13 - La Niña Invisible

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En los recreos, la violencia había desaparecido, y solo quedaba la conspiración. Nadie probaba tomas inauditas ni patadas voladoras, y se limitaban a ir de un lado hacia otro llevando informaciones secretas. El grupo de los altos —liderado por Krebs— era el más activo. No cesaban de hacer nuevos contactos, de pasarse datos al oído, y murmurar. El director miraba satisfecho los recreos: ya no había gritos ni golpes, solo los murmullos. Si el señor Possum cerraba los ojos, le parecía oír el rumor del mar. En todos aquellos susurros había un nombre que se repetía. «¿Me estaré volviendo loco? ¿Es posible que todos estén hablando de mí?», pensaba Iván mientras cruzaba tembloroso el patio. Había oído que algunos casos de locura comenzaban así: el enfermo descubría voces que surgían de la televisión o dela radio o de una pared y que solo a él estaban destinadas. Para no oír su nombre se refugió en un pasillo desierto. Pero también allí oyó:

—Iván, Iván...

Tuvo la certeza de que acababa de enloquecer.

—Iván Dragó...

Pero entonces descubrió que había frente a él una niña diminuta, de cabello rubio. Jamás la había visto en su vida. Caminaba sin hacer ruido y su voz era casi inaudible. Había que dejar de prestar atención a todo lo demás para llegar a advertirla.

—Iván... ¿No te acordás de mí? –No-. Me siento a tu lado en la clase. Te presté cuatro hojas rayadas, una cuadriculada, un lápiz y un mapa de Oceanía con división política.

Iván recordaba que alguien le había prestado todas esas cosas, pero no recordaba quién había sido. Era como si los útiles hubieran llegado a sus manos desde el vacío.

—Al menos deberías preguntarme cómo me llamo.

—¿Tu nombre...?

—Anunciación.

Aquel nombre tan largo le sobraba por todas partes.

—Nunca te vi ni oí tu nombre.

—Eso es por culpa de tus juegos. ¿Te acordás del día en que inventaste el juego del hombre invisible? Yo fui una de las que se propuso para niña invisible. Me salió tan bien que todos siguen sin verme.

—Yo te veo...

—Ahora sí, porque estamos solos. Pero cuando estoy entre los demás me pierdo, me confundo.

Todos los días grito: «¡El juego terminó! ¡Ya no soy más la niña invisible!». Pero no me oyen ni me ven.

—Gracias por las hojas y por todo lo demás. A partir de ahora prometo verte siempre.

—No te buscaba para que me agradecieras. Quería advertirte: Krebs te la tiene jurada.

—¡Gracias por la noticia! Por eso no puedo perder tiempo hablando. Tengo que aprovechar cada minuto para pensar un plan. Yo no sirvo para hombre invisible.

—Puedo ayudarte...

—¿Cómo? ¿Pelearemos codo con codo contra los gigantes de Krebs?

—No te olvides que soy la niña invisible. Puedo conseguir información. Ellos nunca notan mi presencia.

Antes de que Iván tuviera tiempo de preguntar algo más, la niña invisible desapareció. En la clase de Geografía Iván se olvidó de buscar a Anunciación con la vista. Pero de modo misterioso llegó hasta su pupitre una hoja cuadriculada con una serie de signos extraños. En su regla de madera alguien había anotado el código para descifrar el mensaje.

Los gigantes de Krebs planean atacarte en la fiesta del colegio. Llevarán lavandina, lija y una serie de herramientas para sacarte el tatuaje de la mano. Si no sale, quizá te saquen la mano también.

La niña invisible.

Al llegar a su casa Iván le explicó a su tía que era víctima de una conspiración. Pero ella no lo dejó seguir hablando. En el colegio Possum siempre ha habido bromas entre los alumnos, pero estas nunca pasan a mayores, porque los estudiantes conocen los límites. No te hagas ilusiones con abandonar la institución: te faltan muchos años de Possum todavía...

—Odio ese colegio.

—A menos que se hunda del todo, allí seguirás yendo.

Iván meditó seriamente las palabras de su tía.

El Inventor De Juegos (Libro 1/Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora