34 - El Escarabajo Verde

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Recorrió el pasillo probando si alguna de las puertas se abría, hasta encontrar una sala de biblioteca con estanterías en las cuatro paredes. En el centro de la sala, frente a una mesa de madera oscura, un lector contemplaba la portada de un libro.

—El que entra por primera vez debe leer la advertencia —dijo el lector, sin mirar a Iván, y señaló un cartel escrito en letras góticas que colgaba de la pared, sobre el marco de la puerta:

Advertencia Estos libros que pueblan los estantes no son obras comunes. A menudo a los incautos sorprenden. Y ya antes a más de un lector dejaron mudo. A quien entra aquí nadie le impide que a la risa se entregue, aun al sueño. Pero de algo mejor es que se cuide: no debe actuar como si fuera el dueño. Si alguien saca un libro por la puerta el juego deja atrás la maravilla y la ira del Profundo se despierta. Ahora el nombre del juego es Pesadilla.

El lector tenía algún año más que Iván. Parecía haber crecido de golpe, porque la ropa le quedaba chica. Los botones del pecho estaban a punto de estallar, las mangas de la camisa llegaban solo hasta la mitad del antebrazo, y cuando se levantó para saludarlo, los pantalones dejaron sus tobillos al descubierto.

—¿Tu nombre?

—Soy Iván Dragó. Esperaba que alguien viniera a recibirme.

—Yo también soy Iván Dragó —dijo el otro con una sonrisa tímida, mientras le mostraba el tatuaje en su mano derecha. Exactamente igual al suyo, aunque los colores eran menos intensos. Tal vez salía con un poco de agua y jabón. Entonces Iván reconoció las prendas que usaba el otro: él también había tenido, años atrás, una camisa a rayas rojas y blancas y un pantalón azul y unas zapatillas negras.

—Yo soy el verdadero Iván Dragó.

—Yo no, gracias a Dios. Soy un Iván Dragó profesional.

—Un Iván falso.

—Falso no. Profesional. Trabajo de esto. Me contrataron para ocupar tu lugar en las representaciones.

—¿Qué clase de representaciones?

—Tu vida, allá afuera.

El otro fue hasta los ventanales. Lloviznaba. Desde allí se veía el viejo parque de diversiones, con algunos juegos a medio desarmar. Autitos chocadores que ya no chocaban a nadie, caballos de calesita sin cabeza y esqueletos del Tren fantasma bloqueaban los caminos del parque. El puesto del tiro a los patos permanecía intacto, bajo una fuerte iluminación. Los patos brillaban, recién pintados. En el fondo, el viento mecía un ojo gigantesco. Cuatro sogas mantenían al globo atado al suelo. Era idéntico al que habían usado sus padres para desaparecer del mundo.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Iván, casi sin voz.

—Morodian organizó una representación para que los dibujantes pudieran tener un modelo como inspiración. En los rincones del parque hay réplicas de tu cuarto, del museo de Zyl, de la casa de tu abuelo. Cuando el juego esté listo, se abrirá el Parque Profundo y los visitantes dispararán a los patos de latón, como Iván Dragó hizo una vez, y tratarán de no acertar, para ser fieles a su héroe. Entrarán a su cuarto, donde habrá un televisor con las imágenes de Lucha sin fin; subirán a una réplica del colegio Possum, que se hundirá entre temblores, y asistirán al último viaje de sus padres...Iván se apartó de la ventana.

—Quiero ver a Morodian.

—Imposible, está durmiendo.

—Puedo despertarlo.

—El sueño es trabajo. Las pesadillas son la parte más dura del oficio. Quizás te guíe hasta allí, si me prometes no despertarlo.

—Prometo...

—Pero no todavía... Solo cuando entre en el Sueño Profundo. Falta una hora. Mientras tanto, todos los libros están a tu disposición.

Iván recorrió las estanterías. Una escalera permitía alcanzar los volúmenes más altos. La escalera tenía en su parte superior dos garras de bronce, que se enganchaban en un barral. Subió hasta la cima de la escalera. Su cabeza rozaba el techo de la biblioteca. No reconocía ninguno de los libros que tenía frente a sus ojos.

—¿Son libros sobre juegos?

—No. Cada libro es a la vez un juego. Hay que tener mucho cuidado al abrirlos. Nunca se sabe de qué clase de juegos se trata. El falso Iván le mostró el libro que había estado hojeando. Era un libro troquelado. Al abrirlo, apareció un castillo.

—En las primeras páginas todo parece fácil —dijo el falso Iván—. Pero a medida que uno entra en el juego...

Desplegó con cuidado las páginas siguientes. En una surgieron dos torres; en otra se multiplicaron las murallas. En la quinta o sexta página, el castillo ya había invadido la mesa. Cuando el falso Iván abrió el puente levadizo, por allí avanzaron unos caballeros de papel plateado con las lanzas en ristre. Las tapas del libro se habían perdido de vista, devoradas por la construcción que se desplegaba.

—¿Todos son así?

—Todos son distintos.

Desde el cuarto peldaño de la escalera, Iván tomó un volumen azul. En la tapa se veía el dibujo de una nube y unos caracteres chinos. Al abrirlo, un chorro de agua cayó desde sus páginas y le mojó las zapatillas.

—Tenía entendido que había una nube dentro de ese libro —dijo el falso Iván—. Bueno, se ha largado a llover. Iván lo dejó en su sitio.

—No te desanimes. Hay tantos libros...

Alcanzó uno titulado El arte del rompecabezas. «Al menos», pensó, «está escrito en español». Cuando intentó abrirlo, el libro se deshizo en una multitud de piezas para encastrar. Eran tan pequeñas que reconstruirlo podría llevarle todo el resto de la noche.

—¿No hay algún libro que se pueda leer?

—Cerca de tu mano. Ahí. El escarabajo verde. ¿Te interesa el mundo de los insectos?

En la tapa se veía el lomo de un escarabajo verde con lunares negros. Temió que fuera un libro para niños. El libro era pesado y cuando lo quiso bajar algo se movió en su interior con brusquedad. Iván, asustado, lo soltó. El libro cayó al suelo con un ruido metálico.

—¿Lo rompí? —preguntó Iván.

Pero el libro no parecía roto en absoluto. Entre sus páginas se activó algún mecanismo. La portada del libro tembló y tres patas negras aparecieron de cada la doy luego asomó una cabeza de insecto con dos antenas de metal. El libro, ya convertido en escarabajo, cruzó la sala y escapó por la puerta entre abierta. El falso Iván señaló el cartel:

—Ahí dice con toda claridad que no hay que sacar los libros de la sala.

—Pero yo no lo saqué... Se escapó.

—Quien toca un libro es responsable de él hasta que el libro vuelve a su lugar en la biblioteca. No importa adonde vaya o en qué se transforme. Si no, como dice el cartel, conocerás la ira del Profundo.

—¿El Profundo?

—Morodian, el Señor Profundo. Ese es el título que se ha dado a sí mismo.

Iván se acercó a la puerta abierta, pero el escarabajo no se veía en ninguna parte. Quizás hubiese desaparecido en el fondo del pasillo.

—Será mejor que vayas a buscarlo —dijo el falso Iván—. Ahora el nombre del juego es Pesadilla.

El Inventor De Juegos (Libro 1/Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora