Treinta y Uno

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-ESPECIAL DE HALLOWEEN-

Los eventos a continuación son una pausa en el curso de la trama, disfruten!

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Aiden Arcoelli tuvo pesadillas esa noche, los demonios que habían llegado a las afueras de la Academia y no lo comentó con nadie más que sus tres amigos que compartían dormitorio con él, quienes se mostraron igual o más asustados que él.

Ya era la mañana siguiente y el cansancio que acarreaba por la mala noche no lo dejaba dormir, todos sus pensamientos se vieron teñidos de cenizas, oscuridad y demonios que perdían la vida entre sus manos. Nada más importaba y tampoco tenía interés en tocar sus libros más preciados ese día.

— Den. — Esdras tocaba su puerta. — ¿Ya estás despierto?

El príncipe se ocultó tras las almohadas temiendo lo peor. Sabía que ese día era el día de las brujas. El motivo de celebración era el nacimiento de los dioses gemelos Hypatias y Hecate, los cuales pertenecían a la raza de las brujas y eran las máximas figuras religiosas en Ylia. A lo largo del año se celebraban los otros Dioses, pero esta noche en particular era la favorita de todos por las costumbres, la wicca y un sin número de tradiciones tan antiguas que ya nadie recuerda qué sentido tienen.

No es que Aiden odiara el día de las brujas, podría decirse que lo amaba tanto como cualquier brujo, sin embargo él siempre había pensado que ese día traía un pequeño inconveniente, un inconveniente que hacía que sus amigos creyeran tener una justificación suficiente para llevar la estupidez a niveles estratosféricos ese día en particular.

— Si no abres ahora derribaré la puerta. — Repitió impaciente Esdras, segundos después escuchó el golpe sordo de algo impactando contra la madera.

— ¿Pero por qué me empujas a mi? — Se quejó Theo del otro lado.

Aiden maldijo a todos los Dioses que conocía, en especial a Hypatias y Hecate. Recogió toda la paciencia que le quedaba antes de abrir la puerta y quedar empapado de pies a cabeza con agua extremadamente fría y apestosa que lo hizo estremecerse.

Aún con la manilla de la puerta sujetada parpadeó ante sus compañeros y se dió cuenta de que los tres sonreían de oreja a oreja y sujetaban cubos ahora vacíos.

— Feliz cumpleaños. — Vitorearon los tres al unísono.

— Vayanse al diablo. — Cerró la puerta en sus narices.

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Circe Carruzo volvía a su habitación luego de un solitario desayuno, como todos los días últimamente ya que su compañera parecía estar perdida en asuntos que no quería compartir con nadie, ya ni sabía a qué hora llegaba o se levantaba, raramente la veía dormir y no estaba muy segura de sí eso debía preocuparle o no, al fin y al cabo ellas se estaban empezando a conocer.

Pero ese día fue diferente, puesto que al entrar en su dormitorio la rubia se espantó al ver a Ivy con dos grandes manchas oscuras en el lugar que ocupaban sus cejas.

— No exageres. — Se quejó Ivy desde su cama, la quimera descansando a su lado.

— ¿Qué tienes en la frente? — Se preguntó Circe asqueada.

— Pues tengo el cabello blanco y las cejas oscuras, — Le contestó obvia alzando una ceja, o más bien la mancha que tenía por ceja. — Uno de los dos tenía que ser tintado ¿No crees?

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