21 - Los Juegos De La Tarde

153 5 0
                                    


Cuando despertó, encontró a su abuelo más sereno. Nicolás le había dejado en la mesa su desayuno: café con leche, pan tostado, manteca y miel. Iván le preguntó si lo podía ayudar en su trabajo y Nicolás le encargó que pintara unas torres de verde y de azul. Había pinceles de todos los tamaños, y los más pequeños —hechos con pelo de camello— permitían trazos casi microscópicos. Más tarde, mientras su abuelo dormía la siesta, Iván salió a pasear. Quería visitar el laberinto de Zyl (había leído en la guía que era uno de los pocos atractivos turísticos), pero no lo encontró. De todas maneras, esa ciudad que no conocía también era un laberinto para él. Tenía que aprovechar las sorpresas de los primeros días, antes de que las cosas se le volvieran familiares. Caminó en dirección a la laguna y llegó a una plaza cubierta de pastizales. Un enorme caballo de ajedrez de mármol negro asomaba su cabeza entre los arbustos. Hacía mucho calor y el cielo estaba nublado. Una lluvia repentina empapó a Iván, sin darle tiempo a buscar refugio. El chaparrón duró apenas unos pocos minutos. El sol había calentado tanto el caballo negro que ahora el mármol despedía vapor. Se trepó a la cabeza del caballo para tener una visión más amplia del parque, pero resbaló, y terminó con las rodillas hundidas en el barro. A su lado había dos chicos de su edad. Habían aparecido tan rápido que Iván se preguntó si no serían alucinaciones provocadas por el golpe. Uno llevaba un parcheen un ojo y una espada de madera; el otro, una vieja pistola de cebita. Lo miraban con desconcierto: no estaban habituados a las caras nuevas. Le preguntaron con timidez por el tatuaje.

—Lo hizo un tatuador chino—respondió Iván. Y se puso a contar su vieja historia, aumentando el dolor y la cantidad de sangre vertida. Los otros dos lo miraron sin interés.

—Eso no es un dibujo chino —dijo el del parche en el ojo.

—Es un clásico dibujo de Zyl —agregó el otro. Iván preguntó:

—¿Y cómo son los clásicos dibujos de Zyl?

—Dibujos que no se terminan en sí mismos. Dibujos que continúan en otra parte.

Iván se inquietó: los otros parecían saber de su tatuaje más que él mismo. Esperó que se burlaran de él por la mentira del tatuador chino, pero no hicieron nada de eso. Solo dijeron sus nombres. El del parche y la espada era Ríos; el otro, Lagos.

—Siempre nos llamamos por los apellidos —dijo Ríos—. En realidad, cuando estamos juntos nos dicen los «acuáticos». Los dos bajaron la cabeza al mismo tiempo, un poco avergonzados por el apodo que compartían.

—¿Jugaban a los piratas? —preguntó Iván.

Tardaron unos segundos en entenderlo.

—No, no. El parche lo uso para ver bien —dijo Ríos—. Tengo un problema de coordinación visual y veo mejor si me tapo un ojo.

Iván no quería quedarse fuera del juego y se preocupó por conseguir un arma. Improvisó un arco con una rama y el hilo de un barrilete que colgaba de los postes del teléfono. Pero ya el juego había cambiado y Ríos y Lagos se arrojaban grandes piezas de rompecabezas que encontraban en el suelo. Estaban tan gastadas que parecían objetos naturales, como las piedras y las ramas. Uno de los proyectiles dio en la cabeza de una enorme oca de yeso, que tenía el pico roto.

—En esta ciudad no hay nada que esté entero —dijo Iván.

—Es mejor así. Uno puede hacer lo que quiere —dijo Lagos, no muy convencido.

Los tres caminaban bajo la llovizna.

—Todas las tardes nos encontramos en la plaza del caballo negro —le dijo Ríos—. Vení mañana. Vamos a mostrarte algo sobre tu tatuaje. Se saludaron distraídamente, como hacen los amigos que se conocen desde hace largo tiempo.

A la tarde siguiente, apenas Iván llegó a la plaza, los acuáticos lo llevaron por una calle angosta. A los lados había talleres abandonados. Un cartel rojo decía: Soldados de plomo y cañones de bronce. Y más allá: ¿Se le ha perdido un alfil negro? Visite la Oficina de los Juegos Perdidos. En la esquina un cartel señalaba hacia la izquierda: A 500 metros, el Cerebro mágico. El juego que responde a todas tus preguntas.

—¿Qué es el Cerebro mágico? —preguntó Iván.

—Un juego de preguntas y respuestas que ya no se fabrica —dijo Ríos—.

Cuando uno daba con la respuesta correcta, se encendía una lamparita. Aquí en el pueblo está el Cerebro mágico original, un autómata que tiene frente a sí una bola de cristal. Hasta 1920 el Cerebro mágico recorría la provincia en un carro, a veces dentro de ferias ambulantes, otras veces solo. Su dueño, un turco, ya estaba cansado de esa vida itinerante, y se lo vendió a Aab. Entonces el viejo inventó el juego, y dejó al autómata en un galpón, para que todo el que quisiera pudiera consultarlo. La gente venía de lejos y formaba una larga fila para interrogarlo. Después quedó arrumbado en el galpón, con los cables pelados y las lamparitas quemadas. Mi padre está tratando de arreglarlo, pero...Lagos se rio:

—Tu padre trató de convertir a Zyl en capital nacional del ajedrez y fracasó. Trató de organizar visitas guiadas y fracasó. Trató de resucitar el viejo laberinto y fracasó. Ahora trata de reparar el Cerebro mágico...

—Algún día lo va a arreglar y entonces le preguntaré...

—¿Qué cosa tan importante podrías preguntarle?

—Por qué tengo un amigo tan estúpido. Esa sería mi primera y última pregunta—dijo Ríos.

Lagos no le dio importancia.

—¿Y la tuya, Dragó? ¿Qué preguntarías si tuvieras una sola pregunta para hacer?

Iván pensó primero en el extraño juego que había visto en el televisor blanco y negro. Pero estaba seguro de que esa pregunta alguna vez sería respondida por otro camino, y entonces la descartó. Pensó luego en el accidente de sus padres, adonde los había llevado la tormenta. Pero esa pregunta parecía demasiado grande, aún para el Cerebro mágico. Encontró una que estaba al alcance de su mano: si su madre había leído su carta, si estaba perdonado.

—No era para que te lo tomaras tan en serio. Hace quince minutos que estás callado —dijo Lagos.

—Una vez envié un juego a un concurso. Le preguntaría qué pasó con mi juego—dijo Iván, aunque no era eso lo que había estado pensando.

Mientras conversaban, se habían acercado al edificio más antiguo que Iván hubiera visto en Zyl. Una placa de bronce decía: Casa de Aab. Museo Municipal de Zyl.

El Inventor De Juegos (Libro 1/Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora