Cincuenta y Cinco

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Circe.

La noche había caído, y yo ya usaba uno de mis mejores vestidos para el baile de la nevada. En cuestión de horas estaría en el gran salón rodeada de brillo, clase y elegancia. Como cada celebración de la reina Angelica.

Pero eso debía de esperar, ya que ahora estaba en la cueva con los chicos esperando a que Aiden llegase para poder destruir la pieza en la corona de la reina y así recuperar nuestra paz. Bueno, eso es lo que esperábamos.

— Den está muy tarde, no es normal. — Theo dijo lo obvio.

No mire en la dirección de Theo ya que estaba sentado al lado de Esdras, y no me arriesgaría a ver al castaño a los ojos. No cuando él apoyaba sus brazos sobre la misma mesa donde habíamos hecho tantas cosas el otro día y sin embargo ninguno de los dos dijo nada al respecto, como si nunca hubiera ocurrido.

— Puede que se su madre lo tenga acorralado, ya saben como es en estas fiestas. — Opinó Moll.

No me lo esperaba, pero lo que dijo mi primo tenía bastante sentido.

—Iré por él. — Anunció Esdras.

Con eso, el castaño se paró de su lugar y mi cuerpo me traicionó posando la vista en su musculosa espalda.

—Te acompaño. — Le informé.

Por el rabillo del ojo podía ver tanto a Moll como Theo boquiabiertos, pero no les di mucha importancia.

— Sería un placer. — Respondió Esdras con una sonrisa de lado.

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— Escucha bien idiota, no quiero que se repita lo del otro día. — le dije tan pronto nos alejamos de la costa y estábamos a punto de atravesar las puertas del castillo. El calor fue lo primero que nos recibió, nada parecido al frío invernal que había allá afuera, lo cual anunciaba que en cualquier momento empezaría a nevar.

— Creo recordar que la que empezó fuiste tú. — El rodaba los ojos.

—Claro que sí, pero tú seguiste. — Le susurré conforme nos acercamos a unos sirvientes que recogieron nuestros abrigos.

Ya sin los gruesos abrigos de lana encima, Esdras y yo nos apreciamos por un segundo el uno al otro. Él llevaba un traje negro y yo un vestido rojo bermellón de pliegues gruesos.

— ¿Cómo es que no ensuciaste ese vestido con la arena? — El brujo cuestionó dirigiéndose a las escaleras que llevaban a las habitaciones en la planta superior.

— Pues enfocándome y haciendo que la arena no se moviera. — Encogí los hombros. — Por eso no había dicho nada en todo el camino hasta ahora.

Controlar la arena me tomó mucha concentración y me drenó un poco. Pero era eso o tener que volver a cambiarme.

— Bien, volviendo al tema. Prometo no volver a besarte solo si tú no lo haces. — Él agregó.

— Claro que no lo volveré a hacer, solo me encontraste en un momento de vulnerabilidad.

Esdras rió, el sonido grave y tan hermoso como él.

— No es la gran cosa Circe. Estabas sola y a oscuras conmigo, lo que pasó fue inevitable.

Estuve a punto de poner a ese cerdo narcisista en su lugar, pero entonces él abrió la puerta que daba a los aposentos de Aiden y no había nadie. Repare en que tampoco había nadie afuera ni en el piso de las habitaciones.

No, todos estaban abajo en la fiesta.

— Creo que veo algo en el balcón. — Habló Esdras.

Entonces alzamos la vista hacia el balcón, y efectivamente alcancé a ver a Aiden. Pero Aiden estaba con los ojos cerrados y sentado en el suelo.

Ylia  | Academia de Brujas ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora