Cuarenta y Siete

144 37 10
                                    


Aiden.

La reunión en la taberna fue productiva y no levantó sospechas con nadie.

Les compartí a los chicos lo último que había investigado en los libros, sobre los poderes de los demonios; la magia en nuestro mundo se exterioriza de diversas formas, la nuestra era por medio de gemas, pero otras razas como los elfos y los demonios no necesitaban de elementos materiales para manifestarla. Los demonios, a nuestro pesar, podían controlar las mentes de las personas a su conveniencia. La información despertó todas nuestras alarmas, y acordamos hacer otra reunión al día siguiente para tratar de descubrir algo nuevo.

Tan pronto terminamos, volvimos al palacio por los pasadizos subterráneos que Moll tan bien conocía. En algún momento de la historia, esos corredores habían servido para los cocineros y servidores dirigirse de un lugar a otro sin molestar en los pasillos superiores. Ya estaban un poco en desuso y en la noche, cuando las horas de servicio acababan, no había porqué preocuparse de ser descubiertos.

Para cuando llegué a mis aposentos, me quedé leyendo en mi escritorio por unos pocos minutos, hasta que Ivy y su quimera irrumpieron de visita.

Fue solo verla en ese vestido delicado, el trenzado y las margaritas en su cabeza y de un momento a otro yo había olvidado mi propio nombre.

— ¿Cómo es que tienes tantos libros? — Preguntó con el ceño fruncido.

Ella absorta miraba el gran librero atestado a mis espaldas, enfrente estaba mi escritorio, lleno de distintos mapas y en las paredes imágenes de distintas bestias, mitos y leyendas. Ivy incluso llegó a reparar en la espada negra que descansaba en la pared, justo encima del cabezal de mi cama de cuatro postes.

— No sabía que te gustaban las historias de terror. — Dijo en un susurro. — Linda espada.

Todo se debía a los demonios, esa noche tenebrosa en que fui atacado y casi muero. Fue un antes y después en mi vida, una causa por la cual estaba dispuesto a luchar pero ella no debía saberlo. No merecía sufrir las mismas pesadillas que yo, y no quería aterrarla.

— Las historias son buenas para dormir. — Me excusé mientras me paraba de mi asiento y tomaba lugar de pie junto a ella. — La espada fue un regalo.

— Es una mierda, por si no te lo habían dicho.

Yo la miré confundido. La espada era negra y tenía diseños hermosos en la hoja que iban desde estrellas y el sol, luego pasaba a montañas y olas. La empuñadura era de plata con aplicaciones de gemas que no hacían más que hacerla costar una fortuna, era un regalo que solo un rey podía hacer a su hijo, su primera espada.

— Las espadas son las armas de los guerreros, hechas para ser teñidas de sangre y ganar reinos. — Se volteó hacia mi inexpresiva. — Eso de la pared, es solo un objeto decorativo.

Sus palabras me sacaron de lugar, obviamente no tenía mucho conocimiento del tema y ella parecía haberlo notado. Por alguna razón sus palabras me recordaron a lo que diría el general Ronius, un centauro encargado de las tropas. Me impresionó su conocimiento en el tema y apunté mentalmente presentarle al general, tal vez le agradaría.

— No estoy interesado en guerras.

— Se nota.

Ella me miró con cierta tristeza.

— ¿Pasa algo?

La quimera parecía pesarle de repente, así que la soltó y miró el vuelo de su vestido morado por un largo momento. Se veía bastante triste y no era para menos, mañana sería un día muy difícil para muchas personas.

Ylia  | Academia de Brujas ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora