Harry Styles se encontraba en el paseo asfaltado de Bryant Park, de pie y con las manos en los bolsillos de sus pantalones mientras respiraba el aire primaveral de Nueva York. Todavía hacía fresco, pese a que el invierno se acababa y la primavera tomaba su lugar. A su alrededor la gente estaba sentada en los bancos y en las sillas que había junto a unas pequeñas mesas mientras tomaban un café, trabajaban con sus portátiles o escuchaban música con sus iPod.
Era un día precioso, aunque él no solía deleitarse en cosas vanas como pasear por un parque, o incluso simplemente estar en un parque, sobre todo durante horas de trabajo cuando solía estar atrincherado en su oficina, al teléfono o mandando correos electrónicos o preparando algún viaje. Él no era de ese tipo de hombre que se «para a oler las rosas», pero ese día se sentía inquieto y reservado, tenía muchas cosas en la cabeza y al final había llegado allí sin siquiera darse cuenta de que había terminado en el parque.
La boda de Mia y Gabe sería en unos pocos días y su socio estaba que se subía por las paredes con todos los preparativos para asegurarse de que Mia tuviera la boda de sus sueños. ¿Y Jace? Su otro mejor amigo y socio estaba comprometido con su novia, Bethany, lo que significaba que sus dos amigos estaban más que ocupados.
Cuando no trabajaban, se encontraban con sus mujeres, y eso quería decir que Harry no los veía excepto en la oficina y en las pocas ocasiones en que todos se reunían después del trabajo. Aún eran cercanos, y Gabe y Jace se habían asegurado de que su amistad continuaba siendo sólida al incluirlo a él en sus ahora diferentes vidas. Pero no era lo mismo. Y aunque era bueno para sus amigos, Harry aún no había terminado de asumir lo rápido que todas sus vidas habían cambiado en los últimos ocho meses.
Era raro y condicionante, aunque no fuera su vida la que hubiera cambiado. No es que no se alegrara por sus amigos. Ellos eran felices, y eso lo hacía feliz a él, pero por primera vez desde el comienzo de su amistad ahora era él el que parecía un intruso.
Sus amigos se lo discutirían con vehemencia. Ellos eran su familia, mucho más que su propia familia de locos a los que se pasaba la mayor parte de su tiempo evitando. Gabe, Mia, Jace y Bethany, pero sobre todo y especialmente Gabe y Jace, negarían que Harry fuera un intruso. Ellos eran sus hermanos en lo que de verdad importaba. Más que la sangre. Su vínculo era irrompible. Pero eso había cambiado, así que en realidad se sentía como un intruso. Aún formaba parte de sus vidas, pero de una manera mucho más pequeña y diferente.
Durante años su lema había sido juega duro y vive libre. Estar en una relación cambiaba a un hombre. Cambiaba sus prioridades. Harry lo entendía, lo pillaba. Tendría peor opinión de Gabe y Jace si sus mujeres no fueran su prioridad, pero eso dejaba a Harry solo. La tercera rueda de una bicicleta. Y no era demasiado cómodo.
Era especialmente difícil porque, hasta Bethany, Harry y Jace habían compartido a la mayoría de las mujeres. Casi siempre se habían tirado a las mismas mujeres. Sonaba estúpido decir que Harry no sabía cómo comportarse fuera de una relación a tres, pero era así.
Se sentía tenso e inquieto, como en busca de algo, solo que no tenía ni idea de qué. No era que quisiera tener lo que Gabe y Jace tenían, o a lo mejor sí y se negaba a reconocerlo. Solo sabía que no parecía él y que no le gustaba ese hecho.
Él era una persona centrada. Sabía exactamente lo que quería y tenía el poder y el dinero necesarios para conseguirlo. No había mujer que no estuviera más que dispuesta a darle a Harry lo que quería o necesitaba. ¿Pero de qué servía cuando no tenía ni idea de lo que era?
Paseó su mirada por el parque y se fijó en los carritos de bebés que empujaban las madres o sus niñeras. Intentó imaginarse a sí mismo con niños y casi le entraron escalofríos de solo pensarlo. Tenía treinta y ocho años, a punto de cumplir treinta y nueve, edad en la que la mayoría de los hombres ya habían sentado la cabeza y tenido descendencia. Pero él se había pasado todos sus veinte y una gran parte de sus treinta trabajando duro con sus socios para hacer que su negocio llegara a donde ahora se encontraba. Sin recurrir al dinero de su familia ni sus contactos y, especialmente, sin su ayuda.