Cincuenta y uno

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Especial navidad para leer desde el sillón de la abuela.

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Ivy Bren no era alguien de usar vestidos de manera frecuente, mucho menos se acostumbraba al hecho de que la vistieran, peinaran y maquillaran como si de una muñeca se tratase para una simple cena. El color pálido de su vestido azul cielo la mareaba, las horquillas en su cabeza era un incesante pinchazo y ella solo deseaba que la cena acabase tan pronto como entró a ese comedor de paredes nacaradas, con un candelabro dorado y una larga mesa en medio. Localizó a sus amigos en distintos lugares, las gemelas en un extremo, Esdras y Moll hablando de algo que parecía gracioso y junto a Circe, un puesto vacío al cual ella se acercó. Ya en su asiento, reparó el montón de platos ordenados por tamaños que tenía frente a sí, y que ella no tenía ni idea de para qué tenía tantos. Su dilema interno no duró mucho ya que segundos después, entraron el rey y la reina. Cada uno saludó a los presentes y tomaron asiento en los extremos opuestos que encabezaban la mesa, detrás de ellos estaba el príncipe.

No era Aiden, era alguien distinto a ese chico que ella había besado un atardecer. Vestía de una fina chaqueta carmín, su mirada sobria e imponente hacía que esos ojos bellos y tan azules como los de su madre, se viera fríos. A pesar de que todos allí tenían la misma edad, él parecía ser alguien mucho más mayor. Ivy no sabía por qué, pero sentía que le faltaba el aire.

— Me complace tenerlos aquí presentes a todos. Mi hijo me ha hablado maravillas de cada uno de ustedes, para mi y toda mi familia es más que un honor que nos acompañen. — Dijo la reina con una gran sonrisa, muy distinta a la escena que había armado en honor a su amiga, pensó Ivy. — ¿Alguno de ustedes le gustaría iniciar con la oración?

— Ivy es muy religiosa. — Sugirió Esdras mirándola divertido. A su lado, Moll trataba de reprimir una risa divertida.

La reina parecía no entender la broma, o más bien lo ignoró, porque se limitó a mirar sus invitadas esperando que una de ellas tomará la palabra.

Ivy suspiró, no sin antes dedicarle una mirada cortante a Esdras. Se levantó de su lugar y con las manos extendidas apuntando al cielo, empezó a orar.

— Dioses hermosos que están en los cielos, les ruego bendiciones mis dulces gemelos. Que los alimentos aquí presentados, sean de nuestro agrado. Les prometemos vivir y dejar vivir, mucho dar y poco pedir. Que la magia a nuestros corazones siempre llegue, y vuestro nombre para siempre exaltado quede.

Con eso todos tomaron lugar, los cocineros se apresuraron a revelar bandejas repletas de comida humeante. La reina detrás de ese revuelo, no había parado de sonreír y parecía mirar directamente a Ivy.

— Por un momento pensé que estaba presenciando una Wicciana orando y no una jovencita.

— Es porque Ivy vive en una torre de Wiccianas. — Se apresuró a responder el príncipe quien pidió que le sirvieran de la ensalada. En su rostro aun esa expresión fría.

Ivy miró con cautela a sus amigos y todos comían lo mismo. Verduras, nueces y trozos de queso pequeños. No entendía por qué, pero hizo lo mismo.

— ¿Qué hay de tus padres? — Preguntó el rey. Era la primera vez que hablaba en toda la noche, la primera vez que escuchaba a un rey. A la bruja esa voz se le antojó gruesa, y la pregunta indiscreta.

Tras un suspiro amargo y una sonrisa tímida ella respondió.

— No están.

La reina desde su lugar, le reprochaba con la mirada a su esposo. Ninguno de sus amigos ni Aiden, se atrevieron a mirarla a los ojos. Incluso Esdras y Moll, habían perdido la diversión de hace unos momentos.

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