dix-neuf

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Están en el suelo de la habitación blanca, con enormes manchas de colores en las paredes que han sido testigos del primer acto de cariño de aquel nuevo par de amantes. Se encuentran abrazados el uno al otro, en una desnudez parcial y un silencio tan cómodo que hasta les causa somnolencia.

Las puntas de los dedos del señor Bellerose trazan pequeños patrones imaginarios en la piel de Hellene, que se pierden en el instante en el que inicia nuevos trazos completamente distintos.

A Hellene se le cierran los ojos casi de forma inevitable, y por un segundo piensa que en serio le ha entregado su cuerpo a un hombre que ha sido parte de su infancia y adolescencia, como una especie de guía durante esos tiempos en donde el arte ha sido la única cosa que la ha hecho sentir un poco mejor con la vida.

Y no ha pensado en que algo como eso sucedería, en realidad, nunca se le había cruzado por la cabeza el siquiera estar en una situación como esta. Ashton jamás la presionó a tener relaciones con él, y aunque Hellene ya sabe que la única razón por la que no lo ha hecho es porque ha estado ocupado con otras personas, nunca creyó que fuese algo verdaderamente importante.

Ahora, y de alguna manera, se encuentra con ideas contrarias a ello, porque, a pesar de no ser capaz de decirlo en voz alta, lo ha disfrutado. Mucho.

El pintor ha logrado hacerla percibir mucho más de lo que lo ha hecho con su arte, y eso es algo totalmente superior a lo que alguna vez pudo concebir en su vida. Para ella todo esto es una nueva experiencia, un nuevo viaje, y se deja acariciar suavemente, pensando en que todos los días pueden ser así y mucho más, y le gusta, le gusta tanto que no puede evitar abrazarse un poco más a él y rogarle en su mente que no se aleje de ella.

Si es posible nunca.

Por fin ha conseguido aceptar aquellos sentimientos que crecen en su interior, y aunque todavía es terriblemente pronto, tiene la certeza de que no es la única que se percibe de esta manera.

Se quedan así hasta que un toque en la puerta los saca de aquella burbuja en la que se han sumergido. Hellene frunce ligeramente el ceño cuando no recuerda en qué instante la han cerrado con pestillo, pero agradece profundamente el haberlo hecho porque se encuentran teóricamente desnudos y cubiertos de pintura de todos los colores existentes.

El señor Bellerose es el primero en reaccionar, le deja un beso en los labios y se aparta tan solo para alcanzar todavía en el suelo, la camisa que ha dejado en algún lado del cuarto.

Se la pasa con cuidado. Hellene aprieta un poco los labios.

—Uhm, puedo usar mi propia ropa— Le dice, cuando el pensamiento de que ponerse algo de él ya es demasiado y cuando cree que en realidad no le va a servir.

El pintor menea la cabeza.

—Ni hablar. La pintura puede estar húmeda todavía y no me perdonaría si terminaras arruinando tu ropa por mí culpa— Se pone de pie y le regala una sonrisa. —Anda, Godiva. Puedes usarla, será mi placer.

Hellene no puede evitar sentir cómo la sangre le sube al rostro.

—Gracias, señor— Murmura, y rápidamente se cubre con la prenda para que su jefe pueda abrir la puerta.

Una furiosa fotógrafa entra estrepitosamente, y Hellene la reconoce en el instante en el que ve sus zapatos rosados de oro de tacón alto.

—Te juro que tienes que estar necesitando un jodido psiquiatra— Se queja en voz alta, sin siquiera notar la presencia de una Hellene que sigue sentada en el suelo cubierta de pintura e ignorando el hecho de que Luke está en ropa interior y en las mismas condiciones. —¿Cuántas veces tengo que decir que no quiero a esa maldita lunática en mi edificio? Esa clase de animales no están permitidos aquí.

Art Deco [#1] | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora