36 - El Cuarto De Ivan

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Habían regresado a la biblioteca. El escarabajo verde guardó sus patas entre sus páginas y aceptó volver a su sueño, en espera de algún nuevo lector imprudente. El falso Iván respiró con tranquilidad al ver al libro en su lugar correcto.

—No hay nada que moleste más a Morodian que los libros fuera de sitio. Había un dibujante, Reynal, que se pasaba las tardes en la biblioteca, sacando un libro de aquí, otro de allá. Siempre se le escapaba alguno. Una vez saltó una enciclopedia por la ventana. Morodian se enojó terriblemente. No volvimos a saber nada del libro.

—¿Y qué le pasó al dibujante?

—De Reynal tampoco volvimos a saber nada.

Iván iba a tomar un nuevo libro, pero prefirió dejar las cosas como estaban.

—Para permanecer en la Compañía es imprescindible que tengas una ocupación. Está prohibido ir de aquí para allá. Iván bostezó. Todo el cansancio del día se le vino encima.

—UNa vez que haya dormido unas horas, puedo ponerme a trabajar. Ya es tarde para volver a la casa de mi tía. ¿Dónde puedo dormir?

—Aquí, sobre los libros, basta con poner algunos sobre el suelo. Los de abajo son los menos peligrosos. —El falso Iván dio un largo bostezo—. Ahora me tengo que ir. Hace tiempo que terminó mi horario de trabajo.

—Tendría que llamar a mi tía. Debe estar preocupada...

—Ya se han hecho todas las llamadas necesarias.

Iván se quedó solo, feliz de librarse del otro. Antes de dormir necesitaba ir al baño. En su largo recorrido en busca del libro no había visto ninguna señal de un baño en los alrededores. Pero ahora era tanto el silencio que una canilla que goteaba lo guio hasta el fondo de un pasillo. Abrió la canilla y bebió tanta agua como pudo. En el baño había una ventana por la que se veía el parque, con sus juegos mecánicos abandonados, y las oscuras habitaciones que, según el falso Iván, era reconstrucciones de su vida.

—Si lo que dijo es cierto, entonces allí abajo está mi cuarto y mi cama. No importa que no sean los verdaderos.

Bajó por las escaleras hasta una puerta de metal y salió a la intemperie. Hacía mucho frío y se puso a temblar. Los grandes juegos mecánicos yacían a medio desarmar bajo la luz de la luna. Iván se acercó a la tienda de los patos y vio que había sido reconstruida con tanto cuidado que aún los premios eran los mismos que recordaba: un auto, una lancha de latón, un Batman, un mamut. Tomó la escopeta como para disparar, pero la dejó en susitio. Cerca del puesto de tiro, había una tienda con un cartel luminoso donde se leía:

La habitación de Iván Dragó.

La puerta estaba cerrada, pero la ventana cedió.El cuarto tenía ese frío húmedo de las casas que no han sido habitadas en muchotiempo. Al mirar el cubrecama —barcos y anclas— y el orden de las cosas, se diocuenta de que habían reconstruido su habitación tal como era cuando él teníasiete años. Reconoció algunos objetos que había creído perdidos. Cada cosa desu vida pasada encontraba allí su réplica exacta. Era el cuarto que tenía antesde que participara en el concurso de la Compañía de los Juegos Profundos, antesde que sus padres viajaran en globo y se extraviaran. Era su cuarto tal comoestaba antes de que todo empezara a suceder. No podía llorar, porque era unatristeza tan extraña que no había lágrimas que le correspondieran. Se sacó loszapatos y sin desvestirse se metió en la cama. Más tarde consultaría a Morodian,y le preguntaría todo lo que debía preguntarle. Pero, mientras tanto, a dormir.Sin ningún escriba que anotara sus sueños.

El Inventor De Juegos (Libro 1/Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora