30 ¿Me amaste?

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Llegue a casa donde una vez más todo se encontraba a oscuras, cerré la puerta y me dirigí rápidamente a mi habitación.
Al llegar a ella, Pequeño saltó de la cama moviendo la cola tan alegre como siempre solo que esta vez, no tuve una sonrisa en el rostro para él.

Me dirigí al baño cerrando la puerta detrás de mí observando mi reflejo en el espejo.
El inmenso moreton que llevaba en la mejilla cubierta con sangre en la esquina de mis labios, el cabello todo revuelto, los ojos completamente
enrojecidos y la ropa desgarrada.

Con rabia empecé a deshacerme de los pocos pedazos de tela que me quedaban estando completamente desnuda en pocos segundos.
Una vez más me observo en el cristal del espejo solo para darme cuenta de los hematomas que ahora tengo en la cadera, cintura y senos. Tengo la marca de sus dedos sobre la cadera haciendo que una enorme rabia se apodere de mi.

Sin perder más tiempo, decido meterme a la tina mientras esta se va llenando de agua

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Sin perder más tiempo, decido meterme a la tina mientras esta se va llenando de agua. Tomó el gel para lavar mi cuerpo y lo vacío sobre la esponja casi por completo; refrego con fuerza sobre mis brazos, sobre mi cuello, mi pecho y todo mi cuerpo pero aún la sensación de suciedad no desaparece de mi, aún siento su horrible perfume, su boca sobre mi ¡Aún lo siento!

Tiro la esponja a un lado y empiezo a refregarme la piel con las uñas, empiezo a rascar cada parte de mi provocando rasguños por mi cuerpo pero no me importan, solo quiero que la maldita sensación de suciedad se vaya, ¡solo quiero dejar de sentir asco, dejar de sentir que me usaron, que me violaron!

Cansada y aún con un hormigueo por todo el cuerpo, decido tapar mi rostro con ambas manos y dejar que las lágrimas se mezclen con el agua.

—¿Por qué a mi?— Susurro con la vista hacia el techo esperando que alguien me responda— ¿Lo merecía? ¿Este es un castigo?

La respuesta nunca llegó en cambio solo pude oír leves rasguños en la puerta. Era mi Pequeño tratando de entrar al baño y quizás hacerme compañía. Ahora ni siquiera el podría darme la paz que necesitaba.

Un nombre apareció en mi cabeza haciendo que el corazón se me oprimiera en mi pecho.

—Gabriel— Lo llame con un hilo de voz— Dijiste que me cuidarías... Que no me dejarías sola— El llanto se apodera de mi haciendo que las palabras se ahoguen en mi garganta—  ¿Dónde estás?

Abrazo mis rodillas y oculto la cara en ellas, no sé cómo me siento, no sé qué parte del cuerpo me duele más, ni siquiera sé cuál de todos mis pensamientos me tortura más.

Pasaron 3 días, 3 días en los que no salí de casa y me quedé encerrada en mi habitación, mi teléfono había sonado muchísimas veces pero ni siquiera me moleste en ver los mensajes y llamadas.
Una sola vez respondí un mensaje de Alex diciéndole que todo estaba bien y que le explicaría después.

Alex no dejó de insistir en las llamadas, incluso vino a casa un par de veces en las que obviamente no pude salir, me aterraba la idea de que él me viera así y me despreciara.
Pequeño tambien se la pasaba todo el día acostado a mi lado, tenía la cola y las orejas abajo. Por las noches, cuando las malditas pesadillas me atacaban, él venía hasta mi pecho y lamía mis mejillas haciendo que despertara de ese infierno y los ataques de pánico disminuyeran por una milésima de segundos.

Siempre tuyo, siempre mía, siempre nuestro © [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora