Era la primera noche en toda la semana que Harry había llegado tarde a casa después del trabajo, y era una lástima. A pesar de haber estado juntos únicamente durante una semana, ____ se había acostumbrado a que Harry volviera a casa antes del ocaso. Habían caído en una rutina cómoda. Ella trabajaba durante el día, él trabajaba durante el día. Pero luego él volvía a casa y ella lo recibía esperándolo. Cada día, en el sofá y desnuda. Y cuando él entraba por la puerta el ambiente cambiaba de inmediato.
Ella le había pedido perversiones, y Harry se las había dado. Su trasero aún seguía dolorido por el interludio de la noche anterior. Los primeros azotes del lunes por la noche no habían sido abrumadores. Habían sido perfectos. El resto de la semana los descartó y optó por otras exploraciones que no tenían nada que ver con azotes en el trasero con una fusta.
¿Pero anoche?
____ se pasó una mano por las nalgas, disfrutando de la sensación hormigueante de los aún evidentes verdugones. Había usado una fusta, y no había sido tan suave con ella como la primera noche. Aunque en realidad había sido ella quien le había suplicado que le diera más. Que la llevara más al límite. Que la acercara más a esa fina línea entre el dolor y el placer.
¿Qué tendría en mente para esta noche? ¿O estaría demasiado cansado por el largo día de trabajo y la reunión?
Su teléfono móvil sonó y ella pegó un bote. Los ojos se le iluminaron cuando vio que era Harry el que llamaba.-Hola -le dijo con suavidad.
-Hola, nena. Estoy de camino. Estate preparada para mí. Ha sido un día largo y me muero por volver a casa contigo.
Una ola de felicidad se le instaló en el pecho. La ponía ridículamente contenta que este hombre se muriera de esa manera por volver a casa con ella. Harry era un hombre que podría tener cualquier mujer que quisiera. Y la quería a ella. No había mujer viva en este mundo que no disfrutara de un subidón de autoestima como ese.
-Entendido -dijo-. Te estaré esperando, Harry.
Ya tenía en mente cómo lo iba a recibir esta noche. Estaba claro que hacían las cosas a su manera. Era su control. Su autoridad. Él llevaba las riendas. Pero tampoco le había pedido que le chupara la polla desde aquella primera noche, y ella sabía que le había gustado. Mucho.
Esta noche quería regalárselo. Quería tomar el control durante el tiempo suficiente como para poder darle el placer que se merecía tras un largo y agotador día de trabajo. No sabía por qué, pero no pensaba que a él le fuera a importar cederle ese poco control hoy.
Se quitó la ropa, se cepilló el pelo y luego se miró en el espejo tal y como hacía cada día cuando lo esperaba. Luego se fue al salón para esperarlo en el sofá.
No pareció tener que esperar mucho esta vez, lo cual significaba que Harry había tardado más tiempo en llamarla o que ella a lo mejor se había relajado tanto en su rutina que cada minuto no lo sentía como si hubiera pasado una hora.
En cuanto oyó las puertas del ascensor abrirse, pasó las piernas por encima del sofá y se arrodilló sobre la gruesa alfombra de piel que había frente al sofá.
Cuando su mirada se encontró con la de Harry, sintió una descarga eléctrica recorrer su cuerpo debido a la intensidad que residía en esos brillantes ojos verdes. Eran firmes pero agradecidos. Sombríos. Tanto que la hacían estremecerse. Si tenía que dejarse guiar por la expresión de su rostro, este no había sido el mejor día del mundo, pero parecía muy satisfecho de encontrarla de rodillas aunque le hubiera dicho que no esperaba que se arrodillara a menos que él se lo pidiera.
Harry se acercó a ella al mismo tiempo que soltaba el maletín en el suelo. También se quitó la chaqueta y la lanzó al sillón, e inmediatamente después comenzó a desabotonarse las mangas de la camisa.
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