trente et un

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El pintor y su musa se encuentran acostados en la cama, envueltos en unas sábanas que cubren sus cuerpos entrelazados, con piernas y brazos cruzados entre sí y un rostro escondido en la curva de alguno de sus cuellos. El artista acaricia con suavidad el inicio de la espalda y parte de los hombros, trazando figuras imaginarias sobre su piel morena mientras se deleita con cada latido de corazón que consigue sentir contra su propio pecho.

Hellene mantiene los ojos cerrados, dormitando suavemente, inhalando la colonia de su amante al mismo tiempo en el que piensa que no hay mejor lugar para estar que sus brazos. Luke, por su lado, con los párpados bien abiertos, observando cada pequeño detalle, cada diminuta peculiaridad, todas y cada una de las cosas que adornan la piel de su amor, los lunares, las estrías, las marcas inusuales y un poco más. Y es entonces ahí cuando se le ocurre algo.

Reacciona tan pronto como la idea llega a su cabeza y se incorpora apartándose con calma para no asustarla ni nada por el estilo. Se para de la cama sin ningún problema, dejando las sábanas solamente para Hellene y caminando desnudo hacia donde se encuentra su ropa interior. Se viste en un segundo y Hellene lo mira confundida desde su posición, tiene intenciones de levantarse con él, pero el pintor la detiene antes de que pueda siquiera moverse un solo centímetro.

—No, no, no— Agita una de las manos, con una pequeña sonrisa de emoción en los labios mientras consigue ponerse la camisa sobre los hombros. —Quédate allí, quédate, regreso en seguida.

Hace esto de lanzarle un beso al aire y se marcha casi trotando para cumplir con sus palabras. Hellene termina riéndose en silencio mientras recupera su posición anterior en la cama. Respira profundamente y se pregunta a dónde habrá ido con tanto entusiasmo y por qué no la ha dejado ir con él.

No tiene tiempo para ponerse a especular al respecto, porque el artista regresa casi de inmediato, con un caballete que le da trabajo introducir en la habitación, un lienzo ancho y una caja de herramientas en donde Hellene lo ha visto guardar un montón de pinturas en varias ocasiones.

Acomoda todo en el centro del cuarto y Hellene alza las cejas cuando aquellos ojos azules caen sobre ella.

—Siéntate pegada al espaldar de la cama, que las sábanas cubra tus pechos pero deja al descubierto tus piernas— Le pide, abriendo la caja de herramientas y sacando un pincel delgado. Le sonríe suavemente. —Y mírame, Godiva, mírame sólo a mí.

Hellene cierra los ojos al escucharlo hablar de esa manera, recibiendo un escalofrío cuando aquella profundidad y suavidad exquisita consiguen afectarla más de lo que puede explicarse. Se le hincha el pecho al respirar con profundidad y se mueve en el colchón para adoptar la posición que le ha pedido. Se siente un poco perdida por  su nuevo amante, en su forma de pedirle las cosas, de sonreírle de la manera en la que lo hace, de simplemente mirarla como si fuese la misma luna entre sus manos o alguna estrella superior a aquel satélite.

Hellene no puede evitar sonreírle cuando nota la emoción brillar en aquellos orbes celestiales, y se sujeta la sábana en el pecho con ayuda de sus brazos, dejando libres sus piernas de manera que sus muslos están visibles, pero no su alma. Recuesta la cabeza del espaldar y el cabello rizado le acaricia los hombros descubiertos y no puede evitar morderse los labios cuando no tiene por seguro de si la posición en la que se encuentra es lo suficientemente buena como para satisfacer al artista.

Sin embargo, parece que si lo hace, porque Luke se le ha quedado mirando, paralizado, sin ningún movimiento de por medio, o una nueva sonrisa, ni nada en especial; simplemente la mira desde allí, a ella por completo.

Hellene arruga levemente el entrecejo y ladea un poco la cabeza en un gesto confundido ante su repentina ausencia..

—¿Señor?— Le llama con suavidad, porque sabe que el apodo le gusta, porque recuerda lo entusiasmado que se pone al oírla decirle así aun cuando son una pareja.

Hay algo así como un gusto un poco fetichista en aquel nombre, pero Hellene no tiene ningún problema con él.

Y lo cierto es que resulta ser suficiente para que el señor Bellerose deje caer el pincel y la paleta en alguna parte del suelo, y que de un movimiento rápido llegue a la cama, hasta Hellene, a quien agarra de la nuca con los dedos y atrapa sus labios en un fuerte beso. Tiene intención de devorarla, de quitarle hasta el aliento para regalarle el suyo, sin importarle ni un poco si la posición en la que se encuentran ahora es cómoda o no, porque su mente está muy concentrada en el sentimiento que el verla de aquella forma le ha provocado, y solo quiere besarla, besarla tanto hasta que pudiera sentir el desorden de sentimientos que tiene en el alma por ella, por su pintura amarilla, por su musa, su preciosa Godiva.

Los pulmones se le quejan cuando no consigue respirar y a duras penas, con el dolor de su espíritu, se aparta tan solo un poco para poder tomar aire. Hellene jadea, le coloca las manos en los hombros y quiere preguntarle qué ha pasado. Pero las palabras brotan de los labios del pintor por sí solas antes de que ella pueda siquiera llegar a decir nada.

—Je t'aime. (Te quiero)

Art Deco [#1] | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora