vingt-deux

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Cuando Hellene es capaz de abrir los ojos y sus sentidos consiguen sincronizarse para ayudarle a ubicarse en la situación presente, lo primero que hace es preguntarse en dónde en el mundo es que está.

Los recuerdos son vagos en su memoria, y lo cierto es que le late tanto la cabeza que apenas puede concentrarse debidamente. Arrastra la mirada hacia el frente y se encuentra con una cabellera de rizos dorados y un cuerpo alto y delgado.

Le está dando la espalda y hay otra persona que se está encargando de limpiar el suelo, mientras el rubio parece señalarle con amabilidad los lugares sucios.

Es ahí cuando Hellene recuerda lo enferma que ha estado, que todavía se encuentra. El malestar la inunda, pero más la invade el dolor agudo de la presencia del mismo hombre que la ha abandonado como si nada de lo que hubiese sucedido entre ellos fuera importante.

Cierra los ojos por unos segundos, y cuando los vuelve a abrir, el señor Bellerose se ha girado para echarle un vistazo. Una sonrisa de alivio se dibuja en sus labios rosados y Hellene se da cuenta de que le brillan muchísimo los orbes, como un par de estrellas en la noche más oscura.

Se pone la mano en la frente cuando la cabeza le late dolorosamente, pero se encuentra con una tela húmeda y fría sobre su piel. Respira, y piensa que se le han puesto para bajarle la fiebre que la mantiene tan débil como ahora.

Apenas puede moverse, y le gustaría hacerlo cuando el señor Bellerose se acerca a ella lentamente. Se coloca sobre sus rodillas a su lado y extiende la mano en su dirección para apartarle los mechones rizados de la cara.

Hellene gira el rostro, evitando su tacto, porque sabe que le arderá más que la misma fiebre y le lastimará el corazón eternamente. Escucha el suspiro pesado del pintor y de alguna manera tiene estas ganas espantosas de llorar porque lo echa tanto de menos, porque le gustaría con toda sinceridad estar entre sus brazos, en su boca, ser llamada Godiva contra su pecho escuchando como su corazón late a cada segundo.

Pero no puede, porque Megan ha ocupado ese lugar y ella no tiene fuerzas para siquiera pensar en cómo recuperarlo.

—¿Cómo te sientes, Godiva?— Murmura Luke, casi cruzando la línea del susurro eterno. Hellene no puede evitar mirarlo, y aquel azul en sus orbes logra que el alma se le revuelva en el pecho y que tenga muchas ganas de llorar. Un pequeño sonido de lástima escapa de él. —Oh, estás pálida.

—Estaré bien— Responde en el mismo tono.

Luke chasquea la lengua.

—Lamento mucho haberte mandado aquí arriba. Así como también lo siento por haber permitido que te fueras ayer con ese aguacero tan grande. No sé en qué estaba pensando.

Hellene se queda callada, y simplemente lo observa, y es posible que desee tantísimo una caricia de su parte, lo que sea, porque todavía tiene frío, porque aún conserva aquellos sentimientos abrumadores que la abordan cada vez que está así de cerca.

Se llena los pulmones de aire y permite que su boca se abra para soltar la pregunta que no ha abandonado su cabeza.

—¿Quién es Megan?

Para el desconcierto de Hellene, Luke sonríe de manera casi incrédula, como si la cuestión fuese lo más aleatorio del momento.

—Megan es...

Las palabras se quedan perdidas en el aire justo en el instante en el que la puerta se abre con fuerza. Una morena con tacones altos y el maquillaje corrido por las mejillas debido al montón de lágrimas que suelta, entra de pronto, sollozando débilmente antes de exclamar.

Art Deco [#1] | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora