Treinta y Cinco

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Ivy.

El templo era un abanico de colores. Los seis inmensos vitrales que se mostraban desde lo más alto del techo hasta el suelo, representaban cada raza con su respectiva deidad. Yo había estado orando hincada desde hacía menos de una hora en uno de los bancos, fue solo levantar la vista hacía los vitrales detrás del escenario, y me encontraron los morados cristales con Hécate e Hypatias respectivamente en el centro. A la izquierda en Azul, Namphis para los seres de las aguas. En Dorado Izar para los ángeles. En sentido contrario, a la derecha estaba el verde para los elfos con Demi. Y, finalmente, una lamina negra y opaca. Todos los vitrales tenían la imagen de sus Dioses en el centro a diferencia de ese negro, cuya Diosa había sido rechazada.

— ¿Qué piensas hacer? — Preguntó Arlen.

Su larga cabellera había sido contenida en un complicado recogido, su cuerpo oculto tras un largo vestido morado que la cubría hasta el cuello, solo dejaba a la vista sus manos y un rostro apreciativo. Era la vestimenta común de las Wiccianas.

— Los demonios están siendo invocados. — Mordí mis labios, recordando todas las marcas en el suelo que había en el suelo fértil rodeado de vegetación. — Creo que deberíamos invocar uno e interrogarlo nosotras.

— ¿Estás demente? — Reprochó la delicada voz de Arlen. — No puedes solo invocar un demonio y esperar que nadie en el inframundo se entere, notarán su ausencia y vendrán por él.

— Por esa razón pienso que quien sea que lo ha estado haciendo tiene su consentimiento. — Me volví hacia ella, y la encontré sentada entre los asientos que corresponden al público durante el culto, la quimera a su lado dormía. — Uno más que liberemos ni se notará.

La mirada que me dedicó en respuesta me daba a entender de que estaba lejos de estar de acuerdo conmigo.

— Supongamos que tienes razón y nadie allá abajo se entera de que falta uno. — Opinó. — ¿Qué harías con él después de interrogarlo? No es como que puedas deshacerte tan fácilmente.

— Y por eso es que te necesito en mi vida. — Asentí dándole la razón. — No había pensado en él después.

Arlen me fulminó con la mirada. Yo no le hice mucho caso y decidí caminar por los alrededores del gran templo, pasando entre los instrumentos musicales que estaban a un lado en el escenario.

— ¿Aurora sabe de los Demonios? — Inquirió.

— La verdad no lo ha sugerido. — Acaricié con los dedos las teclas de un piano. — Dice que de la corona enviaran una asistente para investigar la Academia.

Su rostro se frunció en muestra de su confusión.

— Pero, ¿no habían cerrado la investigación?

—Supongo que no está cerrada y dieron la primera solución rápida que se les ocurrió para que el mundo piense que tienen todo bajo control. — Opiné.

Ella estuvo apunto de responder algo pero volvió la vista rápidamente hacia la entrada y yo la seguí. Segundos después, vi a Aiden entrar. Cuando nuestras miradas se cruzaron me dedicó una sonrisa a la cual le respondí con una mueca un tanto nerviosa, sentía como si hubiese sido encontrada haciendo algo indebido.

— ¿Qué haces aquí sola? — Preguntó desde la distancia conforme se acercaba a mí.

Miré a mi alrededor y efectivamente estaba sola. El lugar en que hace un segundo estuvo Arlen hablando conmigo ahora estaba vacío. Únicamente la quimera seguía durmiendo.

— Estaba orando hace un momento. — Una verdad. — Ahora solo estoy haciendo la estúpida supongo, hasta que el pequeño despierte. — Otra verdad.

Sus profundos ojos azules siguieron la línea de mi brazo hasta el piano que aún se mantenía bajo las puntas de mis dedos. Un escalofrío trepó por mi espina dorsal y yo recé nuevamente porque el no lo notara.

Aiden subió al escenario y se sentó en el banco del piano, dando palmadas en este me invitó a tomar asiento junto a él. Dejé escapar el aire que tenía atrapado y acepté, parecía que se lo había creído.

— ¿Sabes tocar? — Preguntó de la nada, él posicionó ambas manos sobre las teclas y tocó ciertas notas al aire.

— La verdad no. Sería un crimen ser linda, inteligente y también talentosa musicalmente hablando. — Respondí casual.

Aiden entre risas silenciosas tocó una de las melodías que identifiqué era de las típicas de los cultos.

— Cuando éramos pequeños los chicos y yo estábamos obligados a asistir a clases de música después de las de hechicería. Al final el único que siguió fue Esdras porque le gustó.

— Pensé que dirías que continuó las clases porque descubrió que así atrae más brujas. — Aprecié.

— Eso también.

Reímos juntos bajo la melodía del piano, yo me enfoque en sus manos blancas y como se curvaban, la gracia con la que movía los dedos. Había algo de hipnótico en la forma en que recorrían el instrumento y me estaba gustando, ¿desde cuando las canciones de los cultos sonaban tan bien? Tal vez no era la música, puede que solo fuera Aiden y su efecto.

— Hay una oportunidad de que tomes clases con nosotros. — Sonó una nota grave. — También estarán Circe, las gemelas y Lucas. Solo si estás de acuerdo.

He de decir que probablemente escuché la mitad de lo que decía, ya que cuando alcé la mirada a esos ojos hasta la bella música a nuestro alrededor dejó de importarme.

— Si. — Dije sin saber bien a qué se refería.

Él sonrió sin llegar a mostrar los dientes y se paró. Literalmente se paró y me dejó lidiando con aquel desorden emocional que había causado en mis adentros.

— Pues hasta entonces, Circe te indicará lo que quieras saber. — Con eso se despidió y se dio la vuelta con las manos metidas en sus bolsillos.

¿Qué fue eso?

Negué con la cabeza y aun sentada en aquel banco, me sentí inquietamente sola ahora que él no estaba. Se supone que yo tenía el control sobre él y no al contrario. Esta no era yo, debía controlarme.

— ¿Quién era? — Apareció nuevamente Arlen en el mismo lugar.

Yo casi dejo escapar un grito del susto. Sentía el corazón descolocado y la miré impactada.

— Es un amigo. — Resolví en decir por fin. — ¿Dónde estabas?.

— Siempre estuve aquí. — Respondió con esa vocecilla suya.

— ¿Usaste tu magia en mí? — Reaccioné ofendida.

Ella sonrió de lado. — Luego de ver la forma en que reaccionaste cuando llegó, no quería perderme el espectáculo.

— Eres insufrible. — Negué con la cabeza.

Volví la vista a los vitrales. ¿Podrían los Dioses darme respuesta a todo lo que me ocurría? Todos estos sentimientos, que no eran más que revoluciones de miedo, incertidumbre, desesperación y breves momentos de claridad que disfrazaban todo lo demás.

Traté de imitar los movimientos que él había hecho con los dedos en el piano pero el resultado ni se le acercaba. Y esa pequeña acción fue suficiente para hacerme caer en cuenta de que por más que lo trate de aparentar, nunca podría ser igual a Aiden.

— Creo que me estoy enamorando. — Confesé entre lágrimas.

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Ivy sad :(

Oigan gracias por las 700 lecturas, justo ahora me enteré. 

Cuidense muchito.

—K.

Ylia  | Academia de Brujas ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora