dix-sept

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Marzo trajo consigo un mejor clima. Todavía había nieve en suelo, pero rápidamente se comenzaba a derretir, la luz del día duraba más y los rayos del sol eran más directos e intensos. Podía sentirlo cuando salía, en sus hombros y la parte trasera de sus rodillas, sofocándose en sus ropas negras. En enero, incluso en el día más soleado, solo producía luz, pero no calor. Ahora, sí estaba comenzando a cambiar. Había más calientes brizas del sur y el hielo en el río comenzaba a derretirse, rompiéndose lentamente en pedazos hasta que el agua de debajo comenzase a moverlos río abajo como pequeños icebergs. De repente, con sus amigos podía pasar más que unos minutos afuera sin arriesgarse a congelarse, por lo que lo comenzaron a hacer; ansiosos luego de que el invierno terminara para sentir el sol en sus cuerpos.

Un día, caminó por el largo del muelle con Michael, Carey y Calum, solo para buscar algo que hacer, pero estaban lejos de estar a solos. La ciudad entera volvió a la vida a medida que los días comenzaban a hacerse más largos y menos fríos. Deambularon por el vestíbulo del Castillo de Frontenac. Era el hotel más hermoso que vio; viejo, vistoso y resplandeciente. Un conserje los reconoció y les ofreció mostrarles las habitaciones más caras, por interés propio, y todo fue tan lujoso que pareció surreal imaginar a alguien teniendo tanto dinero para actualmente quedarse allí. Sin embargo, se dio cuenta que lo haría. A los buenos jugadores les pagaban increíbles cantidades de dinero. Incluso ahora, en su primer año, estaba haciendo tanto que sabía qué hacer con él. Algún día quería quedarse en esa habitación con Michael. Él merecía ser tratado de esa manera.

Michael sí adoptó un gato. Creyó que estuvo bromeando sobre eso cuando hablaron en navidad, pero un día anunció que lo quería hacer, y tuvo que ayudarlo a elegir.

—Eso es tan de parejas —bromeó.

—¿No somos una pareja?

—Lo somos.

—Entonces, vamos.

Encontraron un albergue, y parados en una habitación llena de jaulas, cada una de ellas habilitadas con pequeñas bolas de pelos, quiso llevarlas todas a casa. Realmente, no era de la clase que prefería a los gatos, pero se veían tan pequeños y suaves, que definitivamente se convertiría en una. Especialmente, si es que Michael lo era. Notó uno completamente negro con piel peluda y profundos ojos azules, y apuntó en su dirección.

—Ese se parece Kellin Quinn —dijo, como una broma, pero las cejas de Michael se levantaron hacia su fleco.

—Santo cielo, sí se parece.

Su banda realizaría un nuevo álbum en las siguientes semanas, y estuvieron pasando más de una tarde escuchando los nuevos singles lo suficientemente alto para molestar a algunos vecinos, mientras tocaban guitarras de aire como tontos, usualmente terminando en uno de ellos jalándose, caer al sofá, besarse hasta que sus labios se adormecieran y frotándose hasta que se pusieran duros y lo suficientemente desesperados para tropezarse torpemente hacia la habitación.

—Ese tiene que ser —dijo decisivamente Michael.

—¿Lo crees?

—Sí. Lo podemos llamar Kellin.

Hizo una pausa por un momento, asimilando lo que tal vez escapó de la lengua de Michael antes de preguntar tentativamente; —¿Podemos?

Michael se encogió de hombros, pero no se perdió la manera en las que sus mejillas se sonrojaron ligeramente.

—Ajá. Quiero decir. Si quieres. Está bien si no.

—No, um —miró sobre sus hombros, para luego moverse más cerca de Michael. Había una empleada al otro lado de habitación, y probablemente no se encontraba parada lo suficiente cerca para escucharlos, pero no quería arriesgarse. Lo último que necesitaban era la prensa descubriendo que puede que adoptaran un gato juntos. No habría forma de dar vuelta a esa información de forma que sonora como lo que era —. No sabía que iba a ser... nuestro.

Arcadia | mukeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora