Nueve

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I V Y • 

Conocer la Academia era una experiencia que solo pasa una vez en la vida de cada brujo. A todos se les hablaba del gran lugar que alguna vez fue producto de la ambición de un antiguo rey que se le metió en la cabeza la idea de que necesitaba de un castillo asentado en un islote. Los libros de historia que utilicé para leer sobre los gobernantes de Ylia y la línea Arcoelli muchas veces tenían imágenes de la imponente edificación. Llegué a trazar mis dedos por el papel, preguntándome que se sentiría estar en ese lugar cuando llegara el momento.

Pero esas páginas no hacían justicia alguna a lo que veía.

La estructura consistía en varias torres cuyos techos acababan en punta y se peleaban el espacio entre sí. Rodeada entre aguas por un extremo y del otro arboles cuyas hojas habían perdido la batalla contra el frío que impregnaba el ambiente a pesar de que fuera pleno solsticio de verano.

Como el islote se ubicaba más al norte del continente de Ylia, sentía que de alguna manera el otoño e invierno se habían detenido eternamente allí.

Era el tipo de lugar donde se te antojaba leer y tomar una bebida caliente todo el día.

Conforme entraba por el umbral de la academia, me recibió un gran espacio con un suelo de piedras, que le hacía frente a la entrada de un edificio elevado sobre escaleras. Noté con inmediatez, que habían muchos más brujos recién llegados ubicados en puestitos atendidos por lo que supuse, mirando sus uniformes morados, eran trabajadores de la Academia. Morado al igual que las Wiccianas, usaban túnicas y pantalones.

—¿Se supone que ellos nos darán la información? — interrogó Circe, quien junto a Lucas se había detenido a mi lado.

—Iré a preguntar — avisó Lucas y de dirigió a uno de los puestitos vacíos. 

No pasé por desapercibido el hecho de verlo cargar con algo del equipaje de Circe.

—No puedes ser más entrometida —. Espetó la rubia, tan pronto mi amigo estuvo a suficiente distancia para no escucharla—.¨Propiedad de Lucas¨, ¿no se te ocurría algo más infantil?

—Cálmate —fruncí el ceño. 

Los repentinos cambios de ánimo de circe era algo a lo cual aun no me acostumbraba.

—Sólo trata de no meterte en mis asuntos... a menos que lo pida.

Lo último lo dijo volteando la vista a otro lugar, con voz casi imperceptible.

—¿perdón? —cuestioné sarcástica—¿Acaso Circe Carruzo está pidiendo mi ayuda?

La bruja siempre me había dado la impresión de ser el tipo que prefiere hacer las cosas por su cuenta aunque luego pagara las consecuencias.

Aun la estaba empezando a conocer. Desde el día en que la vi llegar a Pineville hace dos años atrás, se me antojó alguien con quien no quería relacionarme a juzgar por esa cara que parecía estar en una constante molestia. A parecer no fui la única que pensó así, ya que nadie en todo el aquelarre se atrevía acercase, nadie excepto Lucas cuando tenía que darle clases. 

Mi amigo me había contado que más que clases, se dedicaban a hablar de sus experimentos y cosas que habían pasado en Pineville. Era una rutina que él disfrutaba con regularidad, hasta que se enteró de que la bruja lo miraba con ojos distintos y decidió cortar distancia entre ellos. 

—Hey —se acercaba Lucas Orgulloso —. Conseguí que quedaran en la misma habitación.

—Por mí está bien — opiné sin más.

Circe palideció y no dijo nada por un momento. Yo la golpeé en el codo para que volviera en sí. 

—Me encanta —masculló al final. 

No pude distinguir si realmente estaba enojada o aterrada por la noticia. Me conformo por pensar que ambos. Ella era muy mala mintiendo, y Lucas demasiado inocente para notarlo.

—¿Se te ocurre algo divertido que hacer, compañera? —dije para molestarla.

Circe pasó una mano por su corto cabello, provocando que las hebras doradas cayeran graciosamente hacia la otra dirección de su rostro. Solo una persona así de hermosa podía hacer que una acción tan simple pareciera un acto majestuoso.

Yo por otro lado, sólo tenía una melena larga y blanca que pasaba mayor parte del tiempo enredada, unas uñas que necesitaban de un arreglo y un sin fin de defectos más, pero tenía una gran estima hacia mi persona y eso era suficiente para sentirme como la más cara obra de arte que pudiera existir. 

—Podríamos desempacar —respondió por fin.

Iba a negarme a tan aburrida propuesta, pero el bullicio repentino y movimiento que mermaba a nuestro alrededor me desconcertó.

— ¡Es él Príncipe! —alguien gritó desde lejos.

Sorprendida, apunté la vista al tumulto acumulándose alrededor de la entrada, en el medio del caos, de mostraba una figura masculina, que saludaba a todas las brujas que se le acercaban deslumbradas.

Captó mi atención su cuerpo trabajado, y también una melena castaña con hebras doradas que enmarcaba su rostro y caía en sus hombros. Sin embargo, había algo que no cuadraba en él...

—Esto sonará mal, pero no me imaginaba que el hijo del rey fuera tan moreno de piel. — observó Lucas.

—Estaba a punto de decir lo mismo — respondí. 

El árbol genealógico de la biblioteca mostraba personas de tez clara, como todos los originarios de Caelum. Por sus rasgos, podría jurar que era más de Viridis, la región que quedaba al oeste y cuyos habitantes en su mayoría tenían pieles que iban en distintas gamas de caramelo.

—Es porque no es el príncipe Aiden —sentenció Circe.

Frunció los labios, en señal de su molestia. 

Miré a Lucas, quien encogió los hombros tan confundido como yo.

—¿Es uno de tus amigos de cuando vivías en Caelum? —pregunté.

Asintió sin apartar la vista de la entrada.

—Es Esdras, mi ex novio. 

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