35 - La Habitacion De Los Sueños

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Iván corrió hasta el fondo del pasillo y llegó a ver al escarabajo que se perdía en un recodo. Más veloz que el libro, lo alcanzó antes de que cayera por la escalera. El mecanismo del libro parecía estar a punto de agotarse, las patas del escarabajo se movían con lentitud y un rumor a engranaje oxidado se dejaba oír a través de la portada. No dejaba de ser un milagro que aquel libro se moviera, pero ahora era un milagro cansado. Cuando Iván estiró la mano para tomarlo, el libro, como si hubiera encontrado una solución a su problema en alguna de sus muchas páginas, rodó escaleras abajo y se perdió de vista. El falso Iván estaba junto a él.

—¿Me estás siguiendo? —preguntó Iván.

—Quiero ver cómo actúa el verdadero Iván Dragó. Me sirve para comparar hasta qué punto soy fiel al modelo. La verdad es que estoy un poco decepcionado.

—¿Qué esperabas?

—Cuando yo hago de Iván Dragó, pongo más fuerza, más expresión. Por ejemplo, recién, en la escena del escarabajo, me hubiera tirado por las escaleras.

—No es mala idea —dijo Iván, y le dio un leve empujón.

El falso Iván, que era bastante torpe, estuvo a punto de caer rodando. Bajó los escalones a zancadas y terminó sentado en el piso. Pero estaba menos preocupado por la caída que por el libro. Miró con alarma el camino que había tomado el escarabajo verde.

—Lo que me temía —dijo—. El libro acaba de entrar en la habitación de los sueños de Morodian.

La escalera los había llevado a un hall de paredes blancas, donde había una única puerta, que estaba entreabierta. El falso Iván le hizo una señal de silencio y se asomó a la habitación.

—¿Ahí duerme Morodian?

—Silencio... —El falso Iván trató de escuchar—. Todavía no empezó a hablar.

Iván se asomó. La habitación era prodigiosamente grande. En el centro, en una cama gigante, con una cabecera que mostraba figuras de bronce, dormía Morodian. Era un hombre alto, pero la cama era tan grande que parecía diminuto. Respiraba pesadamente, y movía los dedos de las manos continuamente. Iván reconoció los largos dedos blancos que había visto en el televisor. Los párpados eran casi transparentes; a través de ellos se podía ver el movimiento de sus grandes ojos vigilantes.

—¿Sabe que estoy aquí?

—Sabe que estás, pero no distingue qué es real y qué no. Te ha incorporado a sus sueños. Mientras estás aquí, conmigo, estás a la vez en el vientre de una ballena, o en el sótano de un castillo.

Junto a la cama había un hombre vestido de negro con un cuaderno en las rodillas y un artefacto que era a la vez lapicera y linterna. Esperaba el momento de empezar a tomar nota. El falso Iván susurró:

—Uno de los trabajos más difíciles de la Compañía de los Juegos Profundos es el de anotar los sueños de Morodian. Hay un departamento especial que se ocupa del asunto, y están mejor pagos que los dibujantes, y aun que los ingenieros de juegos. Los llamamos los escribas del sueño. Son tres: duermen de día, y de noche se van turnando para cumplir con esta tarea. Morodian nunca duerme si no hay alguien que tome nota de sus sueños.

—Pero no dice nada. Duerme profundamente.

—Hacia las dos de la mañana empieza a hablar. A veces forma frases con sentido, otras veces palabras sueltas, o habla en lenguas extrañas. El trabajo de escriba del sueño es muy complicado y exige una gran sensibilidad, porque no basta con tomar nota. Si los sueños tardan en aparecer, o si se repiten sueños ya soñados, el escriba debe estimular a Morodian. Hace sonar una campana de cristal, o pasa la grabación del ruido de un tren, o aplasta una rosa frente a su nariz. El escriba miró a los recién llegados con reprobación.

—Ya nos vamos —dijo el falso Iván. Y dirigiéndose a Dragó, explicó—: Son muy celosos de su trabajo. No quieren que nadie esté presente. Cada uno tiene su propia técnica y sus secretos para hacer soñar a Morodian, y no quieren que los otros se los copien. El que está ahora se llama Razum, y es muy malhumorado, aunque tiene fama de ser el más riguroso. Quinterión, el más joven, es un poco atropellado, y más de una vez estuvo a punto de despertar a Morodian. ¡Imaginate lo que eso significa, despertar al Profundo en mitad de un sueño! Tardó en aprender que los estímulos deben ser sutiles, y que las trompetas, los desplazamientos de la cama y las jaulas con fieras estaban fuera de lugar.

Morodian se movió bruscamente y dijo alguna palabra incomprensible. El falso Iván bajó la voz.

—El mejor era Arsenio. Conocía el secreto para arrancar de Morodian exactamente lo que quería. Si Morodian deseaba hacer un juego que representara la vida subterránea, sabía cómo sugerir túneles y sótanos. Las pesadillas le obedecían. Tenía tanto poder sobre Morodian que finalmente cayó en desgracia.

—Silencio —dijo el escriba Razum, de mal modo.

Morodian había empezado a hablar. Iván no llegó a entender lo que decía. Hablaba con una voz gutural, profunda, como si alguien o algo hablara desde su interior. Pero era evidente que Razum había entendido todo, porque su lapicera luminosa ya volaba sobre el papel.

—Antes de irnos tenemos que encontrar el libro —dijo el falso Iván. Y se repartieron la tarea de buscar por el cuarto.

La voz de Morodian seguía sonando, lastimera. El sueño aún no era una pesadilla, pero ya encerraba un dolor profundo. Iván buscó debajo de la cama. Encontró unas viejas pantuflas, dos ejemplares de Las aventuras de Víctor Jade y unas hojas escritas a máquina que parecían el reglamento de un juego, pero el libro no estaba allí. Su cabeza chocó con un obstáculo. Lo iluminó con su linterna de bolsillo. Era una caja negra, pesada, que se cerraba con un broche dorado. No había señales del escarabajo.

—Lo tengo —dijo el otro Iván, desde un rincón del cuarto.

Al ser descubierto, el libro hizo un ruido que sonó como un gemido de decepción, y que estuvo a punto de despertar a Morodian. El Profundo se sentó en la cama y registró con los ojos cerrados la habitación. Una gota de sudor cruzó la frente del escriba y cayó sobre la página. Morodian vestía un pijama de franela gris. De su pecho colgaba una serie de medallas ganadas en concursos de juegos durante su juventud. Las medallas le daban al pijama un aire militar. En el cuello llevaba una cadena, de la que colgaba una esfera de cristal. Iván vio con claridad que en el interior de la esfera estaba la pieza robada del rompecabezas de Zyl. Tuvo el impulso de arrancar el amuleto y escapar. Pero había tanto por ver en la Compañía de los Juegos Profundos...

—Váyanse ya —ordenó Razum, que apenas podía contenerse. La mano que sostenía la lapicera temblaba—. Miren cómo se ha trabado el sueño de Morodian.

Razum abrió una valija de cuero negro queparecía el maletín de un médico y sacó de ella una pequeña caja. De ahí tomó unpuñado de hojas secas que comenzó a frotar muy cerca de la cara de Morodian. Ivány el falso Iván se marcharon con el libro capturado, mientras Morodianarticulaba frases de las que solo se entendían algunas palabras: ... pobre...jardinero... salida... los... caminos... Zyl...

El Inventor De Juegos (Libro 1/Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora