vingt-quatre

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La brisa sopla con fuerza mientras ellos corren por las clases parisinas, evitan coches y se toman de las manos mientras las risas se le salen sin siquiera ser conscientes, evitando chocar con varios peatones y fallando varias veces al llevarse sus hombros sin malas intenciones. En varias ocasiones, Luke se gira hacia ella, para mirar su sonrisa, su disfrute, y se deleita con ella detrás de aquella bufanda negra, y luce preciosa, y considera obsequiársela porque piensa que le queda mejor a ella que a él, y que de todas formas no la utiliza demasiado.

Quedan algunas calles por cruzar, ninguno de los dos quiere dejar de correr porque la adrenalina y la emoción les recorre de pies a cabeza, haciendo sus corazones latir con fuerza en sus oídos, en sus pechos y la boca de los estómagos. Luego de haber empezado la pintura de Hellene poniendo las primeras capas, el pintor ha decidido ir que debían visitar el museo Picasso.

Hellene no ha estado segura de ello completamente, porque todavía sigue un poco resfriada, y a pesar de que la medicina ya estaba haciendo efecto y que tiene la cabeza más despejada, no ha tenido idea de que tan bueno sería salir así de pronto. Sin embargo, no ha podido negarse a esos ojos azules del cielo, y es por eso que se encuentra recorriendo las calles agarrada de su mano.

Logran llegar al museo y el pintor le pasa la mano por la cintura, la empuja hacia su costado y la besa delante de cualquier persona que esté cruzando por allí. Sonríe contra sus labios, entre el beso, y Hellene se abraza a él cuando la vergüenza la aborda más de lo que puede soportar. Luke la rodea con los brazos y la guarda en su pecho en un suspiro, pensando en lo feliz que le hace saber que no le está guardando ninguna especie de rencor por lo que ha sucedido con Megan. 

Se apartan a duras penas, y deciden entrar al museo de una buena vez. Se integran a un grupo de visibles turistas, guiados por una bonita señorita que les va explicando el montón de obras que cuelgan de las paredes.

—La colección del museo está formada por 200 cuadros, 100 esculturas y cerámicas y 3, 000 dibujos y grabados que cubren todas las épocas de Picasso: los periodos azul, rosa y cubista, los ballets rusos, su época neoclásica, su estilo picassiano— Dice la guia sin problema alguno, como si las palabras le salieran por sí sola de la cantidad de veces que las ha dicho. —Y la colección personal del pintor, que incluía piezas de Paul Cézanne o Henri Rousseau. El museo posee un jardín de esculturas con obras de los años 30 a los 50, podemos pasar a verlo si gustan cuando terminemos con este pasillo.

La mayoría de personas en el grupo asienten en una afirmación, y Hellene suelta una sonrisa silenciosa cuando el pintor se inclina sobre ella y le empieza a repartir varios besos en la esquina del rostro, en alguna parte de la mandíbula, cerca del cuello.

La abraza mientras continúan caminando, viendo las obras, escuchando los comentarios de los turistas, de la guía, y en ningún instante el señor Bellerose deja de darle besos a Hellene, ni de regalarle pequeñas caricias en los costados y la cintura. Parecen avanzar hacia el jardín que la empleada ha mencionado con anterioridad, y cuando Hellene está a punto de seguirles el paso, el artista la detiene en su lugar.

Hellene frunce el ceño, lo ve observar a todas partes como si quisiera asegurarse de que nadie los está mirando, y de repente hace esto de agarrarla de la mano y llevarla casi trotando hacia una enorme puerta medio escondida. Hellene respira en silencio, pero un jadeo escapa de sus labios cuando nota que el pintor saca una llave de sus bolsillos mientras sigue vigilando que nadie pueda reprenderlos.

—¿Qué estamos haciendo aquí?— Pregunta en un murmullo bajo cuando el señor Bellerose le hace un gesto para que no haga ruido.

El rubio introduce la llave en la cerradura, abre la puerta y entran a la habitación. Hellene abre la boca impresionada y por un instante piensa que han entrado a una especie de mundo aparte, algo que se supone que no debería de estar allí si el museo está exclusivamente dedicado a Pablo Picasso. Sin embargo, este lado de la vida no parece serlo, porque se encuentra repleto de obras de Vincent Van Gogh, de Leonardo DaVinci, Hellene puede ver incluso pinturas de Salvador Dalí, y queda alucinada, encantada.

—¿Te gusta?— Susurra el señor Bellerose, cerrando la puerta otra vez con pestillo y acercándose a su lado.

Se pega a su costado y encuentra su mano tan solo para tomarla y llevársela a los labios. Le deja un beso en el dorso y la arrastra consigo hacia las pinturas de Vincent.

Ambos respiran, y Hellene se da cuenta de lo mucho que al pintor parece gustarle Van Gogh, puede verlo en el brillo de su mirada, en la manera en la que su pecho se hincha con la obra que tiene delante, en la forma en la que puede incluso escuchar cómo su corazón late en emoción por estar allí, simplemente ahí.

A Hellene la invade el sentimiento de conmoción y tiene estas breves ganas de llorar cuando se da cuenta de que están parados frente a La Noche Estrellada.

—Esta obra  fue pintada en el año 1889, el mismo año que Van Gogh se arrancó el lóbulo de la oreja después de mantener una fuerte discusión con su amigo Gauguin— Explica Luke con una suave sonrisa, casi nostálgica mientras sus orbes están contemplando el cuadro con sincera devoción. —La pintura muestra la vista exterior durante la noche desde la ventana del cuarto del sanatorio de Saint-Rémy-de-Provence, él... se sentía acosado por las alucinaciones y lo demuestra en La noche estrellada.

Se quedan en un breve silencio, uno de pocos segundos. Hellene aprecia la belleza de la obra, Luke aprecia la belleza de Hellene en esos instantes.

—Dicen que Van Gogh solía comer pintura amarilla porque pensaba que así podría poner la felicidad en su interior— Le dice en un murmullo. —No es demasiado diferente a enamorarse o drogarse, ¿sabes? De alguna forma u otra todo el mundo tiene su pintura amarilla.

—Eso suena desquiciado— Comenta ella casi en un susurro, ligeramente distraída.

El artista se llena los pulmones de aire y confiesa.

—Tú, tú eres mi pintura amarilla, Godiva.

Hellene lo mira de repente y antes de que pueda decir cualquier cosa al respecto, el pintor la agarra del rostro con ambas manos y atrapa su boca en un profundo beso, dejándola aturdida, mareada, y un poco ilusionada cuando la idea de que aquella maravillosa pintura que cuelga de la pared es la testigo de sus hazañas.

Art Deco [#1] | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora