Cap 1

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Hace mucho tiempo, los rumores se fueron extendiendo, unos rumores que se encontraban en torno a la familia real, todo el mundo los creía sin preguntarse, sin pararse a observar y mucho menos a saber cómo era realmente aquella historia, su historia.

El heredero del imperio, el futuro rey o al menos eso era antes, antes de que su rostro quedará marcado por una cicatriz, cosa que provocó que ya no pudiera ser rey, pues para serlo, tu rostro debía ser intacto, inmaculado, aunque el resto del cuerpo.... Digamos que no era tan necesario, pues muchas veces, tenían heridas de guerra.

- ¿Cómo podían ser tan hipócritas? – en ese momento aparté aquel libro de mí y lo dejé encima de la mesilla. – Una cicatriz no trae mala suerte, una cicatriz no implica nada.

- Tn. – en ese momento el grito de mi madre me hizo regresar en mí y dejar aquellos pensamientos atrás, pero a la vez, aún en mi cabeza se amontonaban las preguntas y la incomprensión crecía aún más.

- Ya voy. – me levanté de la cama y me acerqué a cenar, sin duda no podía hablar o al menos no quería, pues el rostro de aquel retrato se me había grabado a fuego, aquellos ojos marrones y rasgados, pero claramente marcados por aquella cicatriz presente, aquel cabello negro medianamente corto, bueno tal vez melena, aquella piel clara, labios carnosos, rosados y aquel cuerpo delgado, lo único que se me venía a la mente era, ¿Y qué si tiene una cicatriz? Sigue siendo hermoso.

- ¿En qué estás pensando? – interrumpió mi madre.

- Nada, solo pensaba en esto y aquello. Iré a caminar un poco, no tengo demasiada hambre. – tal vez porque recordaba mi pasado, un repudio sin explicación, sin motivos, tal vez, por esa razón pensé que debió de ser difícil para él.

Salí de casa y caminé por los alrededores, tal vez, con solo aquel acto mi mente se despejaría y podría olvidar aquella crueldad, pero todo aquello se vio opacado cuando ante mí se apareció un hombre.

- Pareces preocupada por algo, toma. Estoy seguro de que es lo que necesitas. – en ese momento una pequeña medalla llegó a mi mano, la miré cuando pensé que parecía que resplandecía, volví a levantar mi vista hacia aquel hombre, pero allí no había nadie. Me quedé mirando aquella medalla de dragón que venía en una pulsera de bolitas de color blanco, me la puse rápidamente y toqué aquel medallón con mi mano derecha.

Tal vez, jamás debí de aceptar aquel medallón y mucho menos tocarlo de aquella manera, pues antes de darme cuenta, mi conciencia se había desvanecido en medio de aquella calle, en aquel suelo, frío, pero por alguna razón aquel frío se tornó en calidez, en una sensación refrescante.

El nuevo reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora