vingt-cinq

814 89 12
                                    

Sus labios se mueven en una sintonía alucinante, hasta el punto en el que parece como si estuvieran moldeados y hechos el uno para el otro. El cuerpo de Hellene choca contra el muro cuando el señor Bellerose camina con ella entre sus brazos, y quedan justo entre La mujer que llora, de Pablo Picasso, y La persistencia de la mente Salvador Dalí, mientras sus bocas se devoran en una danza eterna y la tela de sus prendas se van quedando en alguna parte de aquella habitación.

Hellene jadea contra los labios de su jefe, su aliento caliente mareándola hasta que la cabeza le da vueltas y tiene que cerrar los ojos cuando se sofoca ante la mordida que le brinda.

—Voy a hacer que te conviertas en un hermoso lío entre estas pinturas, Godiva— Murmura el señor Bellerose, dejándole besos en la esquina de la cara, en el mentón, cerca de la curva del cuello. —Tómame la palabra en eso, amor.

Un nuevo jadeo ahogado sale desde lo más profundo de sus entrañas y quizás se le tranca el aliento en los pulmones cuando el pintor se va poniendo de rodillas delante de ella, dejando un rastro de besos por su abdomen hacia abajo.

Hellene quiere alejarlo, no porque los besos no sean de su agrado, sino por el hecho de que aquella zona de su cuerpo en realidad, y que él estuviera hundiendo los labios en aquella parte solamente la hace sentir realmente incómoda, y triste, porque de alguna manera u otra ella no es como esas chicas con el abdomen delgado, o plano, ni nada parecido.

En realidad se considera todo lo contrario, y se llega a alegrar muchísimo cuando la boca del pintor desciende hacia su pelvis y se distrae en aquella área mientras agarra los bordes de sus pantalones y bajarlos hasta sus tobillos.

Se atreve a abrir los ojos y baja la mirada hacia el pintor, encontrándose con aquellos orbes azules cargados de emociones que ella en cierta parte logra entender, porque después de todo parecen ser los mismos que ella carga adentro.

Su ropa interior inferior es retirada junto a los pantalones, y de repente se encuentra a sí misma con una pierna alzada, apoyada sobre él ancho hombro del señor Bellerose mientras él encuentra un espacio en su alma, hallando el camino hacia sus puntos sensibles, haciéndola ver estrellas debajo de sus párpados aun cuando es de día.

Hellene jadea, se le escapan varios gemidos que de verdad intenta no soltar y tiembla cuando siente que su lengua se concentra en algún punto lo suficientemente sensible como para hacerla lloriquear.

Hellene no quiere pensar en la cantidad de veces que probablemente él ha hecho algo como esto, ni a cuántas chicas él habrá llevado a ese mismo museo, a esa misma habitación repleta de todas esas pinturas que significan más para ella de lo que aparenta. No, ella prefiere apagar las inseguridades y la ansiedad de su cerebro y pensar mejor en lo bien que se siente cuando toda la atención del pintor está puesta en ella, y en todas esas veces en la que la llama Godiva con suavidad pulcra tan solo para envolverla entre sus brazos y hacerla sentir cómo nadie.

Prefiere pensar en el ahora, allí en ese momento tan íntimo, en donde él la quiere aunque sea un poquito.

Las piernas le tiemblan cuando el músculo de su boca se aventura en mares celestiales, con agilidad victoriosa y unas ganas de sobrellevar las olas de los espasmos que sufre la muchacha demasiado afectada. Encuentra el camino hacia aquellos rizos dorados y se encorva hacia abajo en un gemido cuando un escalofrío la sacude de pies a cabeza. El señor Bellerose parece darse cuenta de su debilidad, porque se queda en aquel punto dulce mientras es consciente de que en cualquier instante Hellene puede caer rendida.

Así que, para prevenirlo, hace esto de alzar su otra pierna y colocarla en su hombro libre para sostenerla.

Hellene quiere desvanecerse, porque ahora si que no puede acallar el millar de pensamientos negativos que la atacan en ese solo segundo. Sabe que no tiene peso de pluma, ni mucho menos, y eso la mortifica hasta el punto en el que necesita, con todas sus fuerzas, bajarse de él.

—N-No— Jadea, lo suficientemente alto como para que Luke se aparte brevemente y la mire desde su posición. —Bájeme, por favor.

Y quizás le toma un segundo, o probablemente ninguno, pero al final el señor Bellerose lo comprende, porque se le nota a leguas la inseguridad, porque puede ver en sus ojos bañados de lágrimas nuevas la nube oscura que la acecha con rencor e insistencia.

Así que la deja en el suelo, y se incorpora sin ningún problema tan solo para refugiarla entre sus brazos.

La abraza no pensando en nada que no sea en buscar la manera de reconfortarla, de ayudarla a que la tempestad que se ha desatado en su alma se calme lo suficiente como para que deje de temblar. Y siente pena y vergüenza por sí mismo, por no haberlo visto antes.

—Vous êtes belle, Godiva. Comme une peinture de Van Gogh— Le promete en un murmullo contra su cabello, sus dedos se pasean por la piel de su brazo en una caricia de terciopelo. —No necesitas verte bien para nadie que no seas tú misma, lo que necesitas es que comprendas por ti misma la manera en la que estas hechas, que el tipo de obra que toda tú formas, es una divinidad. A mis ojos eres el único cielo en el que quiero estar, Godiva mía. (Eres hermosa, Godiva. Como una pintura de Van Gogh.

Y aunque Hellene puede escuchar la sinceridad en su voz, tiene este pensamiento de que no puede quererse a sí misma así de rápido, de la noche a la mañana, y esa es la parte más difícil, el no saber cuándo es que puede lograrlo si es que alguna vez lo intenta.

Y en ese momento, dentro de aquella habitación escondida, en un silencio doloroso en donde cada uno de ellos tiene una perspectiva completamente diferente; ninguno de los dos tiene intenciones de dejarse ir.

Art Deco [#1] | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora