Cuarenta y ocho

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Ivy.

Una bruja había muerto, y yo recién estaba aceptando lo que eso significaba.

Esa mañana nos reunimos por ella a orillas del río que estaba a los pies del castillo. Yo no tenía mucho conocimiento en esta clase de cosas, así que no sabía que debía hacer al ver tantos rostros tristes. Los brujos y brujas vestían de negro, usaban gorros puntiagudos de los cuales pendía un velo que ocultaba sus rostros. Yo no tenía uno de esos gorros con velo, así que me sentía fuera de lugar. Lo que sí tenía era mi capa, protegiendo los hombros de la llovizna fresca, una advertencia de la tormenta torrencial que se avecinaba sobre todos nosotros.

En ese lugar, con las botas sobre el césped húmedo, no conocía a nadie. Tal vez eran miembros de la nobleza, destacadas personalidades o incluso sus familiares, nunca lo sabría y ciertamente no me importaba. Eran criaturas de diversos colores, enanos, e incluso centauros. Varias razas, pero la predominante eran los brujos.

Nos indicaron a todos detenernos alrededor de un tarro de cerámica hermoso y blanco, que tenía el grabado de su nombre y con siluetas en color rojo vino, parecía contar la historia de una niña, que había jugado, que había aprendido, que dominaba la magia y que se había convertido en una de las mejores entre su generación.

Dentro del tumulto de seres y criaturas que había allí, una bruja pasó al frente de todos. Tan pronto la vi, supe que no necesitaba decir su nombre, era suficiente con ver su porte regio y su vestido negro y exquisito. Aunque en lugar de una corona tenía un gorro al igual que todos, no hacía falta para identificarla. Sus ojos, tan azules y profundos me eran conocidos. Los había visto tantas veces que no importaba que su cabello fuera castaño claro o que sus facciones fueran más suaves. Era indiscutiblemente la madre de Aiden, la Reina.

— Estamos reunidos aquí para honrar el nombre de una amiga. Para que su paso por nuestro mundo no sea olvidado, y todas sus buenas acciones no fuesen en vano. — Sus palabras eran firmes, todos los ojos se posaron en ella. Era imposible dejar de prestar atención. — Cuando yo era solo una niña, ella fue mi vecina. Recuerdo que siempre tuvo un talento innato para entender los hechizos complicados, aún así podía pasarse horas estudiando y era la niña consentida de todos los tutores. Tuve el honor de ir con ella el mismo año a la Academia y recuerdo claramente cómo todos, estudiantes y maestros, quedaron encantados con su ella. Cuando terminó ese año fue reconocida y nombrada profesora gracias a todos sus méritos. Ella tenía una forma de ver la vida muy distinta a la mía, yo estaba enfocada en casarme y cultivar una hermosa familia, ella sacrificó todo eso y decidió dedicarse al servicio. Al parecer los esfuerzos de ambas dieron frutos, ya que yo pude encontrar el amor y ella pudo cumplir sus sueños. Quiero que se queden con esa imagen de ella, de alguien que consiguió todo lo que se propuso.

Lo último, la reina lo dijo con la voz a punto de quebrarse. Su nariz se tornó un poco rosa y se echó a un lado para dejar que un centauro tomara su lugar. El señor centauro tenía un rostro muy marcado y facciones bruscas, su pelaje era negro y por su uniforme supuse pertenecería al ejercito. Con sus brazos gruesos tomó el tarro y se acercó a las orillas del río. El viento aullaba y se llevó mi aliento cuando vi cómo se depositaban las cenizas en el agua. Cada partícula fue arrastrada por la corriente y nadie dijo nada mientras se dirigían al mar, a un lugar muy lejano.

— Que la tristeza y el desconsuelo sean reemplazados con alegría y esperanza. — Alguien dijo a mis espaldas antes de que todos se marcharon y me dejasen ahí sola.

• ✧ •

Me mantuve muchas horas de la mañana ahí, mirando al agua y caminando por la orilla del río hasta que llegué a la costa, donde las olas se elevaban y golpeaban tanto las rocas como la arena blanca.

De donde yo venía, existía la creencia de que cuando moría alguien importante aparecería una nueva estrella en los cielos y llevaría el nombre de ese ser fallecido, para que nunca fuese olvidado. Por esa razón duré mucho tiempo parada allí esperando que cayera la noche, pero el cielo nublado no me permitió ver gran cosa.

Así que le prometí desde mis adentros que le conseguiría una estrella, yo misma le haría una si fuese necesario. Sería la más brillante y hermosa entre todas y se llamaría Aurora.

La lluvia empezó a caer y sin embargo ni una sola gota me llegó a tocar, como si alguien la estuviera alejando de mi. Cuando miré tras mi espalda descubrí a Circe, deteniendo el agua con su magia. No sabía que estaba allí, no sabía cuanto tiempo estuvo... tal vez debí preguntarle pero no podía, ella debió de notarlo así que se aceró para abrazarme.

— Podemos entrar si estas lista. — Me susurró, sus palabras eran cálidas.

Los Dioses saben que quise llorar, pero como lo había dicho la reina, este día no merecía lágrimas. Este debía de ser un día para despedidas y de recordar su voluntad, su ejemplo y todas las cosas buenas que ella predicaba.

Volteé para mirar hacia el cielo una última vez, para recordarle que le conseguiría esa estrella. Podría haber jurado, que entre todas esas nubes grises un dragón rojo surcó el cielo. 

Ylia  | Academia de Brujas ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora