41 - Frente A Morodian

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Iván apenas tuvo tiempo de esconder entre sus ropas la libreta y el reloj. Los ejecutores lo arrastraron a través del sótano. Habían guardado sus linternas, pero de tanto en tanto sacaban de los bolsillos de su uniforme unos dados que arrojaban contra la oscuridad. Al golpear contra el suelo, los dados se encendían: algunos despedían una luz verde; otros, amarilla o azul. Al final del camino había un ascensor de reja. Iván miró hacia atrás el largo camino que había hecho, iluminado por los dados de colores. Era un buen juego, ¿por qué había fracasado? Nuevos juguetes reemplazaban a los viejos, y en todas partes sucedía así, excepto en Zyl. La ciudad no se resignaba a que los viejos juegos desaparecieran, y por eso ella misma acabaría por desaparecer. Unos minutos después Iván estaba en la habitación de los sueños de Morodian. El Profundo estaba despierto y daba grandes pasos de un lado a otro del cuarto. Sus pasos eran tan enérgicos que el cuarto parecía agrandarse a medida que lo recorría, como si las paredes, temerosas, retrocedieran.

—Prometió un laberinto. ¿Dónde está su juego, señor Dragó?

La voz de Iván sonó menos que un susurro:

—Trataba de encontrar ideas.

—¿Allá abajo? Ahora sí necesitará ideas. Encerrado y sin comida hasta que me traiga un resultado.

Iván pensó detenidamente las palabras adecuadas. Respiró hondo.

—Vengo de Zyl. Usted conoce bien la ciudad. Cuanto más se hunde, más se habla de la Compañía de los Juegos Profundos. Para mí es un honor haber llegado hasta aquí. Pero siento que todavía no entré a la Compañía. Que falta algo...

—Ya está aquí. Tiene su propio juego. Es uno de nosotros y además tengo grandes planes para usted. ¿Qué más puede pedir?

—Lo que más quiero es ser, por una noche, por un rato, un escriba del sueño. Poder oír como surgen esas frases que alimentan a la Compañía, y que se convierten en juegos, y que luego infectan la imaginación de miles de niños...

—Imposible. No hay cargo más apreciado... Se necesitan años de estudio. Si dejo que usted, sin experiencia, se convierta en escriba, pronto tendré a todos esos aburridos dibujantes y a esos patéticos ingenieros pidiendo lo mismo.

—Es algo que usted me debe por haber usado mi nombre para su juego.

Los ejecutores que rodeaban a Morodian se apartaron con temor. Sabían reconocer la ira del Profundo.

—¿Algo que yo le debo? —Morodian golpeó con fuerza el piso con su pie—. Su nombre está en un juego de la Compañía: no hay honor más grande para usted. Además, ese es el premio que ganó por haber participado en aquel concurso.

—Nunca me avisaron de ningún premio.

—Ahora lo sabe. A la larga siempre nos enteramos de las cosas que importan.

Iván estuvo a punto de preguntar por sus padres, pero sabía que por ese camino no llegaría a ningún lado. Probó con un tono de humildad.

—No pido ser un verdadero escriba. Será solo un juego. ¿No es este el mejor lugar para jugar?

—Pero no hay nada más serio que los juegos. A través de los juegos nos arruinamos la vida. A través de los juegos conquistamos el mundo.

—Tengo mis razones para insistir. Hace muchos años, cuando todavía vivía en Zyl...

—No pronuncie ese nombre. Solo yo puedo mencionar la ciudad odiada —dijo Morodian, e Iván creyó que lo echaría en ese mismo instante.

—... usted hizo un juego sobre el laberinto. Yo lo vi, pero no llegué a entenderlo.

Ahora Morodian parecía más interesado.

—¿Vio mi juego? ¿Acaso entró en la casa...? —Morodian se llevó la mano a la esfera de cristal con la pieza del rompecabezas en su interior.

—Quise saber cómo era la casa de su niñez. Y entré.

—Mis informantes no me dijeron nada de eso.

—El laberinto tiene un significado especial para usted, está mezclado con su pasado. Necesito asomarme a ese mundo.

Morodian pensó en las palabras de Iván. Era tal la fuerza de sus pasos, que cuando se quedaba quieto, el piso seguía retumbando, con si otro invisible Morodian prosiguiera su marcha. Iván insistió.

—Quiero oír yo mismo las palabras de los sueños, sin ningún escriba que haga de intermediario.

—Solo por esta vez. Diez minutos bastarán. Y más vale que sea el mejor juego que me hayan presentado jamás. Un juego digno de quien ganó el premio de la Compañía de los Juegos Profundos.

Los ejecutores llevaron a Iván a su cuarto y cerraron la puerta con llave.

El Inventor De Juegos (Libro 1/Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora