Prefacio

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WILLOW


Hace ocho años.

Llovía a cántaros aquella mañana, pero eso no me impidió huir de casa y atravesar el pueblo en bicicleta hasta el hogar de los Ainsworth. Era la primera vez en semanas que estaba fuera del ojo crítico y vigilante de mis padres. Sabía que no volvería a tener una oportunidad igual, así que la aproveché sin dudar. Era mi último intento, el último recurso al que podía recurrir en medio de la desesperación que me atenazaba por dentro. 

El mundo colapsaba bajo mis pies y ya no podía estar segura de nada. Ni quién era yo ni qué debía hacer para no sentir tanta culpa, pena y desesperación. Los últimos vestigios de la Willow feliz estaban desvaneciéndose y lo único que se me ocurría para intentar recuperarlos era hablar con Daven. Lo necesitaba con desesperación. Necesitaba contárselo todo a alguien, a él. 

El problema es que su hermano, la única persona que podía servir de intermediario entre los dos, no estaba dispuesto a ayudarme. De hecho, lucía furioso de encontrarse conmigo. Sus ojos eran hoyos negros de odio y culpa. Él no era él. Yo sabía la razón, sabía todo. Aún así, me negué a irme sin cumplir mi cometido.

—Sólo necesito que le entregues algo. —supliqué extrayendo la carta del bolsillo de mi chaqueta impermeable. —Por favor, sólo...

—¿Es que no te cansas de molestar? —siseó con tanta ira contenida que, por un momento, tuve miedo. —Ya te lo he dicho más de una vez. Deja de jodidamente insistir en hablar con Daven. No me busques. No me llames. No. Insistas. Eres inteligente, seguro que puedes entender que se acabó. 

Retrocedí un poco en el porche. El frío me calaba los huesos hasta el punto de volver mi respiración un tanto superficial, pero, de nuevo, me negué a dejarlo estar. Tomé una bocanada de aire antes de añadir:

—Te lo pido, Devan. Es importante que Dave lea el contenido de esa carta. Esto es serio.

Mis palabras no sirvieron para hacerlo ceder y aquel encuentro se transformó en una confrontación. Ante mí apareció un demonio atormentado, alguien sumido en una oscuridad contra la que yo no podía luchar. Todas las esperanzas que tenía de hablar con Daven desaparecieron mientras escuchaba a su hermano soltar exclamaciones llenas de odio.

—¡Qué te largues, maldita sea! —vociferó haciéndome retroceder por el camino de entrada. —Él no necesita la mierda de una jodida mocosa que no puede dejarlo tranquilo sólo porque le terminó. Está en la cárcel, te lo dije. Te conté lo demás. Entiéndelo de una puta vez y aléjate de nosotros.

—Lo entiendo, pero es que necesito decirle...

—Te lo advierto, Willow. Vete. —su rostro estaba distorsionado por la ira; sus ojos desenfocados y enrojecidos. No parecía consciente de cómo la lluvia nos empapaba a ambos ni de la forma en que se cernía sobre mí. —Largo. 

—Sé que es difícil para ti, Devan. Comprendo que te sientas...

—¡FUERA!

Salté. Me había vuelto sensible a los gritos últimamente.

—No molestaré, lo prometo. Tengo una carta, sólo debes entregársela. Por favor. 

Devan no reaccionó con palabras esta vez. Avanzó y su mano se cerró con tanta fuerza alrededor de mi brazo que solté un quejido. Estaba segura de que me rompería los huesos si presionaba un poco más, por lo que decidí no provocarlo y me dejé arrastrar hacia la acera.

—Lárgate y no vuelvas aquí. —soltó en un colérico susurro con su rostro a centímetros del mío. —No quiero volver a verte merodeando ni intentando llamarme o dejando putos mensajes en mi buzón. Olvídate de Daven. 

Me soltó bruscamente. Yo trastabillé y caí sobre el duro pavimento. 

Un dolor sordo atravesó mi cuerpo asentándose bajo mi estómago. Se sintió como si una fuerza invisible hubiera succionado todo el aire de mi cuerpo. Durante varios segundos, sólo luché para llevar oxigeno a mis pulmones. Cuando finalmente lo logré y alcé el rostro, noté que Devan seguía de pie ante mí; la carta que me había llevado horas escribir ahora se hallaba en su mano y la lluvia estaba arruinándola por completo. 

—No regreses o te sacaré a patadas la próxima vez. 

Rompió el empapado papel y lanzó los trozos en mi dirección antes de alejarse. Yo permanecí en el lugar viendo cómo los restos de la carta eran arrastrados por la lluvia hacia las cañerías. Una voz en lo profundo de mi mente me ordenó ponerme en pie, así que lo hice. Recogí la bici y tomé posición en el asiento tratando, inútilmente, de controlar las olas de estremecimientos que atravesaban mi cuerpo. 

Entonces me alejé. 


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Nota de Autor: Esta historia nació de un relato que subí a mis redes y uff ha sido tan bonito, pero tan bonito escribirla que una parte de mí no quisiera que terminara. Me gustan los libros que me dejan algo, además de un rato entretenimiento. Espero que encuentren ese algo mientras leen #Dalow 🤗

Estoy en Facebook, Twitter e Instagram como @kathycoleck (sigo subiendo relatitos por allí). 

Gracias por leerme. 



El Día Que Las Estrellas Caigan ✔ (Destinados I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora