trois

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El sentimiento de emoción que invade a Hellene mientras recorre las calles de París devuelta a casa es tan grande que la verdad no tiene ni idea de como es que la imprudencia no la ha abordado todavía. Tiene estas inmensas ganas de bailar, de cantar incluso, aun cuando es plenamente consciente de que ella en serio no tiene talento para ninguna de las dos actividades, pero es que no puede evitarlo, se encuentra tan contenta que se cree capaz de todo.

Ha recibido el empleo de su vida, y ha tenido que hacer un enorme esfuerzo por no desmayarse en ese instante al escuchar las palabras salir de los increíbles labios del señor Bellerose. Todavía le cosquillean los tímpanos ante el recuerdo de su voz, aquella gruesa melodía con aquel acento francés demasiado marcado, excesivamente bueno, alucinantemente estimulante; si, Hellene ha tenido que poner mucho de su parte para guardar la compostura, aunque por supuesto, ha estado a punto de perderla por las buenas noticias.

El pintor le ha dicho que puede empezar al siguiente día, desde ya, y para ella definitivamente no ha resultado ningún problema porque después de todo tampoco es como que tiene algo que hacer con su día a día desde que salió de la universidad con una licenciatura en artes liberales que no sabe si va a utilizar. Es un tema complicado, y mientras cruza la entrada de su edificio prefiere no pensar en ello ahora porque debe enfocarse en las cosas buenas que le están sucediendo.

Va a trabajar con el mismísimo Luke Bellerose, sinceramente no considera que pueda haber alguna oportunidad mejor que esa, por lo menos, no para ella.

Se relame los labios ocultando el chillido de alegría que todavía sigue atascado en su garganta, y la sonrisa enorme que tiene en la cara no le pasa desapercibida a absolutamente nadie. Le llegan a temblar las comisuras, y tiene que resoplar en un intento de darle un descanso a los músculos de su rostro. Pero es que esta tan feliz, tan orgullosa de haber conseguido este empleo que ni siquiera sabe que hacer más que sonreír, y probablemente echarse a llorar en algún momento del día.

Deja la sombrilla en una esquina de la entrada y la curva en su boca se reduce cuando esta a punto de llamar a su madre para contarle. Se detiene en medio de la sala cuando la ve sentada en uno de los muebles en el balcón, dormida mientras la brisa parisina de la tarde le acaricia el rostro y la hace preciosa, sana.

Hellene se acerca con cierta lentitud.

—Mamá— La llama con suavidad, sin intenciones de sobresaltarla ni asustarla. —Mamá despierta.

Le coloca la mano sobre el hombro y se lo sacude lentamente para tratar de despertarla. Hay un deje de pena en su propia expresión al verla, tan agotada, demasiado mayor, un tanto enferma por los años que tiene encima y apacible como nadie. Hellene sabe que su madre es una persona maravillosa, y que ha pasado por tantas cosas que honestamente no sabe como es que la bondad sigue habitando en su ser.

Le vuelve a mover el hombro, y la anciana mujer por fin separa los parpados. Le toma unos cuantos segundos el adaptar la vista, pero eventualmente aquellos ojos verdes brillantes caen sobre ella y Hellene está lista para echarse a llorar ahora sí. La enorme sonrisa vuelve a cruzarse por sus labios y no tarda otro segundo en hablar.

—Lo he conseguido, mamá— Murmura con la voz casi rota, inmensamente contenta. Las palabras se sienten como cosquillas en su alma y la sensación burbujeante que tiene en el pecho la abruma de buena manera —El empleo es mío, mío, mío. Lo he logrado.

La mujer abre la boca en impresión, y sus arrugadas manos caen sobre el rostro de Hellene. Le regala varios besos por todo el rostro con alegría antes de sostenerla.

—Oh, ma fille, eso es asombroso. Sabía que lo conseguirías— La felicita con afección divina, con palabras sinceras y un destello en los orbes que hace que Hellene se conmueve todavía más. —No sabes lo orgullosa que estoy de ti, y tu padre también lo estaría.

La mención de su padre la debilita al saber que no puede compartir el logro con él, pero no opina nada al respecto porque sabe perfectamente que su madre le diría que se encuentra en alguna parte del cielo, cuidándolas a ambas y asegurándose de que cuando le echen de menos no les duela demasiado.

—Lo sé— Respira suavemente, una sonrisa tiembla en sus labios. —No sabes lo feliz que estoy. Conocer a Luke Bellerose ha sido uno de mis mayores sueños, y no solo he podido hacer eso, sino que también voy a trabajar con él. Eso es más de lo que me podía imaginar.

—Es lo que te mereces, cariño. Solo el cielo y tú saben lo mucho que te inspira aquel artista.

Hellene asiente con un suspiro ante sus palabras y se endereza en su lugar cuando la espalda baja empieza a resentirle la posición. Se pasa la lengua por los labios con un diminuto quejido de por medio, su madre vuelve a hablar.

—¿Cuándo empiezas, fille? — Cuestiona, la brisa sopla hacia ellas con calma, y Hellen inspira todo lo que puede.

—Mañana mismo. El señor Bellerose me ha dicho que mientras más pronto, mejor.

—Fantástico. ¿Ya se lo contaste a tu noviecito ese...? — Hace una pequeña pausa para suspirar casi agotada, como si hubiese estado corriendo y solo ahora ha sido capaz de detenerse. —Eh. ¿Cuál era su nombre?

Hellene pone los ojos en blanco y se aleja camino a la cocina para conseguirse un vaso de agua.

—¿Por qué será que siempre te acuerdas de todos los nombres, menos del de mi novio? — Inquiere con cierta burla, porque sabe a ciencia cierta que su madre nunca ha estado fascinada por él.

Hellene ha aprendido a superarlo.

—Es que no me agrada ese Antonio, ma fille, ya te lo he dicho— Le recuerda. Hellene se ríe suavemente, casi en silencio. Se llena el vaso de agua y regresa con su madre al balcón.

Ocupa el asiento a su lado y respira profundamente antes de dar un largo trago. No se ha dado cuenta hasta ahora que, entre la caminata de regreso y la emoción, ha quedado increíblemente sedienta.

—Es Ashton, mamá, no Antonio. Y todavía no le cuento nada, quería que lo supieras tú primero.

Y es cierto, Hellene de verdad ha deseado que su madre fuese la primera en saber que ha obtenido el empleo, sin embargo, se siente un poco culpable cuando sabe que, tal vez, se ha olvidado completamente de Ashton y solo ha podido pensar en el magnífico y talentoso señor Bellerose.

Para ella resulta ser tan surrealista el empezar a trabajar para él, y honestamente, y ahora que ha conseguido calmarse un poco y que los pensamientos son más coherentes y las hormonas de entusiasmo ya no son priman en exceso dentro de su organismo y su cerebro, se da cuenta de que no sabe si esta enteramente lista.

¿Lo está?

Art Deco [#1] | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora