Cuarenta y Cinco

170 35 8
                                    


Ivy.

A primera vista, y luego de todo un día de viaje, desde el carruaje se apreciaban las casas coquetas y negras. Todas tenían el mismo estilo de construcciones en base a madera y terminadas con un techo en punta. Los edificios en concreto eran altos e imponentes, las calles amplias estaban repletas de caballos, animales enjaulados, brujos y muchos más seres de magia.

Caelum era una ciudad costera. El aire era salado y en la cercanía se podían escuchar las olas batirse en duelo contra las rocas. Gracias a ese motivo, se habían construido los famosos muelles que daban la entrada a tantas razas que venían dispuestas a realizar comercios o intentar buscar una nueva vida. La ciudad era un punto de encuentro y reflejo de prosperidad, por eras razones era la capital de Ylia.

Cuando las casas empezaron a quedarse atrás y fueron reemplazadas por arboles que formaban un túnel, juraría que hasta el aire se empezó a sentir distinto, el sonido de las hojas era sin dudas diferente a como lo había escuchado en toda mi vida. Entonces el túnel llegó a su fin, y al final de él se plantaba el Castillo del Cielo.

Magnifico era la única palabra que llegaba a mi mente para describirlo. Había escuchado que hace quinientos años, cuando se dictó el decreto de crear la Academia solo existía el castillo en el islote y los reyes de ese entonces, lo entregaron para que se dieran las clases allí, así que lo convirtieron en la Academia. Luego construyeron el Castillo del Cielo, y aunque no estaba en un islote, no era necesario.

El castillo parecía volar sobre detallados arcos que se elevaban por encima de un ancho río que desembocaba en la costa. Sus paredes eran sólidas de color alabastro al igual que los paneles inferiores. Poseía cornisas, columnas y ventanales con diseños sumamente rebuscados. Todo en ese lugar era una expresión de detalle y perfección, incluso el techado azulado, cuya terminación y picos que armoniosamente compartían el mismo espacio, parecía una corona. Era una maravilla por donde se mirase, hasta con solo ver su reflejo en las aguas sobre las cuales estaba impuesto, podría quitarle el aliento a cualquiera.

— Hogar dulce hogar. — Dijo Esdras estirándose en una esquina.

El grupo se había dividido en dos carrozas ya que lógicamente no podíamos ir todos en la misma. Por lo que decidí ir con Aiden, Lucas, Esdras y mi quimera. Me pareció gracioso que tanto Esdras como yo parecíamos evitar a Circe, ambos de una forma u otra nos habíamos ganado la mala voluntad de la rubia, pero como él nunca admitiría eso, se justificó diciendo que debía cuidar a su hombre Aiden de las garras de brujas desesperadas con cabello blanco y que por eso debíamos de ir juntos.

Para cuando por fin llegamos a una explanada rocosa donde guardias uniformados de morado nos invitaron a bajar, no supe donde poner la vista primero. En las olas por un lado, el río que desembocaba en ellas, el campo de margaritas que se extendía por otro y la gran entrada en el frente. Tantas cosas a la vez no hacían más que confundirme, no sabía donde esconderme.

— Creo que querrán ir a sus habitaciones un rato a refrescarse. — Aiden nos indicó, detrás nuestro la otra carroza recién llegaba. — Nosotros solo estaremos saludando familiares por hoy.

Familia. Claro, todos ellos pertenecían a gente que seguramente los esperaban con los brazos abiertos. Otra de las muchas cosas que ellos tenían.

— ¿Tienen hermanos? — Pregunté sin pensar mucho.

— Yo tengo una hermana mayor. — Dijo Esdras Sonriente. — Theo tiene tres.

Theo se había quedado en su casa, él vivía en la ciudad y no sé porqué me había enterado de eso hasta hoy. No es que cambiara nada en la forma en que lo veía, es solo que juraría que estos cuatro brujos parecían salir del mismo sitio.

Ylia  | Academia de Brujas ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora