38. She's The One

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When you get to where you wanna go
And you know the things you wanna know
You're smiling
When you said what you wanna say
And you know the way you want to say it
You'll be so high, you'll be flying
Robbie Williams


—¿En serio has visto los diarios? —le pregunto a Barry mientras esperamos que la cena esté lista. Lo noto callado y me pregunto si estará tranquilo, cansado o de mal humor por algo, quizá justamente por las repercusiones de anoche.

—Sí, claro —asiente y me hace sentar en una de las sillas de la cocina. Ha dejado una bolsa sobre la mesa y cuando se sienta a mi lado la abre y saca una muñequera de un material extraño, blanco, que examina ante mis ojos—. Déjame ver —dice con tranquilidad tomando mi mano y buscando cómo desarmar el vendaje que me han hecho.

—¿Y entonces? —indago con la boca seca. De repente mi convicción de mantenerme fuera de esa realidad de revistas de mierda, tambalea. Por lo visto, no tengo buena tolerancia a no saber qué pueden haber dicho y si Barry luce tan abstraído por eso o por algo peor.

Examino su expresión, enfocada en mi muñeca. Un mechón de pelo le cae sobre la frente y tensa los labios en un gesto reconcentrado mientras trata de desatar el nudo con el que el médico ha ajustado el vendaje.

—¿Y qué, pequeña? —pregunta con retraso al eco de mi pregunta.

—¿Qué dicen?

No parece estar prestándome la más mínima atención, pero cuando estoy a punto de repetir la pregunta, ampliarla e insistir, él me mira rápidamente y sonríe.

—Que eres mi novia —vuelve a bajar la vista para tironear con cuidado del nudo. Parece estar desactivando una bomba pero la bomba está a punto de explotar en mi interior. ¿Qué significa que en los diarios digan eso? ¿Y cómo es posible que él esté tan calmado y plácido?

—¿Y por qué dicen eso? —murmuro y doy un bote cuando el último tirón logra desarmar el nudo pero también dispara un latigazo de dolor.

—Perdona. ¿Te he hecho daño?

—No. Ya está.

Barry desarma el vendaje con tanto cuidado que absorbe mi atención. Pienso en esos antropólogos que trabajan con las vendas de las momias como si fueran reliquias. Vale, lo son. La mía no. La mía es una simple venda de hospital, un tanto sucia de tanto rozarla con la ropa, el vapor de la sauna y el rato en el parque que hemos pasado con Car. Lentamente mi flamante novio, según la prensa, desenrolla la tira y cuando libera mi muñeca, pasea sus dedos largos y blancos por encima del caminito de venas azules que laten y se bifurcan en ella. La caricia me pone todos los pelos de punta y me remuevo en la silla. Maldita regla.

—¿Duele? —cuando niego con la cabeza, baja la suya y me da un beso donde acaba de acariciar. Mi suspiro sacude sus mechones de pelo y apoyo la mano abierta sobre su barba. Percibo su sonrisa y otro beso y me impaciento. Si sigue así, me volverá loca. Me acomodo en la silla y cojo la muñequera con la mano libre.

—¿De qué material es?

—No lo sé. Pero me han dicho que es la mejor —cuenta mientras saca un potecito de la bolsa—. También está esto para masajear, si te duele mucho —dice, y cuando abre el pote y lo huele, se aleja haciendo una mueca. El olor penetrante y mentolado pero con un resabio a ajo podrido o algo así repugnante llega hasta mí y me alejo por puro reflejo.

—No, gracias. No me duele tanto.

—Vale. —Cierra el pote y lo deja a un lado, encogiéndose de hombros.

Lo miro, expectante, pero por lo visto no responderá a mis preguntas hasta que no haya terminado de jugar al doctor. Si acaso piensa responder. Está tan tranquilo que me pregunto si lo que parece cansancio es simple relax o si se habrá fumado un porro sin haberme invitado.

El sueño - Barry Brown 1 (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora