Cuarenta y tres

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Ivy

En las profundidades del bosque, no existía sonido alguno. El entorno era solitario y frío, un reflejo fiel de mi alma.

No podía parar de recriminarme y pensar en que si no me hubiese relacionado con ella, tal vez la historia hubiese sido diferente, puede que huir y dejar todo tal y como está hubiera sido lo más inteligente. También rondaban más dudas en mi cabeza, ¿Si le hubiese contado la verdad a Aurora, su destino no sería este? ¿Estaría viva y huyendo conmigo?

Es difícil aceptar que una persona muy cercana a mí tuvo un final tan triste, difícil porque no era la primera vez. Era un ciclo interminable y abrumador, en todas esas ocasiones las pesadillas eran un incesante recordatorio de cada mala jugada, de cada movimiento mal pensado que yo misma había realizado.

Por años, había llorado por tantas personas, repetido cada uno de sus nombres por las noches hasta quedarme dormida, y aún así de algún modo no aprendía la lección y dejaba a las personas entrar a mi vida, compartir conmigo. Y la historia se repetía.

Allá en medio de los árboles, no había hecho más que llorar. Por increíble que suene, no recordaba cómo había llegado ahí. Como había acabado de rodillas mirando a la nada era un misterio. Solo el eco distante de la mala noticia que me dijo tía Arlen era el único recuerdo que cargaba. Parecía un sueño, más bien una pesadilla. Lo único que me hacía caer en cuenta de que esta era la realidad, eran las punzadas de las raíces y piedras del suelo contra mis pies descalzos. A juzgar por mi boca seca y mi estomago que no paraba de rugir podría llevar horas ahí tirada, puede que un día. Nunca lo sabría.

No obstante, tenía una sola cosa muy clara y era que la muerte de Aurora no acabaría así sin explicación. Me negaba a eso.

Como mis atrofiados músculos lo permitieron, busque un tronco seco, al cual calciné por largas horas. Tomó mucha concentración de mi parte para soportar el sudor frío que goteaba por mi frente. Mi cuerpo se sentía tan pesado y ajeno que pensar en Aurora fue la única fortaleza que encontré para pararme con el trozo de carbón que había creado en mano y trazar las marcas en el suelo rocoso que también acababa de crear. Ella era lo único que tenía en la mente cuando esperé por más horas hasta que el sol descendió y al posarse en el borde horizonte todo el mundo se hizo dorado.

Cuando llegó el momento perfecto, cuando la frontera entre los mundos se hizo más delgada, tracé el último símbolo con el carbón en la piedra. El círculo se encendió, flamas de azul brillante emergieron y danzaban alrededor del demonio que invoqué.

• ✧ •

El demonio era un varón. Definitivamente era mayor que yo, y sin embargo aún no tenía arrugas. Los planos de su rostro eran afilados, sus pómulos altos y sus labios de un rojo muy vibrante. Estaba sentado sobre sus rodillas, vestía unos pantalones negros hasta y una capa azul medianoce echa de terciopelo. Su cabello negro era una plasta grasosa, su piel pálida cómo la de todas las criaturas de la noche, dejaba en evidencia que nunca había conocido el sol. Desorientado miraba a los lados tratando de encontrar explicación alguna, hasta que vio una gran placa de roca elevada sobre su cabeza y tragó pesado.

— Tengo preguntas. — Dije, en una voz bastante oxidada.

Estaba aún arrodillada, a unos pasos de él. Con la mano elevada sobre la cabeza mantuve en el aire esa gran pieza rocosa y pesada que se elevaba sobre él. El demonio era inteligente y entendió el mensaje a la primera; debía cooperar o de lo contrario, la roca caería sobre él.

Perplejo, miró directamente a mis ojos cuando asintió, gruesas gotas de sudor corrían por su rostro.

— Estás en Ylia, pueblo de brujas. — Le dije y esperé unos segundos hasta que él comprendiera lo que ocurría.— Muchos de los tuyos han atacado a inocentes últimamente ¿Por qué? — Ataque

Ylia  | Academia de Brujas ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora