Put on my pj's and hop into bed
I'm half alive but I feel mostly dead
I try and tell myself it'll be all right
I just shouldn't think anymore tonight
Jewel
Tardo tres días más en recuperar un poco el ánimo. Físicamente ya no tengo tantos dolores, aunque me siento vacía como una media sucia y olvidada en algún rincón.
No tengo energía ni muchas ganas de hablar. Me levanto de la cama, voy al sillón y miro la tele o finjo leer un libro para que nadie me moleste. Durante las comidas, trato de poner buena cara, un poco de onda, pero no logro hacer demasiado. Al menos estoy ahí sentada en la mesa con ellos, y eso parece aliviarlos en parte. Cuando alguien menciona a Barry, opto por levantarme e irme.
Carla me ha preguntado si acaso me hizo algo malo y yo le dije que no, solo para sacármela de encima por el momento. No quiero hablar del tema. No tengo fuerzas. Hace cuatro días que no veo a Barry ni hablo con él y ya siento que me falta el aire. Mi vida va a ser una verdadera mierda si sigo así.
Y no quiero ni pensar cómo seguirá todo de ahora en adelante con el disco y los contratos y el tener que volver a verlo. La idea de estar ante él de nuevo me aterra. Porque la rabia que siento por lo que ha pasado es tan grande como el dolor que siento por no verlo. No sé si podré enfrentarlo de nuevo. Y si lo tuviera que hacer ¿qué le voy a decir? No. No puedo ni siquiera asumir la idea de volver a verlo.
Papá no va a trabajar y me invita a pasear con él. Quiere que vayamos a tomar el té y que me compre algo de ropa de invierno, así dejo de usar abrigos prestados. Yo no tengo muchas ganas de andar probándome, pero no me animo a decirle que no y allá vamos. Nunca salí de compras con él y me asombra que señale las cosas que a mí me llaman la atención desde la vereda de enfrente. Definitivamente, mis preferencias en materia de ropa las heredé de él.
—¿Te acuerdas de cuando me mandabas las camisetas pintadas y los vestidos? —recuerdo.
—Claro que sí.
—Siempre me pregunté si las elegías tú o si te ayudaba Tabby... O tu novia.
—Siempre elegí yo, hija.
—Ahora veo que sí —sonrío, me abrazo a su brazo y apoyo la cabeza en su hombro mientras miramos un escaparate. Él señala un abrigo en estampado Príncipe de Gales divino. Forma parte de un conjunto clásico de blusa blanca y pantalón gris con un pañuelo hermoso de seda como accesorio.
—Pruébate eso, ¿quieres? —dice él y lo miro con las cejas de corona. «Eso» vale lo mismo que dos meses de alquiler de mi departamento.
—¿Y dónde voy a usar eso?
—En la vida, Natalie. Tú pruébatelo.
Acepto y entramos. Me queda y me gusta todo. Papá dice que nos lo llevamos y luego da una vuelta por el lugar hasta que se fija en un conjunto de blusa, falda de tubo y zapatos de tacón. Yo siento que se me va el alma al piso. Es casi lo mismo que llevaba puesto la diosa celta en la que se descarga Barry, mi Barry, después de estar conmigo.
Niego con la cabeza tratando de ocultar las emociones que comienzan a dominarme. Papá acepta mi negativa, paga y salimos, pero no puedo volver a sonreír. Venía tan bien, colgada de su brazo y sintiéndome la hija pródiga y mimada y ahora me siento de nuevo esa media sucia, usada y abandonada en un rincón.
—¿Qué tienes ahora? —pregunta él cuando nos sirven el té.
—Nada...
—¿Te ha hecho algo malo?
Me tenso en mi lugar, tratando de disimular la sorpresa.
—¿Quién?
—Barry, Natalie.
—No. ¿Qué me va a hacer? —miento.
—¿Por qué no lo quieres ver entonces?
Me encojo de hombros. ¿Qué le voy a decir a mi papá si aún no lo puedo ni hablar con mi mejor amiga? Contrario a lo que espero, papá insiste.
—¿Qué te ha hecho?
—Nada, ya te dije —respondo incómoda y resoplo—. Es que...
—¿Es que qué?
—Si lo sigo viendo... me va a lastimar —murmuro y en el acto recuerdo tan clara su promesa «No te haré daño. ¿Confías en mí?», que es como una epifanía—. No puedo confiar en él —digo apretando los labios, dándome fuerza con esa afirmación para que no se me suelten las lágrimas. Igual lo hacen. Ya son autárquicas. Hacen lo que les da la real gana. Y a decir verdad, ya estoy acostumbrada a eso. Papá también. Se encoge de hombros y alza la tetera.
—Si alguien me hubiera dicho que ese hombre en el hospital no era digno de confianza, no le hubiera creído. Pero tú sabrás —suspira vertiendo té en su taza. Hago fuerza para no seguir con el tema, pero no puedo resistirlo.
—¿Lo conociste?
—Sí. Y a decir verdad me sentí aliviado al ver que le importabas tanto que se subía por las paredes y hacía correr a médicos y enfermeras para que se ocuparan de ti —comenta papá sin mirarme y al final me espía con una ceja alzada, evidentemente queriendo analizar mi reacción.
—Él es así. Intenso —digo tratando de no claudicar ante la información.
—No lo vi intenso. Lo vi muerto de miedo.
«Porque me engañó y terminé en el hospital» tengo ganas de gritar pero me callo la boca. Me encojo de hombros. Lo único que me falta ahora es que papá lo defienda y ni siquiera sabe lo que me ha hecho. «¿Y qué te hizo, Nat? Lo único que realmente viste fue que te esperó y te hizo el amor como lo prometió», dice una vocecita indignada en el fondo de mi cabeza y me obliga a entornar los ojos. «Eso, Natalie, lo otro no lo viste».
—Come, hija —me alienta papá ante el silencio—. Creo que desde que has llegado pesas menos. Y no quiero que tu madre ahora me culpe de ser un mal padre.
Sonrío y trato de concentrarme en el té y en las pastas. No quiero seguir pensando en Barry. Solo quiero que cada día que pase, el pensamiento se dirija menos hacia él. Quizá de esa forma podré, en alguna vida, olvidarlo.
«No te haré daño. ¿Confías en mí?» se repite en mi cabeza un montón de veces como un mantra. Quizás ahora que he salido a tomar aire y té y que he hablado un poco con papá todo comienza a reordenarse en mi cabeza y por algún motivo esa promesa se repite y se repite hasta que me tengo que detener a meditarla. ¿Había hablado solo de mi cuerpo? ¿O se había referido a algo más? ¿A mi corazón ilusionado de pequeña y veinteañera, por ejemplo?
Miro el poso de mi té con el mentón apoyado en mi brazo flexionado y pienso que es ridículo que me haya dicho eso y que horas más tarde esté bajo el mismo techo con otra mujer. Para una parte de mi mente es un mujeriego, con esa intensidad, ese deseo cavernícola y esa divinidad que consigue lo que quiere de quien sea. ¿Pero realmente es capaz de hacer eso? ¿Descargarse con la del vestido rojo después de estar conmigo, primero mientras yo seguía en la fiesta y luego mientras yo dormía en su cama? Me ha dicho que no estuvo con nadie. Y yo quise creerle, pero en cuanto me descuidé, apareció, ¡otra vez!, esa maldita mujer en escena. Y esa imagen tremenda de ellos follando que me persigue como un martirio. ¿Cómo haré para eliminarla de mi imaginación?
De vuelta en el coche, me envuelvo en mi silencio. Hubiera preferido seguir anestesiada en el dolor físico, el sufrimiento y la pena y no tener que sentirme confusa y perdida como me siento ahora que he ventilado un poco las ideas.
Aquellos compases suenan en la radio y me pegan como una trompada en el medio del pecho. «Heaven, I'm in Heaven» canta Louis Armstrong y yo cierro los ojos, recordando a Barry que caminaba hacia la bañera y se desvestía para meterse conmigo en el agua y abrazarme, sin tocarme, sin buscarme, simplemente ese abrazo tierno y contenedor en el que nos sosteníamos las manos y escuchábamos Ella y Louis cada uno en un audífono.
Lloro en silencio mirando por la ventanilla. No quiero moverme ni hacer ruido para que papá no lo note. Pero él lo nota y apoya la mano sobre la mía.
—¿Quieres hablar?
—No —digo y sigo llorando.
—Vale. Tienes pañuelos ahí.
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El sueño - Barry Brown 1 (Borrador)
Romance¿Qué pasará cuando todas esas fotos en la pared se vuelvan realidad? A sus veintidós años, Natalie Andrews está en plena crisis existencial. Estudió música para tocar y cantar las canciones de Barry Brown. Sueña con conocerlo, pero sus miedos e inse...