38 - La Metrica De Los Sueños

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Después de haberle mostrado la sección de los juegos mecánicos, el ingeniero Gabler condujo a Iván hasta el otro lado de la enorme sala: la sección de los juegos simples. Aquí no había mayores peligros: los ingenieros trabajaban con lápices, gomas de borrar y tijeras. Hacían bocetos que luego —si el juego funcionaba— eran enviados a los dibujantes. El más viejo de los ingenieros estaba escribiendo a máquina, iluminado por una lámpara de escritorio que proyectaba sobre el papel una luz amarillenta.

—Es el ingeniero Tagle, nuestro máximo especialista en reglamentos —le explicó Gabler—. En un juego siempre hay situaciones insólitas; y Tagle se encarga de que ninguna de ellas deje de ser contemplada. Morodian se ocupa de corregir los reglamentos, porque, según él, Tagle tiene un sentido exagerado de la justicia. La regla de Morodian es que los juegos continúen: si alguien empieza con un juego de cartas, debe desear más cartas, y luego un tablero, y que ese tablero siga en otro...

—Para que los clientes compren más y la Compañía gane más...

—Esa es una crítica simplista que se le ha hecho a menudo a Morodian. Lo que planea el Profundo es la conexión de todos los juegos en un único juego, total y definitivo, que es la obra de su vida. Todos los juegos son partes del Juego.

Iván estaba a punto de preguntar sobre el juego que lo tenía como protagonista, cuando el sonido de una campana lo distrajo. Era un escriba que acababa de entrar y que parecía a punto de dormirse. Llevaba una campana en la mano derecha y una hoja escrita en la izquierda. Era mucho más joven que Razum. Había estado trabajando en la habitación de los sueños de Morodian y pasaba por la sala a mostrar sus resultados.

—Tiene la lapicera encendida, Quinterión —le dijo el ingeniero Gabler.

El escriba apagó la pluma luminosa que llevaba atada con una cinta a su cuello. Después cerró los ojos. Gabler le sacó la hoja que llevaba en la mano y la leyó velozmente. Quinterión no se movió, porque se había quedado dormido. Gabler agitó la mano izquierda del escriba para que sonara la campana, y así logró que el otro abriera los ojos.

—A la cama, Quinterión —ordenó Gabler.

El escriba, obediente, abandonó la sala.El ingeniero Gabler leyó la hoja y se la pasó a Iván.

—Quinterión es un buen escriba, pero no se acostumbra al horario nocturno. Aquí nos ha traído las últimas noticias del sueño de Morodian.

Iván leyó:

Soy el hijo de un triste jardinero

que ayer murió entre ramas de Jacinto

sin encontrar el último sendero,

sin hallarle salida al laberinto.

Pero a mí, sin embargo, no me importan

los neblinosos cruces de caminos

ni me asustan las rutas que se cortan.

Para mis adversarios zyledinos

habré de hacer un juego tan profundo

que no sabrán si es de noche o de día

y cuyo secreto abarque todo el mundo.

No irán solos, sino en mi Compañía.

—¿Morodian sueña en verso? —preguntó Iván.

—No, lo que pasa es que Quinterión se la da de rimador. ¿Pero cómo puedo saber si el escriba respeta el pensamiento de Morodian? Arsenio, el expulsado, era igual. Prefiero a Razum, que no agrega nada de su cosecha, salvo lo indispensable para hacer inteligibles los sueños.

Gabler volvió a mirar la página.

—Le ha tocado un tema de verdad difícil...

—¿A mí?

—Este juego será su primera tarea. Morodian tiene mucha confianza en usted: es el último heredero de la familia más prestigiosa de... La ciudad que ya sabemos y además ha ganado aquel concurso, en los tiempos en que la Compañía estaba a bordo del Trasatlántico Napoleón. ¡Los mejores tiempos, según dicen! Yo todavía no estaba entre ellos...

—Pero aquí habla de la enemistad de Morodian con Zyl. Y yo todavía pertenezco a Zyl...

—Ya se lo dije: no pronuncie ese nombre mientras esté entre estas paredes. Hay que decir: la Ciudad de los Juegos, o mejor aún, no decir nada. En cuanto al tema, no hace falta ser fiel a todos los detalles, que seguramente fueron inventados por nuestro falso poeta. Lo que importa es conservar la idea del laberinto...

—Entre tantos juegos, ya habrán hecho alguno con laberintos. Con un juego así, Morodian participó en el concurso de... —Iván evitó pronunciar el nombre de la ciudad.

—Hicimos cientos de laberintos. Todo fue a parar al basurero. Nada conforma a Morodian. De todos los temas posibles, a usted le ha tocado el peor. Pero si hace algo bueno, aunque el juego termine en los conductos de la basura, tal vez Morodian acceda a mostrarle su última obra: La vida de Iván Dragó.

—Pero yo tengo derecho a que me lo muestre ahora mismo. Usó mi nombre y mivida sin permiso.

—¿Sin permiso? ¿Qué significa la palabra permiso? Me temo que no figura en el diccionario de Morodian. Además, el juego todavía no está listo. Los que formamos la plana mayor de la Compañía tenemos hoy una reunión con Morodian, para avanzar hacia una versión definitiva.

—Yo mismo voy a buscar el juego. No debe estar muy lejos —dijo Iván, desafiante.

El ingeniero tomó a Iván del brazo y lo llevó fuera de la sala.

—Este mundo parece inofensivo. Dibujantes, escribas, ingenieros. Pero Morodian cuenta con otro departamento técnico: los ejecutores. Los trabajos sucios se los encarga a ellos.

—Hasta ahora no vi ninguno.

—Están escondidos. Cuando suena la alarma, aparecen.

—¿Cómo puedo reconocerlos?

—Camisa negra, y el emblema de la Compañía aquí, a la altura del corazón. Pero no tienen corazón. Morodian se ocupa de muchos negocios, y él nunca espera la ayuda de la suerte. Se cubre de posibles riesgos. Quien fabrica dados no confía en los dados.

Iván sintió de pronto un gran cansancio.

—Ahora quisiera dejar todo y volver a Zyl.

Esta vez el nombre de la ciudad no molestó a Gabler.

—A veces también yo sueño con volver. Pero ¿cómo me recibirían? Como un traidor. No tengo más remedio que seguir aquí. Soy un soldado de Morodian.

El Inventor De Juegos (Libro 1/Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora