Capítulo +18
No leer este capítulo si las escenas explícitas no son de su agrado.XL. Íntimo.
La choza era pequeña.
Vacía, sucia y olvidada.
Alejada tal roca pateada fuera del sendero, tan olvidada como algunas costumbres no habladas.
El piso de piedra dura, si pudiera hablar, la última cosa que diría sería invitarte a reposar allí mismo. No tenía secreto alguno, ni rencor guardado, tan solo, si pudiera hablar, te diría que ese no es tu lugar... sin tomarlo a mal, no sería una advertencia, simplemente no iba a sentirse digno de ser un testigo de lo que sucedería.
Anea y Harry entraron en aquella choza con una antorcha, con cuidado, la situaron en un lugar preciso para así evitar que la llama traviesa se escabullera y quemara todo a su entorno. La choza lucía diferente en plena noche, bajo la luz del fuego, pero Anea y Harry apenas y le prestaron atención al lugar.
Ahí, en el centro de la choza, tan privado pero tan expuesto, Anea buscó los labios de Harry como normalmente lo hacía; por acto reflejo, por necesidad, por deseo.
El pirata de ojos esmeraldas, de figura alta y fornida, no dudó un solo instante en corresponder el beso de aquella joven que con tanto ahínco le devoraba los labios. No tardó en comenzar a quitarle la ropa, y a pesar del deseo que lo consumía, le quitó las prendas lentamente, cuidando de no dañar las telas que tanto le gustaban a Anea. Cuando la mujercita quedó desnuda, Harry se apresuró a desvestirse para quedar igual que ella. Y antes de hacer otra cosa, acomodó la ropa en el suelo, como extendiendo una sábana sobre una cama.
Ice regresó su atención a los labios de Anea, y después se inclinó, bajó por su cuello hasta llegar a aquellos pequeños círculos marrones que sobresalían en contraste a la piel blanca de Anea, pasó su lengua por estos, tan delicado como si temiera que ante un movimiento más brusco dañaría tan bella zona de la muchacha. Anea gimió cuando Harry llevó a su boca uno de sus pechos, y la muchacha, mientras veía lo que hacía aquel rudo hombre, pensó en que bien podrían ser sus senos del tamaño de limones, y aún así, Ice los disfrutaría con glotonería.
Luego de darle placer en sus senos, regresó a su boca, esta vez fue Anea quien bajó por el cuello de Ice, y siguió bajando por su torso, pero sus besos no bajaron a más, porque Harry la sujetó de los brazos, y con delicadeza, mientras él se sentaba en el suelo sobre sus ropas, jaló a Anea para que quedara sentada sobre él. La joven de ojos grises quedó con sus piernas separadas, con sus rodillas a cada lado de las piernas de Ice. Anea volvió a besarlo, sintiendo como la mano de Harry se escabullía entre sus cus cuerpos para poder llegar hasta el lugar anhelante de Anea.
Y gimió fuerte cuando sintió los dedos de Harry acariciarla, su respiración se volvía más rápida, como cuando danzaba con espadas. Su cadera se comenzó a mover siguiendo las caricias de Ice, estaba que se deshacía completa entre sus dedos. Anea siguió gimiendo al oído de Harry, llamaba su nombre mientras sus propias manos tiraban del cabello rizado del oji verde.
Mientras Harry seguía con su caricia, Anea desesperada besaba la piel de los hombros y cuello de su amante, la lamía, chupaba, la mordisqueaba incluso. Sentía un revoltijo de emociones, una energía tan horrorosa como gloriosa que la recorría entera. Empezó en los pechos, siguió por su estómago, hasta liberarse ahí, donde Harry tocaba. Pero apenas y era el comienzo, como una probada de lo que vendría. Anea gimió mientras su cuerpo se tensaba y después se relajaba, respirando costosamente sobre el pecho de Harry.
Nunca entendería porqué con Harry era el único con el que sentía tanto.
Pero si alguien intentaba entenderlo, la explicación sería que Anea lo quería. Estaba con Harry porque lo deseaba, no porque él ofreciera dinero, no porque fuera obligación de un destino absurdo, tampoco porque Harry se hubiera impuesto ante ella. ¡Nada de eso! Con Ice siempre había tenido la libertad de elegir aún sin saberlo, le entregó su cuerpo porque Harry nunca lo pidió, lo aceptó, si, pero ahí yacía la respuesta. Anea se lo entregó para que él la hiciera disfrutar, ya fuera con sus dedos, o su boca, o con algo más... El consentimiento era la dicha de ambos.
Recuperada de su más reciente placer, Anea acarició a Harry ahí, con lo que tanto placer le brindaba. Mirándolo directamente a los ojos, Anea siguió acariciándolo por unos momentos antes de alzarse un poco, lo colocó en su centro, y después, con un jalón de Harry, se dejó caer llenándose de él.
Un gemido ronco, profundo y tan varonil brotó de la garganta de Harry. Con uno de sus brazos rodeó a Anea por la cintura apegándola a él, y con la otra mano la tomó de la cadera y comenzó a ayudarla con sus movimientos sobre de él. A ambos se les escapaban gemidos profundos, gozosos, y el sonido de sus cuerpos uniéndose acompañaba la sinfonía.
Harry la besaba entera, como si no pudiera obtener suficiente de ella, y Anea se sentía como la bandera negra que el barco ondeaba; tan ligera, dejándose mover por el viento.
—Quiero estar abajo. —Pidió Anea antes de que otro gemido brotara de sus labios, Harry la detuvo, y con la respiración inestable -estaban a media partida, literalmente- se tomó un momento para responder.
—¿Segura? El piso va a incomodarte, no quiero que te hagas daño. —Respondió intentando retomar el ritmo, pero Anea asintió decidida. —Dime si te lastimas, para cambiar de posición.
Y con cuidado, Ice la recostó en el suelo, se acomodó entre sus piernas y siguió con lo suyo.
Anea se sostenía de los hombros masculinos, y sus piernas ayudaban a rodearlo, ella se abrazaba a él aferrándose tanto como podía, sintiéndolo tan profundo dentro de ella, añorando así que jamás se terminase el momento.
El sudor de ambos se mezclaba. Anea ya no sabía ni lo que sentía, más que el placer de tenerlo dentro de ella, era algo más. No sabía dónde empezaba él ni dónde terminaba ella misma, volvía a tener la sensación de ser uno solo.
Anea llevó sus manos a las mejillas de Harry, quien agitado, se detuvo un momento para mirarle los ojos a la hermosa mujer debajo de él.
Y ambos, olvidándose del momento, sonrieron, y ni siquiera el océano podría hundir lo que ellos dos sintieron.
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