dix-sept

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Hellene mira el anillo que mantiene en su dedo con adoración, y piensa una y otra vez en lo hermoso que es. Nunca antes ha recibido un regalo como ese, ni siquiera Ashton se atrevía a comprarle joyas de ningún tipo, y aunque ella no cree ser muy fanática de ellas, está locamente enamorada de la que ahora le pertenece.

Cree que cuando se la enseñe a su madre le va a encantar, y aunque sabe que le avergonzará infinitamente, desea contarle que ha sido de parte del pintor más fantástico del mundo.

Respira profundamente en su lugar y lleva la mirada hacia él. Aprieta los labios y se pregunta cómo es posible que alguien como él pudiera interesarse en ella.

Lo considera una verdadera locura, pero de alguna forma es algo que está sucediendo.

La voz del señor Bellerose la saca de su ensoñación en cuanto habla. Está de pie junto al estante en donde se encuentran sus materiales de arte y la ve desde su posición, con las manos llenas de pinceles y pinturas mientras los mueve de lugar.

—Vamos a ir al cuarto piso, ¿crees que puedas resistir aquella altura?— Le pregunta con interés, posiblemente recordando el incidente del primer día.

Se acerca a ella y le extiende la mano para ayudarla a ponerse de pie. Hellene no duda en aceptar su agarre.

—Sí, creo que sí. Siempre y cuando no haya grandes ventanales que puedan marearme, creo que estaré bien.

El pintor asiente y le rodea la cintura para acercarla y darle un suave beso, un roce que le hace dar vueltas a la cabeza y piensa que se le hubiese caído si no fuera porque el artista hace esto de sostener su nuca con la mano libre y empujarla hacia él para besarla con profundidad.

Su cuerpo recibe escalofríos como estímulos de respuesta a las sensaciones que ahora la abordan por completo, y le devuelve el movimiento de labios aún cuando le falta el aire en los pulmones y no consigue que sus piernas dejen de temblar de la manera en la que ahora lo hacen.

Se sostiene a sus antebrazos casi en un ruego y jadea sobre su boca cuando le abre los labios para introducir su lengua. El cuerpo se le calienta ante sus acciones y le llegan a doler tanto los pulmones que un gemido lastimado se le escapa.

Solo entonces el señor Bellerose se aparta, y le permite respirar mientras apoya la frente con la suya. Le acaricia la punta de la nariz y le regala un pequeño beso al mismo tiempo en el que Hellene intenta recuperar el aliento.

La observa en silencio, grabándose su rostro afectado en la memoria, creyendo que Hellene es la obra de arte que jamás, ni en todos los años de su vida artísticas, podría recrear.

Es única, y él lo sabe.

Hellene se relame los labios abriendo los ojos y encontrándose con aquel par azul profundo.

—¿A qué iremos al cuarto piso?—  Pregunta casi en voz baja, en un potencial susurro.

—Je vais faire l'amour— Le contesta en el mismo tono, solo que lo hace tan, pero tan bajo, que Hellene apenas y puede comprender sus palabras. Él parece alegrarse de su ignorancia, y sonríe ampliamente. —Vamos a hacer una guerra de pintura, será... artistique. (Te voy a hacer el amor. Artístico)

A Hellene le gusta la idea. Le parece creativa y no puede evitar sentir curiosidad por querer saber el propósito de aquella guerra. No pone objeción alguna y acepta la mano que el pintor le ofrece antes de salir del estudio y entrar al ascensor en un santiamén.

Cuando las puertas se cierran delante de ellos, el señor Bellerose la atrapa contra uno de los muros de acero, presionando su espalda contra la superficie y aprisionando su cuerpo contra el suyo. La besa un poco más, con pasión exquisita, como si quisiera absorber hasta el último aliento de su alma.

Y al parecer lo consigue, porque Hellene tiene que quebrar el beso para poder respirar.

El señor Bellerose se ríe con suavidad. Se escucha tan contento.

—Eres tan receptiva— Murmura con la voz aterciopelada. Su boca roza el pómulo de la muchacha que todavía intenta recuperar un ritmo respiratorio estable. —Te toco y tu cuerpo reacciona al instante. Me provocas querer devorarte en un segundo, Godiva. Una y otra vez hasta desgastarte.

Hellene jadea, dejándose absorber por aquellas palabras.

—Señor— Susurra.

—Quiero escucharte, Godiva.

—¿Q-Qué?

—Quiero escucharte, llámame como te pedí que lo hicieras, Godiva. Hazlo en voz alta.

Hellene se pregunta por un instante cuánto tiempo es que tarda exactamente un ascensor en subir, aunque no se molesta en encontrar una respuesta cuando se halla a sí misma demasiado ocupada sucumbiendo al calor de su cuerpo.

Las puertas del elevador se abren en ese instante, y se siente como si hubiese sido salvada por una campana. El señor Bellerose le dedica una solitaria mirada y la agarra de la mano para salir del lugar. Consiguen recorrer el pasillo hacia una de las puertas de la derecha, Luke la abre y ambos se introducen a la habitación.

Hellene la recorre con la mirada y se impresiona por lo blancas que son las paredes. No hay un solo mueble o siquiera algún tipo de decoración, lo único que hay dentro son un montón de globos enormes colocados en canastas, y un par de ventanas abiertas que ayudan al aire a circular con naturalidad.

Se fija entonces en que cada globo tiene un color diferente, y se imagina que son para representar el tono de la pintura que lleva dentro.

Por alguna razón le sorprende el saber que la idea de la guerra de pintura ha sido literal y no una metáfora general.

—Quítate la ropa— Pide el pintor de una manera tan casual que Hellene no puede evitar sentirse confundida. El rubio se ríe en silencio ante su expresión. —Es para que no se arruine. Aunque la pintura es lavable no querrás arruinar esa linda blusa, te queda realmente bien.

La vergüenza del cumplido le sube directo a la cara y no puede resistir el fuerte latido que recibe su corazón. El nervio no le permite decir nada, así que simplemente se dedica a desvestirse hasta quedar en ropa interior.

Se muerde el interior de las mejillas y con disimulo se cubre el área del vientre con los brazos. El bochorno incrementa en su sistema en cuanto se gira y a pesar de que él se encuentra en el mismo estado de desnudez parcial que ella, el pintor no luce para nada incómodo con nada de esto.

Le regala una sonrisa que Hellene puede sentir en el alma y no puede evitar bajar la mirada cuando un rollo de calidez se instala en su vientre bajo.

—Ponte junto a aquel cesto y coge un globo— Le indica con suavidad. Se relame los labios dando unos cuantos pasos hacia ella. Hellene se mantiene estática. —No tienes nada de qué avergonzarte, Godiva. La belleza que posees justo como eres traspasa los límites humanos. Llega a lo celestial.

Hellene se guarda un jadeo al escucharlo decir aquello, y no tiene idea de cómo es que el hombre consigue soltar cosas como esas así por así. Se muerde el interior de las mejillas y sin decir nada, porque no cree poder contestar a algo como eso, camina hacia uno de los cestos, el que se encuentra en un extremo de la habitación.

Se gira para obtener información sobre lo que debe hacer, pero un chillido es lo que termina saliendo de sus labios en el instante en el que uno de los globos se estrella directamente en su muslo izquierdo.

Le deja una mancha blanca.

El señor Bellerose se ríe divertido, y Hellene no puede evitar pensar que su risa es el sonido más maravilloso que ha escuchado en toda su vida.

Art Deco [#1] | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora