orbes endulzantes.

Pero no lo es, de alguna manera sabe que ya está completamente perdida en él, quizás desde el instante en el que se metió a esa oficina para recibir una realmente breve entrevista de trabajo que fue aceptada.

Un nuevo suspiro se escurre de sus labios y cree que ya es suficiente por hoy. Termina de ducharse, cierra el grifo, agarra su toalla y se seca el cuerpo para salir del espacio. Se echa un vistazo en el espejo que se encuentra por encima del lavamanos y no le gusta demasiado su reflejo, así que simplemente se aleja y sale del baño para poder vestirse.

Lo hace en un santiamén, y el silencio de su habitación se vuelve tan abrumador que tiene la repentina necesidad de salir e ir a buscar a su madre. Tiene la cabeza perturbada, porque ahora el pensamiento de Ashton engañándola se hace presente, y se pregunta cuánto tiempo ha estado sucediendo algo como eso y por qué no lo vio antes.

Y quiere sentirse mal, de verdad que sí, pero lo único que consigue es percibirse culpable porque no se cree mejor que él. De hecho, es posible que haya alcanzado su mismo nivel, porque no solo ese día lo ha encontrado siéndole infiel, sino que ella misma le ha mentido con su jefe.

Se ha dejado tocar por un pintor cuya relación que mantienen debería ser meramente profesional, alejada completamente de todo lo que han hecho hoy.

Y ahora el peso de la moral le cae sobre los hombros, y Hellene se siente lo suficientemente angustiada como para literalmente echarse a llorar. Pero no lo hace, no cuando entra a la habitación de su madre y la encuentra sentada junto a la ventana abierta, con la vista espléndida de París a sus ojos y la suave y dulce brisa acariciando su rostro.

Aprieta los labios con suavidad y con los nudillos golpea la madera de la puerta para llamar la atención de su progenitora.

La mujer gira el rostro y sonríe con suavidad.

—Hola, cariño— Saluda casi con agotamiento. Hellene sabe entonces que ya ha tomado sus medicamentos. —¿Llegaste ahora mismo?

—No, lo hice hace rato, pero fui a tomar una ducha casi de inmediato.

—Ah— Asiente con suavidad. Hellene arrastra los pies hacia el interior de la habitación y finalmente se sienta a los pies de su madre. —¿Día difícil en el trabajo?

Hellene no puede evitar suspirar con profundidad y acaba por apoyar la cabeza en su regazo. Las manos arrugadas de su mamá encuentran el camino a su cabello, y le acaricia los rizos con parsimonia, como si estuviese esperando a que esté lista para contarle todo lo que ha pasado ese día.

Preferiría escribirlo, si le dejan ser honesta, y quizás en cualquier otro momento hubiese optado por la opción de recurrir a su libreta privada en donde tiene todas estas cartas personales escritas para sí misma, o tal vez para su padre.

Siempre ha tenido la idea de que es su manera de comunicarse con él, aunque a estas alturas sabe que es solo una forma de sacarse lo que tiene dentro y la perturba.

—Día difícil en general— Contesta en un murmullo.

La vista desde la ventana se hace un poco infinita con cada segundo que pasa viéndola, y las caricias de su madre resultan un pequeño consuelo para su estado abrumado.

—Ya sabía yo que por esa carita que te traes algo ha sucedido. ¿Quieres contarme?

La muchacha se encoge de hombros, como si quisiera quitarle importancia a lo que carga.

—El señor Bellerose y yo tuvimos un momento— Hace una breve pausa para respirar. —Un poco íntimo, que me ayudó a tomar la decisión de que lo mejor era que terminara mi relación con Ashton.

—Eso es interesante— Comenta con cierto tono pensativo. —¿Y hablaste con Ashton después de que saliste del trabajo?

—Sí, fui a su casa para compartir la situación con él, y bueno, me enteré de que me ha estado engañando por sabe el cielo cuánto tiempo.

Y listo, lo ha confesado, y ciertamente el decirlo en voz alta a alguien más sabe casi tan agrio que como se siente.

De repente, y para la eterna sorpresa de Hellene, su madre se empieza a reír. Lo hace con suavidad extrema, casi silenciosa, como si la brisa estuviera entre ellas silbando con cuidado de no molestarlas.

A Hellene se le arrugan las cejas, y alza la cabeza para mirarla porque no encuentra la gracias en la situación.

La mujer le regala una caricia en la mejilla.

—Oh, mon amour. Ma fille, ya te había dicho yo que ese Ashton no era bueno para ti— Le dice, como siempre lo ha hecho. Esta vez Hellene sabe que es la verdad. —Y aunque me duele el pensar que hayas tenido que presenciar sus acciones poco morales, me tranquiliza el saber que has podido tomar una decisión tan conveniente como esa, y que hayas encontrado a un hombre que verdaderamente te hace sonreír.

Hellene siente como las tripas se le revuelven al mismo tiempo en el que la sangre le sube a las mejillas y la ruboriza.

—Por favor, mamá. El señor Bellerose y yo solo mantenemos una relación profesional, o al menos eso creo— Intenta convencerla, porque la verdad es que no tiene seguridad de absolutamente nada ahora.

Ni siquiera sabe lo que siente con exactitud por el pintor. Ella solo es consciente de que le gusta cuando le pone los brazos alrededor del cuerpo y le deja pequeños besos, por más reciente que sus acciones sean, ella ha encontrado el anhelo de ser tocada por él, admirada hasta el punto de provocarle aquellas ganas de pintarla que él parece tener.

Y eso es todo.

Es su única certeza.

Todo lo demás es posiblemente algún deseo de su corazón enredado.

—¿Y qué pasó con el momento íntimo que compartieron?— Cuestiona la mujer, regresando a Hellene de sus cavilaciones.

Se vuelve a encoger de hombros.

—Fue solo eso, mamá. Un momento. No significa nada.

—Oh, fille. A veces un solo instante es suficiente para determinar todo un futuro. No ignores las situaciones, porque están aquí, y no en tu cabeza.

Hellene guarda silencio cuando no sabe qué responder a eso y simplemente vuelve a recostar la cabeza en su regazo, con la vista puesta en la ciudad y la mente envuelta en cierto pintor que por más acciones que tenga con ella, no le dice lo que verdaderamente quiere.

Supone que mañana tendrá que hablar con él, pero ¿qué le va a decir?

Art Deco [#1] | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora