Doce

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• A I D E N •


Tratar con personas era un talento de suma importancia que en mi opinión, cualquiera destinado a dirigir las masa debía de poseer. Yo en lo personal, me daba el lujo de decir que había cultivado la habilidad de dirigir los brujos odiosos que los dioses habían puesto en mi vida como mejores amigos: Esdras, Moll y Theo.

Era nuestro primer día en la Academia, ya había caído la noche y yo había gastado mi tiempo intentando hacerlos entrar en razón de que vender drogas y cerveza en un centro educativo no estaba bien. Ellos hicieron caso omiso. Redido, me decidí por dejarlos organizando su inventario en nuestra torre y me aparté a un lugar más privado donde podría continuar con mis estudios diarios en paz.

Claro está, no había previsto que habría alguien más. 

Conocer a Ivy Bren fue una experiencia que estaba seguro no olvidaría nunca. Primero me fijé en su cabello, una larga cascada de cabello blanco que cubría su espalda. Ella era pequeña y su piel de un color marrón claro, el mismo que tenía mi café por las mañanas cuando le ponía mucha leche. No podía identificar con exactitud a que región de Ylia ella pertenecía, tampoco me pareció una buena idea preguntarle cuando ella estaba parada en el borde de una baranda y a juzgar por lo que percibí fueron sollozos, desconsolados, temía por lo que estaba pasando por su cabeza. Así que dije lo primero que me llegó a la mente sólo por llamar su atención, y al parecer funcionó. 

Pero yo no me esperaba pasar tantas horas aguantando sus molestas preguntas, comentarios obscenos e incluso burlas hacia mi persona. 

Luego de la charla con la bruja me di cuenta que había perdido demasiado tiempo, así que me despedí para dirigirme a la cima de mi torre en la Academia. Abriendo el gran portón me recibió una pequeña salita donde habían unos sillones a juego con mesita y rodeados por cuatro puertas a los lados que conducían a las habitaciones de mis amigos.

Nunca había compartido habitaciones con nadie, y esto era una experiencia en todo el sentido de la palabra.

Entré a mi habitación y para mi sorpresa descubrí que aun no me acostumbraba a lo ordinario que me parecía. Toda mi vida había tenido muebles tallados en madera de diseños complejos y camas donde sin problema cabría una familia entera, pero aquí el mobiliario era tan reducido de tamaño y simples que me pregunté si algún día podría hacerme asiduo a esto. 

Ya era muy tarde en la madrugada y el rito matutino empezaría pronto cuando empezaran a salir los primeros rayos del sol. Por lo que me dirigí al baño y eché agua fría contra mi rostro para parecer un tanto presentable. Debajo de mis ojos, el tono violeta que empezaba a formarse delataba mi cansancio, pero era un tema que debía ignorar por ahora. Luego pensaría en eso.

Acercándome al armario, tomé cuatro velas naranjas y amarillas que debía extenderle a mis compañeros.

—Ya es hora de despertar — anuncié. 

Toqué sus puertas una por una. Esdras fue el primero en salir, como era de esperarse andaba sin camisa.

—No empieces — le reproché molesto — Ponte algo rápido, luego tendrás tiempo para presumir.

—Lo que digas, mi amor —se adentró nueva vez a su habitación.

Fruncí el ceño en su dirección.

Ylia  | Academia de Brujas ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora